Hoy es al fin el 9N. Y aunque se han cometido numerosas imprudencias en el prólogo a esta jornada extraña, hay que esperar confiadamente que el día discurra apaciblemente, guiado por el buen sentido de la sociedad civil, sin incidentes, como un desahogo cuestionable del afán tanto tiempo represado de quienes han abogado por el llamado derecho a decidir, que en realidad es el derecho de autodeterminación, que ninguna constitución democrática moderna del mundo otorga, con la relativa excepción de la canadiense.
Esta fecha singular compendia, en el artificio de una consulta que no es, una larga incomunicación, de la que ninguna de las dos partes es inocente. El Estado ha actuado con una gran indelicadeza con Cataluña, aunque en realidad el mayor desaire „la poda de un Estatut de autonomía que ya había sido refrendado, con bien escaso calor por cierto, por la ciudadanía catalana„ fue consecuencia de una regulación absurda, que equivocaba el orden de la secuencia, más que de la mala voluntad de "Madrid". Y el nacionalismo catalán, asimismo, ha respondido al memorial de agravios con demasiada aspereza, apostando por una ruptura material del vínculo que ya ha causado graves daños tanto en las relaciones intraestatales cuanto en la propia sociedad catalana, que se siente mayoritariamente „se diga lo que se diga„ poseedora de una doble identidad. Así las cosas, ambas partes han llegado al 9N como dos boxeadores agotados y desgastados que esperan el sonido liberador de la campana?
Aparentemente, la confrontación no ha terminado y Mas anunciaba hace poco que mañana mismo remitirá una carta a Rajoy exigiendo respuesta a sus 23 reclamaciones y la negociación de una consulta en toda regla. No hace falta un gran esfuerzo analítico para advertir que este camino es muy abrupto, tanto porque los contendientes han agotado las ideas en tantos meses de forcejeo cuanto porque el cansancio invade claramente a la sociedad catalana, a la sociedad española. Y como faltan energías para una salida heroica, parece que no queda más remedio que hacer una pausa para tomar aliento y emprender un camino de diálogo que ya no puede postergase ni un minuto más.
De momento, cuando falta apenas un año para unas comprometidas elecciones generales que podrían representar un cambio en los equilibrios internos del régimen, urge planear un proceso de diálogo basado en la reforma del marco institucional, cuestión en la que PP y PSOE están en principio de acuerdo. El desarrollo de esta idea es necesariamente arduo y probablemente no pueda conseguirse en esta legislatura, pero sí es posible marcar el rumbo, dejar de situar el horizonte en un referéndum imposible o en unas elecciones plebiscitarias que serían también recurridas, y comenzar a cifrar el desenlace en una salida negociada de corte federalizante y en la que Cataluña encuentre sustanciales satisfacciones a sus legítimas aspiraciones.
Conviene aclarar que si ambas partes persistieran en el camino actual, el proceso hacia ninguna parte comenzaría a hacerse oneroso para todos porque tendría cada vez más repercusiones económicas negativas y también políticas. La rivalidad territorial no es gratuita y la tensión existente acabaría agravando la inestabilidad política actual, que proviene de la crisis económica y de la corrupción, explosiva mezcla que ha generado el estallido que el sistema sociopolítico parece a punto de producir. Y si los líderes de uno y otro lado se muestran remisos a cambiar de táctica y a iniciar una aproximación creativa que apunte a un desenlace razonable, las respectivas sociedades civiles deben ocupar su lugar y tomar la iniciativa presionando sobre las instituciones. Lo insostenible es persistir tozudamente en una confrontación tediosa que sólo conduce hacia la parálisis.
Fuente: Diario de Mallorca (diariodemallorca.es)
Autor: Antonio Papell
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