En todos los países existen periódicos, revistas y televisiones sensacionalistas, dedicados a husmear en la vida íntima de los “prominentes” y difundir sus escándalos. Estos medios viven de la envidiosa y morbosa curiosidad de un grupo definido de clase media-media y en algunos casos de la clase media-alta. Los usuarios de este tipo de publicaciones suelen ser mujeres de mediana edad, que disfrutan de los amoríos, las disensiones de parejas conocidas y sobre todo de monarcas y príncipes.
Yo encuentro lastimosa esta forma, bien pagada, pero innoble, de vivir de los chismorreos, calumnias e infidelidades de “los de arriba”, hurgando en su vida privada. No tiene esto nada que ver con los informes sobre corruptos y otras sabandijas en los márgenes de la sociedad. Los medios de comunicación tienen el deber de descubrir a delincuentes y corruptos en las altas esferas.
Hay un “personaje”, especializado en asuntos de la Casa Real, que gana una pasta gansa, en diversos platós nacionales. Está considerado como voz autorizada de todos los asuntos de la Monarquía. No podía faltar en el espacio de María Teresa Campos en Tele 5, que anuncia la miniserie sobre el Rey (Juan Carlos) en dicha emisora, a partir del próximo martes. No hay nada que objetar a que Tele 5 contrate a este señor como “experto” (hace tiempo que la Casa Real se distanció de él).
A mí personalmente me ha parecido de muy mal gusto que este caballero haya puesto a disposición del numeroso público del programa las cartas de amor del joven Juan Carlos a sus dos primeras novias (Olghina de Robilant y María Gabriela de Saboya), lesionando lo más íntimo de un alma juvenil. Cartas que, por cierto, fueron ya parcialmente publicadas por la revista Interviú en el año 1988 y que “el experto” compró más o menos también por esas fechas (no sabemos si antes o después de la aparición de los dos artículos en Interviú). No puede disculparse “el experto” de esta “felonía” por haber hecho llegar las cartas a quien correspondía (no sin antes hacer fotocopias, como reconoció el propio sujeto en el programa de la señora Campos). Por eso pudo marcarse el farol remunerado de poseer las cartas del príncipe enamorado.
El “cronista de la corona”, ¡qué más quisiera!, no dijo en ningún momento a quién le había comprado la amorosa correspondencia. Sería a otro fiel partidario de la Corona.
La gran periodista María Teresa Campos puso fin con gran tacto a esa parte del programa.
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