Con su sencillez, el papa
Francisco ha despertado el interés y la
esperanza de millones de católicos y agnósticos en todo el mundo, de que por
fin un Papa acometa la ardua y peligrosa reforma de la Iglesia Católica, que Francisco abra de
par en par las ventanas del Vaticano para que entre por fin aire fresco, que se
lleve el polvo de siglos de iniquidades, de falta de sensibilidad social, sobre
todo de cara a los pobres, aunque sea muy loable el trabajo de monjas y sacerdotes en el Tercer Mundo, mal
abastecidos, mal protegidos y mal remunerados.
Todavía, como en la Edad
Media, sigue existiendo la arbitrariedad y prepotencia de la curia. Cardenales y
obispos han de aprender que la vida de lujo no se corresponde con las
enseñanzas del Jesucristo de los Evangelios. Han de renunciar a suntuosas
mansiones, o a habitar algunos incluso en el Vaticano. También han de
abstenerse de automóviles de alta gama con chofer, con el
que en casos aislados son conducidos a casas de lujosas “azafatas” fijas, mientras
los curas han de sufrir de por vida el tormento sexual del celibato, que
conduce a algunos “hombres de Dios” al acoso de menores. En este sentido, curas
han ocupado página de periódicos, especialmente en Estados Unidos. Recordemos
que el celibato no es un dogma por inspiración divina (“los caminos de Dios son
inescrutables”, algunos de estos caminos conducen ante el juez), sino una
medida de los ricos jerarcas medievales de la Iglesia para impedir que los
sacerdotes contrajesen matrimonio y tuviesen descendencia, que
pudiera reclamar su herencia del ingente patrimonio, al que la Iglesia, sobre
todo en España, se aferra como su
propiedad por los siglos de los siglos.
Otra reforma, aparte de
la financiera, es que haya Iglesias, como la nacionalcatólica española que utilizan su poder para mantener la
dependencia del Estado de la confesión católica. En España es irrenunciable el
laicismo, que no es lo mismo que ateísmo. Laicismo significa separación de la
Iglesia del Estado. Este poder sobre la sociedad e incluso sobre gobernantes
supersticiosos (léase atentamente la Historia de España desde los visigodos
hasta nuestros días) incidió también en la última tragedia del pueblo español.
Los creyentes, pero
también la gente en general, esperan otras muchas reformas necesarias, que
fortalezcan en bien de los pueblos a una auténtica Iglesia católica, receptora
y transmisora de las enseñanzas redactadas por los autores de los Evangelios.
Que el destino depare larga vida al papa Francisco, que tanta ilusión ha
despertado en el mundo.
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