Ayer, el diario EL PAÍS publicó un artículo titulado “La justicia avala que los Estados de la UE nieguen ayudas a comunitarios” en el que informaba sobre un fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en Luxemburgo “que faculta a los países de la Unión a negar las prestaciones del seguro social básico a nacionales de otros Estados miembros que se hayan desplazado a su territorio ‘con el único objetivo’ de obtener una ayuda social” (El País sic).
Poco después de la aparición de la noticia, que se refería a una mujer de nacionalidad rumana, Elisabeta Dano (25 años), llegada a Alemania hace cuatro años, se alzaron en España las primeras voces que criticaban la sentencia apelando a la solidaridad con los inmigrantes de países más pobres.
Tanto sentimentalismo me conmueve, pero vayamos por partes. La inmigrante rumana pretendía que se le concediesen las prestaciones del Hartz IV para ella y su hijo, nacido en Alemania de no se sabe muy bien qué padre. En la actualidad la susodicha percibe mensualmente dos subsidios, uno de 184 euros de prestación familiar por el hijo y el otro de 133 euros para gastos de manutención del niño, lo que hace un total de 315 euros al mes.
Para aquellos lectores que no conozcan el artículo que publicamos el 19.12.11 sobre este mismo tema, les voy a explicar brevemente en qué consiste la ayuda en cuestión, cuyo pago la señora Dano reclamaba tan cargada de razón al TJUE. Se trata, nada más y nada menos que de la prestación mensual que se concede -si se cumplen todos los requisitos- a aquellas personas que, estando en edad de trabajar (entre los 15 y los 67 años), no tienen ingresos que superen la cantidad considerada como mínima para poder satisfacer sus necesidades principales; por lo tanto, no se trata sólo de un subsidio para desempleados. Esta prestación está pensada para cubrir los gastos mensuales básicos de manutención e incluye también el seguro médico. Esta ayuda es actualmente de 391 € para el cabeza de familia (306 € si tiene menos de 24 años), 353 € para la pareja, si ésta se encuentra en la misma situación de precariedad, y entre 229 € y 296 € por cada hijo, según la edad.
Pero la prestación no acaba aquí: el beneficiario del Hartz IV percibe también una ayuda para el pago del alquiler y las facturas del gas o de la luz. La cantidad exacta depende del municipio y del número de personas subvencionadas. Por ejemplo, en Berlín estas ayudas ascienden a un máximo de 380 € para una persona, 456 € si se trata de dos, 566 € en al caso de tres, etc…
Lo que hay que subrayar de la Ley es que también pueden acogerse a ella personas “en situación de necesidad”, es decir cuando se considera que una persona no tiene recursos propios (renta o patrimonio) para sufragar los gastos esenciales. La cantidad según la cual se considera que una persona sufre precariedad económica es si sus ingresos mensuales son inferiores a los 750 euros al mes. O sea que si alguien tiene un trabajo mal remunerado o si es autónomo y su empresa no genera beneficios superiores a esa cantidad, se tiene derecho a cobrar el Hartz IV hasta llegar a los 750 euros marcados por la ley.
Es importante que se sepa que Alemania, a quien el gobierno de nuestro país y los propagandistas más acérrimos de sus ideas políticas (con Francisco Marhuenda, director de La Razón a la cabeza) siempre cita como ejemplo cuando se trata de justificar los sangrantes recortes laborales y sociales del PP, sigue manteniendo -a pesar de las medidas y recortes austericidas contra la crisis de la señora Merkel- unas prestaciones sociales que están a millones de años luz de las miserables ayudas que reciben nuestros ciudadanos.
Me permito citar las cifras oficiales del año 2013 sobre el gasto de Alemania en prestaciones a beneficiarios del Hartz IV. Agárrense, pues estamos hablando de 33 mil millones de euros, de los cuales ciudadanos alemanes percibieron 26,8 mil millones; 1,7 mil millones fueron a 311.000 ciudadanos comunitarios y el resto fue a parar a no comunitarios (en su mayoría turcos, iraquís y rusos).
Es normal que estos datos potencien el escepticismo de la ciudadanía alemana sobre el buen funcionamiento de ese “engendro” llamado Europa, donde una de las pocas cosas que nos une es el euro que, a mi parecer, para lo único que ha servido hasta ahora es para que los precios aumenten y el ciudadano medio se empobrezca. Y que conste que también un gran número de alemanes está muy descontento con los políticos y funcionarios que, desde la atalaya de sus oficinas en Bruselas y Estrasburgo, dictan sus directrices, a menudo, como en el baile de la yenka, un pasito hacia delante y otro paso para atrás (véase la nueva advertencia de Bruselas sobre la reforma laboral del PP).
Corriendo el peligro de que me tachen de “racista”, me atrevo a opinar que Elisabeta Dano, que jamás ha trabajado en Alemania, ni tampoco ha movido un dedo para buscar una ocupación, parece pertenecer a ese grupo de personas provenientes sobre todo de países como Rumanía y Bulgaria, desde hace poco miembros de pleno derecho en la UE, cuyo principal objetivo es instalarse en la rica Alemania con el fin de “comer la sopa boba”, sin dar un palo al agua, a costa del erario público. Es decir, aprovechándose de las elevadas cotizaciones de los trabajadores a la SS alemana. A eso se le llama en Alemania “hacer turismo social” y es un buen caldo de cultivo para políticos populistas y extremistas radicales.
La pregunta que quisiera que respondiesen con la mano en el corazón es: ¿qué pensarían ustedes si España, en lugar de ser “chorizolandia”, fuese un país próspero, que vela por cubrir las necesidades básicas de su ciudadanía, y nos cayesen por aquí millares de extranjeros caraduras que, en lugar de esforzarse por aportar su granito de arena al crecimiento del país, sólo quieren aprovecharse de nuestra red social, poniendo así en peligro la supervivencia de un sistema que ha podido hasta ahora mantenerse gracias al trabajo, los impuestos y el sacrificio de todos? Y que conste que no me estoy refiriendo a esos pobres desgraciados que intentan franquear las concertinas para labrarse un porvenir en un mundo que ellos creen mejor.
Por eso, mi opinión en el caso de Elisabeta Dano es: solidaridad con ella, la justa. Lo dejo aquí.
Margarita Rey
Fuentes: HartzIV.org. / Berlin, Wie bitte?
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