Los radicales de Esquerra Republicana, separatistas hasta la médula, negocian con el presidente de la Generalitat, Arturo Mas, (CiU) los términos de un referéndum para declarar independiente a Cataluña. Los de Esquerra hacen depender un resultado satisfactorio de las conversaciones para evaluar una cooperación con CiU en el gobierno.
De tener efecto dicho referéndum, se produciría geopolítica y económicamente un terremoto con su correspondiente tsunami. El temblor se haría sentir en el resto de Europa negativamente. Bruselas ya ha advertido que la UE no admite socios separatistas unilaterales. También Francia tendría motivo de preocupación con una Cataluña independiente. En España, el archipiélago balear tendría que reforzar su identidad bilingüe y bicultural, con la amenaza de ser codiciado por “los catalanes”. Lo mismo ocurriría con los Países Valencianos, que siempre han recelado de lo que califican “el expansionismo catalán” y que se reafirman en sus costumbres distintas de Cataluña e incluso en su lengua, un dialecto del catalán.
Pero también en la otra orilla del Mediterráneo, España se vería confrontada con la machacona reivindicación marroquí de las ciudades secularmente españolas de Ceuta y Melilla.
Al ser independiente, pero no miembro de la UE, el tratado de Schengen no regiría para Cataluña, que se vería rodeada de fronteras, con aduaneros y policías. No es verosímil que el Gobierno español concediera, como a los ceutíes y habitantes de Melilla, la doble nacionalidad.
Por lo demás, los señores de la conservadora CiU y la radical izquierdista separatista, ERC, habrán de tener en cuenta que en una cuestión tan grave como la independencia de Cataluña no pueden decidir sólo los catalanes, sino que todos los ciudadanos españoles tendrán que ser llamados a las urnas.
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