El anuncio del Gobierno español de que enviará otro contingente de tropas a Afganistan, en el marco de las fuerzas armadas internacionales al servicio de la ONU, ha levantado protestas justificadas en España. Obviamos aquí las del PP, que apoyó o no dijo ni pío a la aventura guerrera de Aznar en Iraq junto a Bush y Blair, en una guerra absurda contra el terrorismo, con afirmaciones falsas y contra el enemigo equivocado, que, dicho sea de paso, era, eso sí, un sangriento tirano. Poco criticó EE UU al sátrapa Saddam Husein, cuando éste era aliado de Washington. La guerra contra el régimen de Husein concluyó, como se sabe, con la victoria de los aliados, el tirano fue ahorcado, pero Irak está lejos de ser un país en paz y democrático. El terrorismo que antes solamente practicaba el sangriento dictador contra shiíes y los curdos, ha desaparecido, pero la guerra de Iraq ha abierto las puertas iraquíes al terrorismo fundamentalista islámista de Al Qaeda y otras sectas islámicas iraquíes.
En Afganistán, las cosas se ponen cada vez más feas. Los talibán parecen haberse recuperado y derraman sangre casi todos los días con atentados suicidas o ataques de guerrilla. Las tropas de la ONU en Afganistán están sufriendo bajas (en España son conmovedores los funerales por los soldados muertos de las fuerzas armadas españolas destacadas en el país. siguiedo el mandato de las Naciones Unidas) y es hora ya de preguntarse si es adecuada la visión de la ONU del problema afgano y de la estrategia a seguir. Según el mandato de la ONU, las tropas extranjeras están en el país para ayudar a su reconstrucción. Sólo pueden disparar si son atacadas. Esto es un ejemplo de intolerable miopía "diplomática". La verdad es que en Afganistán se han reorganizado los talibán, que no fueron rotundamente vencidos, y que desde sus inexpugnables montañas lanzan casi a diario sangrientos ataques suicidas contra policías, soldados y población civil afgnanos, pero también atacan a ls tropas extranjeras, cobrándose su saldo de bajas.
Ha llegado el momento de declarar oficialmente a Afganistán en estado de guerra y que las tropas de la ONU sean preparadas para pasar a la ofensiva o, si este paso no quiere darse por la resistencia de las naciones de origen de los soldados, que éstas regresen a sus casas. Esta última solución, por la que abogarían los pacifistas, es difícilmente viable. El conficto afgano, en el que sí que se lucha contra las bases del terrorismo islámico, hace ya tiempo que ha saltado a Paquistán, donde los talibán han establecido uno de sus principales cuarteles y donde tienen fanáticos aliados islamistas, que golpean casi cada día a la población con salvajes y cruentos atentados suicidas. Pero además, tras la chapuza militar de Estados Unidos y Gran Bretaña en Afganistán, los activistas de Al Qaeda se reagruparon en las intransitables montañas paquistaníes, de donde difícilmente podrán ser expulsados y neutralizados por una "fuerza pacífica" e incluso por un potente Ejército. Si el fuego de Afganistán crece y se extiende a Paquistán, ganando también allí la partida los fundamentalistas islamistas, el mundo occidental se verá ante una enorme amenaza: Paquistán dispone de armas atómicas. ¡Qué pesadilla pensar que los terroristas de Al Qaeda pudiesen tener acceso a cohetes atómicos!
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