El 24 de julio, víspera del día de Santiago Apóstol, ocurrió cerca de la capital un tremendo accidente ferroviario, que dejó sumida en luto a toda España. Un tren de velocidad alta (no confundir con alta velocidad, AVE) descarriló en una curva, cuando circulaba a una excesiva velocidad, causando más de 75 muertos y unos 200 heridos.
Las investigaciones apuntan a que se trató de un fallo humano del maquinista. El hombre, deshecho por lo sucedido, podrá ser condenado por homicidio por negligencia. Pero dejando aparte la cuestión de la responsabilidad, inmensa por lo tremendo de la catástrofe, que tantas vidas y heridos ha costado, a mí me parece que el grave fallo, también en los países más avanzados, es que progresa rápidamente la tecnología activa, pero se queda a la zaga la tecnología preventiva, todavía más importante. El tren de la muerte estaba dotado de sofisticados instrumentos, pero, evidentemente, no poseía sistemas de alarma de última tecnología.
El humano cree ya ser un titán, que puede incluso más que las leyes de la Naturaleza. De vez en cuando, los “dioses del Olimpo” nos castigan por nuestra soberbia, con estos espantosos “errores humanos”.
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