No sé si vieron a principios de agosto el programa de La 1, "Comando Actualidad", titulado "Trabajo sin tregua", donde se hablaba de trabajos veraniegos sui géneris, con los que algunos españoles tienen la posibilidad gracias a la estación estival, ligada al turismo, de mejorar un poco su maltrecha economía.
Y, por los recuerdos que me trajo, llamó especialmente mi atención el espacio dedicado a Tabernas, ese poblado del oeste en Almería donde hace medio siglo se rodaron innumerables “spaghetti-western”, entre los que destaca la mítica trilogía “del hombre sin nombre”, dirigida por Sergio Leone, con la inigualable banda sonora de Ennio Morricone como telón de fondo: “Por un puñado de dólares”, “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”, que catapultaría a la fama a un joven y guapísimo Clint Eastwood.
Me explico. Allá por los años 90, cuando yo, entre otras cosas, trabajaba de redactora independiente de gastronomía y viajes para algunas publicaciones alemanas, en uno de mis recorridos por España me tocó visitar Almería, donde una nueva clase de turismo, el termal, todavía en mantillas por aquel entonces en esa provincia andaluza, se empezaba a promocionar en el extranjero. Mi misión era dar a conocer la región, de la que en Alemania apenas sonaba el nombre de un par de pueblecitos costeros como Roquetas o Aguadulce y presentar al público germano algunos balnearios almerienses cuyas aguas, de reconocidas propiedades curativas, gozaban de gran prestigio por la zona desde los tiempos de Al-Andalus.
Mi itinerario me llevó a un pueblecito poco conocido en España (y mucho menos en el extranjero), Pechina, cuyos manantiales ya fueron utilizados por los romanos, lo que se ve en las albercas que construyeron allí y que, mejoradas por los árabes, todavía se conservan. Una localidad singular, cuyo pasado musulmán y morisco se mantiene vivo hasta el día de hoy. Así, en el subterráneo del hotel-balneario Sierrra Alhamilla, donde pasé una corta estancia disfrutando de las aguas termales, se encuentran los baños romanos y siete bañeras de mármol blanco. Las albercas primitivas están construidas sobre las ruinas romanas y árabes cimentadas y constituyen uno de los principales atractivos del Balneario.
Me acompañaba mi buena amiga Erika, la primera alemana (de origen austriaco) que conocí cuando llegué a Múnich en 1965 y con quien compartí habitación en la residencia de estudiantes. Si no hubiese sido por ella, jamás me hubiese acercado al poblado western de Tabernas, pero a ella le hacía “ilu” ver de cerca el escenario de esas pelis que solíamos ver en grupo cuando yo todavía era una medio forastera en Múnich.
Estábamos a mediados de mayo y el turismo, afortunadamente, era todavía escaso. Para llegar a Tabernas tuvimos que atravesar ese horror que son los invernaderos con sus cubiertas de plástico, bajo las cuales se cultiva de forma intensiva la verdura que inunda los mercados europeos y constituye la principal fuente de riqueza de la región.
No quiero explayarme sobre ese “mar de plástico”, totalmente contrario a mi forma de concebir la explotación hortofrutícola de la tierra, pues no tiene nada que ver con el tema que estamos tratando y que nos llevará, después de tanta elucubración, por fin, a Tabernas, un auténtico desierto en territorio almeriense y el único de esas características en el continente europeo. Ese paisaje casi lunar, cuya espectacular desolación le hace equiparable a esos horizontes lejanos que nos muestran las películas del oeste norteamericanas, fue lo que le hizo tan interesante para la industria cinematográfica europea de la época que pudo rodar allí memorables películas a muy bajo coste, dando de comer así a muchos habitantes de la región que, por aquel entonces, no tenían más remedio que emigrar para ganarse el pan.
La verdad sea dicha, el poblado nos desilusionó bastante. Era más bien cutre y estaba bastante desvencijado. Lo que todavía quedaba en pie de la otrora próspera industria cinematográfica, estaba en un estado lamentable y los atuendos de los pobres actores también dejaban mucho que desear.
Por eso me quedé tan gratamente sorprendida cuando vi el reportaje de “Comando actualidad”. ¡Menudo negocio se ha montado entretanto en torno al poblado western! Convertido en parque temático con diversas zonas de entretenimiento, entre ellas una reserva zoológica, los visitantes pueden disfrutar de atracciones muy variadas, entre las que cabe destacar las estupendas y realistas peleas, protagonizadas por “cascadeurs” (especialistas) profesionales, que parecen salidos de uno de esos clásicos con John Wayne.
Bien vestidos y comidos, estos artistas-trabajadores no tienen nada que ver con los humildes participantes en el espectáculo que hace más de veinte años presencié en compañía de Erika, aunque, si les soy sincera, también ellos nos hicieron pasar un buen rato.
Margarita Rey
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