Ahora que parecen haberse calmado algo los ánimos, me gustaría tratar muy brevemente un tema que, en mi opinión, da mucho que pensar sobre el “talante” de los que han expresado de una forma tan radical sus opiniones.
De mortuis nil nisi bene (“De los muertos, nada que no sea bueno”) decían los romanos y estoy totalmente de acuerdo porque, cuando alguien ha traspasado la frontera de la vida, no tiene mucho sentido ensañarse con el finado y mucho menos alegrarse de su muerte.
Estoy convencida de que emociones negativas generan malas energías de las que hay que huir en cuanto las detectemos porque pueden llegar a afectarnos psicológicamente.
Y, tras este preámbulo, tengo que decir francamente que me han descolocado los comentarios de mal gusto tras el fallecimiento de Emilio Botín e Isidoro Alvárez, que no quiero repetir aquí, de Ada Colau, Beatriz Talegón o de Willy Toledo vía Twitter, aunque el frikismo de este último hace tiempo que parece no tener límites.
Alegrarse del óbito de alguien y considerar ese fallecimiento como un castigo a todos los pecados que el difunto haya podido cometer en vida es, además de infantil, mezquino. La muerte no es ningún castigo, pues a todos nos llegará nuestra última hora, hayamos sido buenos, buenísimos o el Hannibal Lecter de “El silencio de los corderos”.
Margarita Rey
De mortuis nil nisi bene (“De los muertos, nada que no sea bueno”) decían los romanos y estoy totalmente de acuerdo porque, cuando alguien ha traspasado la frontera de la vida, no tiene mucho sentido ensañarse con el finado y mucho menos alegrarse de su muerte.
Estoy convencida de que emociones negativas generan malas energías de las que hay que huir en cuanto las detectemos porque pueden llegar a afectarnos psicológicamente.
Y, tras este preámbulo, tengo que decir francamente que me han descolocado los comentarios de mal gusto tras el fallecimiento de Emilio Botín e Isidoro Alvárez, que no quiero repetir aquí, de Ada Colau, Beatriz Talegón o de Willy Toledo vía Twitter, aunque el frikismo de este último hace tiempo que parece no tener límites.
Alegrarse del óbito de alguien y considerar ese fallecimiento como un castigo a todos los pecados que el difunto haya podido cometer en vida es, además de infantil, mezquino. La muerte no es ningún castigo, pues a todos nos llegará nuestra última hora, hayamos sido buenos, buenísimos o el Hannibal Lecter de “El silencio de los corderos”.
Margarita Rey
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