El cine español pasa por muy mal momento debido fundamentalmente a la crisis. Pero no por falta de directores y guionistas. Y desde luego, disponemos de historias apasionantes, negras y escandalosas sin necesidad de tener una imaginación exuberante. Nos falta dinero para la mise en scène, para vestuario y atrezzo.
Si Miguel Blesa fuera inglés o norteamericano, y Caja Madrid hubiera sido una entidad de la City o de Wall Strett, el peliculón sería soberbio. Nadie como británicos y norteamericanos para crear la atmósfera que envuelve una True Story de gánsteres y corruptos.
Todo lo anterior viene a colación de los detalles que vamos conociendo del ex presidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, amigo y compañero de pupitre -como todo pedigrí-, de este vividor por cuenta ajena que ya ha conocido, y muy probablemente vuelva, los placeres de la cárcel de Soto del Real.
Los detalles de sus correos electrónicos revelan, sobre todo, la impunidad que creía disfrutar. Eso le permitió el desparpajo, aristocráticamente barriobajero, en sus modos de comunicación con sus cuates y con algunos viejos conocidos, como el yerno de José María Aznar, Alejandro Agag.
De una parte, sus subordinados le daban gusto a sus comunicaciones con el jefe. Cuando le informaron del record de colocación de preferentes, el entonces presidente de Caja Madrid no tuvo contención al responder: "¡Qué bárbaro; y eso que habíamos engañado a los clientes!"
Las investigaciones judiciales han suministrados joyas de hemeroteca. Y la fuente la ha proporcionado la incontinencia verbal de sus mails.
Su pasión por el caviar triple cero, sus bodegas preferidas, la obsesión por matar animales -tan común en los ámbitos financieros- que satisfacía matando leones, búfalos o osos gigantes. Su pasión por los coches le llevó a adquirir un lujoso Ferrari o a renovar el coche oficial de la presidencia de Caja Madrid, cuando la entidad ya apuntaba a la quiebra. La elección fue un coche de alta gama de más de quinientos mil euros.
También hemos sabido ahora que su amigo del alma, José María Aznar, trató de que el presidente de Caja Madrid adquiriera cuadros de un pintor que debía ser amigo, por cincuenta millones de euros.
Estas actividades, entonces encubiertas, de Blesa, disponían de la cobertura necesaria de Juan Astorqui, hombre de confianza del entonces presidente de Bankia, que previo pago de una jugosa indemnización abandonó Caja Madrid con la llegada de Rodrigo Rato.
Nunca he podido averiguar la dirección del camisero de Miguel Blesa. El modelo que llevaba al salir de la cárcel era informal y delicado, exquisito. Tal vez se hacía las camisas en Londres como importaba el caviar de Irán.
No puedo evitar acordarme de Michel Douglas en el papel de Gordon Gekko en la película Wall Strett. Deben ser la semejanza de sus camisas respectivas y el peinado hacia atrás, con fijador, tirante hasta el punto de que a los dos, a Douglas y a Blesa, les obligaba a un rictus de arrogancia, tirando del cuello hacia arriba, tensando la mandíbula.
Me imagino que se le ha congelado el gesto, las camisas y la soberbia en prevención de su siguiente ingreso en la cárcel. Los preferentistas, a los que confesó haber engañado, se lo merecen.
Fuente: Periodista Digital
Autor: Carlos Carnicero
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