Como era de esperar, la primera visita exterior de Felipe VI (acompañado de la Reina, doña Letizia) ha sido a Marruecos, donde ha mantenido amistosas conversaciones con su homólogo Mohamed VI. Se comprende que en el marco de una visita muy cordial, ambos monarcas no hayan tocado el tema de las ciudades españolas Ceuta y Melilla, enérgicamente reivindicadas como territorio marroquí por el padre de Mohamed, Hassan II.
La visita de los reyes de España concluyó afortunadamente antes de los graves incidentes protagonizados por más de un millar de porteadores (porteadoras), que a primeras horas de la mañana del pasado martes se aglomeraron delante de la aduana española, que todavía estaba cerrada. En realidad habría que escribir “porteadoras”, pues la mayoría que hace este pesado trabajo, con enormes sacos a las espaldas, son mujeres, más baratas y más dóciles que los hombres. Los sacos van destinados a clientes marroquíes. La policía española tuvo que hacer uso de sus instrumentos de disuasión, incluidos los botes de humo lacrimógeno. Cuando, por fin, se abrió la verja-frontera, la avalancha de más de un millar de hombres y mujeres fue espantosa.
Felipe VI se evitó un mal trago, y también Mohamed, que quisieron demostrar al mundo la estrecha amistad que une a los dos países. La realidad es que Marruecos es un difícil vecino, que requiere auténticas filigranas en las relaciones diplomáticas.
La tranquilidad externa (debajo hay un volcán) se debe a que España es el mejor puente de Marruecos con la Unión Europea, casi un país asociado. Con motivo de la visita de Felipe VI, el monarca alauí dejó entrar en vigor el acuerdo de la UE en la pesca en los caladeros marroquíes, una medida que beneficia sumamente a los pescadores de Cádiz y que llevaba más de dos años cogiendo polvo en un cajón a la espera de ser firmado.
No hay tampoco que olvidar que Marruecos es un país musulmán de gran importancia para la seguridad de Occidente, de ahí la ayuda norteamericana que le considera un “actor regional clave“.
Mohamed VI, considerado traidor en algunos países yihadistas (la "yihad" es la guerra santa de recuperación del territorio casi mundial de los árabes), es un auténtico muro de contención contra los fanáticos islamistas. Marruecos ha sufrido ya algunos actos terroristas, neutralizados por la severa policía marroquí. España tiene motivos para no pasar por alto la exigencia de los yihadistas de que le sea devuelto a los pueblos árabes lo que fue una de las mayores cimas de la cultura islámica: Al Andalus, que comprende casi toda España, con su punto de gravedad en lo que es hoy Andalucía. Los maestros islámicos inculcan en las escuelas a los niños la grandeza musulmana y la obligación de que tantas maravillas, acumuladas durante ocho siglos en España, vuelvan a ser patrimonio del mundo árabe.
En Marruecos existe un problema especialmente penoso para España: los saharauis, los habitantes de la antigua colonia española, el Sahara Occidental (rico en fosfatos), que están siendo desplazados hacia Argelia, primero por Hassan II y ahora por su hijo Mohamed VI. Marruecos no acepta la resolución de la ONU de que se celebre un referéndum en el Sahara. Y España, con mucho disgusto de los ex españoles saharauis, se abstiene.
Como ya pudo saberse en su día por los medios (censurados) marroquíes, Mohamed ya había puesto sus ojos en el archipiélago canario, por su proximidad a “territorio marroquí”. La diplomacia española tendrá que hacer encajes de bolillos si se halla petróleo en las islas Canarias.
Lo difícil para las relaciones entre España y nuestro vecino del sur, es que en Marruecos no existe democracia. Es una dictadura coronada.
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