Un pueblo sin memoria, sin reconocer su pasado, no tiene ni presente ni futuro. Su presente, por muy democrático que quiera presentarse, será una farsa, un eterno compromiso entre el turbio pasado y una libertad prestada. Sólo a través de la memoria se consigue la plena libertad y el respeto a sí mismo. Los alemanes tuvieron que hacer la "superación del pasado" (Vergangenheitsbewältigung) para limpiarse el oprobio del nacionalsocialismo de Hitler (el amigo y protector de Franco), asumiendo el horrible pasado y jurando que algo así jamás volverá a suceder en Alemania ("nie wieder!"). Los alemanes pudieron así no sólo entrar a formar parte de la familia democrática, sino poder seguir construyendo el futuro desde el presente sin que el pasado fuese un obstáculo para el transcurrir democrático y sin verse sometidos a chantaje por sus adversarios. Todavía hoy son juzgados en Alemania criminales de guerra nazis, pese a su elevada edad (por encima de los 80). Estos juicios son sobre todo una catársis y un recuerdo a los ciudadanos alemanes de que la democracia es su más preciado bien.
En España no ha habido todavía una auténtica y consecuente "memoria histórica", obstaculizada por las derechas, incluido aquí el PP. En el Extranjero ha causado gran extrañeza que el Tribunal Supremo español admita la querella de un grupo de ultraderecha, Manos Limpias, e impute al conocido juez Garzón porque éste tenía (¿tiene?) la intención de juzgar al franquismo simbólicamente, en la figura de Franco, y condenar su dictadura de 40 años. ¿Cómo puede ocurrir esto en un país democrático, cuya singladura con el rey Juan Carlos al frente, le adentra en los principios democráticos, hacia cotas de mayor libertad, alejándolo de los siniestros tiempos del régimen dictatorial. ¿Cómo puede la extrema derecha tener la desverguenza de querellarse en defensa del fascismo? ¿Cómo puede ser estimada la querella en un país democrático?
La memoria histórica en España no es sólo que los familiares de los más de 1000.000 republicanos asesinados por el dictador, (con la ayuda de jueces espurios, que ya habían condenado a muerte al reo antes de iniciarse la farsa del juicio), puedan recuperar los restos de sus familiares y enterrarlos de forma digna. La memoria histórica ha de ser un esfuerzo colectivo, empezando por los centros docentes, de restituir la verdad histórica -no la individual, ni la revanchista-, falsificada por el régimen durante los cuarenta años que asoló a España. Incluye también el poco honroso papel jugado por las democracias occidentales de entonces, que miraron hacia otro lado cuando Hitler y Mussolini equipaban al artero general con el más moderno material de guerra y con soldados bien entrenados, nada más iniciarse el golpe de Estado. Tampoco puede soslayar que fue EE UU con el general Eisenhower, quien abrió a Franco la puerta de la supervivencia, a cambio de lo cual el dictador permitió que España -"su amada patria"- se convirtiera en el mayor portaviones de USA en Europa. Eran los tiempos de la guerra fría y para EE UU siempre todos los medios fueron lícitos (véase la larga relación de connivencias de Washington con los dictadores sudamericanos). A Franco no le importaba que con su proceder España se convirtiera en posible blanco de un ataque nuclear soviético.
Pero también en estos casos, la memoria histórica ha de servir para poner las cosas claras, sin óbice de que España mantenga hoy una estrecha y constructiva cooperación con todos los países democráticos del mundo, incluído EE UU.
Recordar ayuda a asentar el presente, dejando el lastre del pasado; contribuye a la salud social y política de una nación y es el camino más seguro hacia un futuro en libertad y democracia sin trabas.
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