El fin de las ideologías, en sí movimiento táctico frente al capitalismo en la nueva sociedad tras la II Guerra Mundial y el estallido de la siniestra Guerra Fría, ha venido a suponer el fin del auténtico socialismo. El partido socialista “obrero” alemán, SPD, dio el ejemplo más espectacular en su congreso extraordinario de Bad Godesberg (15.11.1959), del que salió el hasta ahora en su mayor parte válido programa de Godesberg. En dicho congreso, el SPD pasó a llamarse oficialmente “Partido Socialdemócrata alemán” y se declaró como “partido popular” (en vez de partido de los obreros), es decir, como partido abierto a todas las capas sociales y a todas las tendencias políticas, siempre que éstas fuesen democráticas. Los demás partidos socialistas europeos siguieron más o menos fielmente el camino del SPD, para evitar, por una parte, la confusión del socialismo democrático con ese monstruo totalitario de “socialismo” que habían construido los comunistas: el “socialismo real”. Para los socialistas democráticos, el “socialismo real” era un fascismo a la inversa. Muchas capas de la sociedad no derechistas temían elegir al socialismo porque lo identificaban con el socialismo real comunista.
En nuestro país, una vez iniciada la andadura democrática, Felipe González no necesitaba los consejos del SPD para seguir su camino. González lo tenía claro: un socialismo marxista como el PSOE de Pablo Iglesias correría el peligro de dejar el terreno electoral a otros partidos que se designasen como “demócratas” o incluso “centristas”. Si González, es decir su PSOE, quería gobernar era preciso renunciar al marxismo y convertir al PSOE en un partido en el que pudiesen convivir todas las tendencias presentes en la sociedad española. Hay que decir que González lo consiguió: ¿Quién iba a decir que un día estarían codo con codo en el partido el ex estalinista jefe del PCE, Santiago Carrillo, y el piadoso católico José Bono, ex presidente de Castilla-La Mancha y actual presidente del Congreso de los Diputados? Pero González tuvo que tirar valioso lastre izquierdista por el camino hacia su partido popular (no confundir con el Partido Popular de Rajoy, en el que también ha sido preciso desprenderse de derechistas de peso, aunque todavía queda un fondo ideológico derechista-posfranquista y algunos exponentes más bien de extrema derecha, como la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre. Felipe González suprimió el marxismo del PSOE y marginó al sector izquierdista-marxista, los llamados guerristas, que desde entonces viven de la pura teoría, en el sentido literal de la palabra. Desde la fundación Pablo Iglesias y desde la fundación SISTEMA, el guerrismo cultiva con las publicaciones SISTEMA y TEMAS PARA EL DEBATE un izquierdismo marxista actualizado, puramente intelectual, con un excelente equipo de ideólogos, analistas, sociólogos, politólogos, etc. Pero su difusión es escasa por no ser los contenidos accesibles a todos los públicos. Así, todo queda dentro de los reducidos círculos intelectuales de izquierda.
Con la desideologización del socialismo, los socialistas se desarmaron ante un capitalismo camaleónico, pero que nunca cambia su ideología de obtener el máximo lucro posible explotando a los obreros (que insensatamente, y siguiendo el ejemplo de sus partidos de clase, ahora desclasados, habían creído lo más tarde hasta la crisis, que ya pertenecían a la clase media y se convirtieron en un no despreciable porcentaje de votantes de la derecha). Los gobiernos espanoles, por si ello fuera poco, han venido poniendo a disposición de los mimados empresarios, especialmente de la construcción, un ejército de reserva de mano de obra, sumisa y barata: los inmigrantes legales e ilegales. Éstos ocupaban los puestos de trabajo despreciados por su dureza por los espanoles, que preferían ir al paro. Ahora, con la crisis, los espanoles tendrán que competir con los extranjeros.
Sin embargo, con la crisis (la palabra más usada en 2009, seguida de Gripe A) el entretanto internacionalmente intrincado capitalismo ha dejado al descubierto sus puntos flacos (algunos de los cuales ya apuntaba Karl Marx en su obra “El Capital”) que un socialismo ideológicamente desarmado no ha sido capaz de aprovechar para imponer sustanciales reformas que también desideologicen a los amos de los medios de producción y del dinero.
El socialismo democrático está pasando también por una crisis de identidad. Un gobierno socialista en el poder no puede resolver nada, mientras que en los propios partidos socialistas no se lleven a cabo cambios fundamentales. Los líderes no surgen ni a dedo ni tampoco con enchufes, sino en los debates internos. Situar a un débil al frente del Gobierno sólo sirve para paralizar aún más al partido y darle a la oposición la oportunidad de ganar las elecciones sin ni siquiera tener un programa.
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