Todo el ruido desatado en pocos días en torno a la Universidad parece cualquier cosa menos casualidad. En definitiva, Dios, como decía Einstein, no juega a los dados. Si la Universidad de repente ha salido del ostracismo habitual y llena titulares, excitando incluso a los columnistas menos alfabetizados, no es precisamente por azar. Ahí está el ministro dando datos falsos para justificar los recortes al precio de desacreditar más la institución; los rectores con una interpretación victimista sin dar siquiera margen a la autocrítica; las comisiones de expertos bajo sospecha; la espuma de la endogamia interna frenando las corrientes reformistas; un buen puñado de críticos que tocan de oído, exhibiendo conocimientos muy rudimentarios; los 'equidistantistas' que aseguran estar entre los dos fuegos pero se dedican a machacar a la Universidad como correveidiles políticos. Después de esta batahola, todo parece aún más confuso. No parece el escenario racional para la reflexión.
Que la Universidad debe ser mejor, de hecho mucho mejor, es una perogrullada del nueve. Como también debe ser mejor la industria, el balonmano, la banca, la alta costura, la logística o la repostería. La Universidad importa más, sí; pero de los dos factores clave, uno pinta mal: la inversión. España gasta la mitad que la mayoría de países competitivos en ciencia e investigación, así que está a la cola. Entre las cien primeras universidades, noventa y nueve son de países que invierten en I+D más del doble que España. Y ahora se recorta ahí otro ¡ochenta por ciento!, así que, como en el Infierno de Dante, lasciate ogni speranza....porque la esperanza se desarma con esas cifras. No es raro que la secretaria de Estado de I+D admita que estos recortes colocarán España como «país de ciencia pobre». Y puesto que los rankings mundiales de universidades miden la investigación, la cosa irá a peor.
Eso no impide que se pueda y se deba mejorar en gestión, cualificación, eficiencia, transparencia, racionalidad. Eso sí, no cabe engañarse, de momento toca administrar la miseria. Bajo el uno por ciento del PIB, hay poca competitividad. Las universidades deben hacer reformas -la UMA presenta dos programas en su cuarenta aniversario, asumiendo carencias obvias- hacia un modelo menos endogámico, apostando por la calidad de la docencia, aceptando que haya universidades especializadas en investigación sin practicar el nefasto café para todos, desactivando la hiperburocratización... Hay que empezar por situar la universidad en la realidad, sin la táctica ventajista de exaltar la complacencia o el catastrofismo. Pero de momento ese es el ruido que se oye, no precisamente la lógica de la Ivy League.
Fuente: Diario Sur
Autor: Teodoro León Gross
No hay comentarios:
Publicar un comentario