martes, 30 de julio de 2013

Atalaya: ¿Pena de muerte?


 



Toda España está aún conmovida por el caso de un padre que mató a sus dos hijos pequeños (una niña y un niño), calcinándolos después, para vengarse de su esposa que quería divorciarse. Todos llevamos clavados en la mente esos ojos fríos y fijos, y el rostro impasible, como una máscara, del asesino durante el juicio. En muchos, en mí también, el primer pensamiento de rabia y de impotencia fue “pena de muerte”. Pero no. La pena de muerte no soluciona nada. El ejecutado sólo siente miedo durante unos momentos y después para él todo se acabó. Quedan las víctimas, a las que nadie podrá devolver la vida, y los familiares, a quienes el tiempo sólo muy despacio podrá mitigar su dolor. Con la pena de muerte ¡cuántos errores ha cometido la justicia (sobre todo los jurados populares)! ¿Quién resucita al inocente?
 
En mi opinión hay delitos que merecen la pena de cadena perpetua. Pero que realmente se cumpla y que no se recorten condenas por imperativos de la Ley o por buena conducta. No pocos de los “indultados” vuelven a las andadas una vez en libertad. Esto se da frecuentemente en los casos de violencia de género.
 
La cárcel no debe ser un parking para los elementos hostiles a la sociedad, sino un lugar de reeducación y de reinserción social, teniendo que decidir especialistas como psiquiatras y psicólogos qué presos son aptos para  cambiar de conducta y  dejar de ser un peligro para los demás ciudadanos. En este orden de ideas, los forenses juegan un papel decisivo. De su fallo depende mucho: que el acusado sea juzgado con todo el rigor de la ley, si, según ellos, el reo es responsable de sus actos o que los jueces decidan su internamiento en el pabellón psiquiátrico de una prisión, donde recibiría tratamiento según su enfermedad mental, pero sin estar exentos del régimen penitenciario. Después de observar en la televisión el comportamiento del asesino Bretón, yo hubiese dictaminado que se trata de un peligroso psicópata. Los forenses lo declararon normal.
 
 

1 comentario:

  1. Además, hacer lo mismo que, supuestamente, hizo el asesino, matar...¿de qué nos diferenciaríamos de él? ¿Autoproclamaríamos nuestra dudosa autoridad moral?

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