La democracia, del griego δημοκρατία, “Estado o gobierno del pueblo”, no admite adjetivos. Por eso la “democracia orgánica” (franquismo”) nunca ha existido. Pero la democracia, como cualquier sistema, precisa a lo largo de los años reformas, renovaciones y ampliaciones si no queremos que se quede obsoleta su eficacia como representación popular y su inoperancia en cuanto a las circunstancias sociales, políticas y económicas de la actualidad. Si una constitución ya no responde a las exigencias democráticas no es ilícito reformar la constitución tras los trámites pertinentes parlamentarios y un referéndum.
En realidad, visto con una lupa, no existe en ningún país la democracia perfecta, de ahí que el prioritario deber de un gobierno, junto con la oposición, sea ampliar la democracia al máximo, sobre todo en favor de los pobres, los desfavorecidos y las clases medias. Ni que decir tiene que no existe una democracia sólo para los ricos. En las constituciones de algunos países democráticos (por ejemplo, Alemania) se señala la responsabilidad social del capital. Los grandes empresarios han de contribuir a la creación de puestos de trabajo, en el marco de sus posibilidades y reduciendo en una medida aceptable el lucro. Pero hay capitalistas que trasladan sus negocios a terceros países de bajos salarios, débiles sindicatos y bajos impuestos. Así aumentan sus fortunas y crece el número de parados.
En el capítulo de los derechos humanos, un gobierno democrático no puede restringir derechos como el de la huelga, la manifestación, la información, la opinión y la expresión, siendo este último el más contundente en su forma de manifestación pública. Un gobierno que ordena a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que carguen sin contemplaciones contra manifestantes pacíficos, no es un gobierno democrático.
La policía está para garantizar el orden público, no para machacar a ciudadanos, causando incluso heridos que han de ser hospitalizados. La policía tiene el deber de proteger al ciudadano pacífico, que protesta con otras personas por malas leyes, fallos y omisiones del ejecutivo, no para protegerse a sí mismo o a ministros incompetentes y poco democráticos. En estos casos lo democráticamente decente sería la dimisión. Esos gobiernos están compuestos por otra clase de “ni-nis”: ni son demócratas ni saben gobernar. Las fuerzas de seguridad deben, incluso, proteger a los manifestantes pacíficos de los elementos radicales violentos, de izquierdas o de derechas, que les agredan, destrocen el mobiliario urbano y rompan lunas de escaparates.
Los medios de información han de ser independientes de cualquier gobierno. Pero existen los poderosos grupos de accionistas que controlan a los diarios y a las televisiones privadas. ¿Cómo garantizar así la libertad democrática de información objetiva?
El populismo no es democrático. Detrás del populismo se esconden demagogos, que engañan al pueblo, políticamente ingenuo, para conseguir la mayoría de los votos. Eso es una deformación de la democracia. Una vez conseguido el poder, los “populistas” hacen todo lo contrario de lo que han prometido. Son los adictos al poder a toda costa. Una constitución democrática debería contener un artículo en el que se dispusiera que los mentirosos, los corruptos, los que protegen a los ricos y abandonan en la miseria a los pobres sean inhabilitados de por vida para la política y dejen de percibir sus elevados emolumentos. Que se busquen la vida como tantos millones de ciudadanos.
Estimado Manuel: Soy la corresponsal de la Cadena Ser en Alemania. Me gustaría contactar con usted. ¿podría, por favor, escribirme a mariaprietova@gmail.com? Muchas gracias
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