Entre los estremecedores gritos que se oían en Haiti tras el terrible seísmo el 12 de enero, (más de 150.000 muertos), con 7,3 grados el más potente en la historia del Caribe, hubo una exclamación que me conmovió especialmente por su ingenuidad, pero también por su necesidad de ayuda por parte de quien es adorado como padre amantísimo: “Dios mío, ayúdanos!” El 60% de la población haitiana es católica; los protestantes forman la minoría religiosa. El voodoo lo practican casi todos los haitianos, pero no excluye que éstos sean católicos. En el caso del voodoo se trata de los espíritus familiares, que no entran en conflicto con el catolicismo.
En el caso de las catástrofes naturales se pone de manifiesto la contradicción entre la realidad y las fantasías religiosas inculcadas a las personas desde la más tierna infancia. Ni “Dios” era culpable del desolador seísmo, ni podía ayudar a nadie, porque “Dios” es sólo una invención humana. El grito de aquella víctima del terremoto me recordó la visita, no hace mucho tiempo, del papa Benedicto XVI (Ratzinger) al campo de exterminio nazi, Auschwitz. El papa, conmovido, patético, exclamó: “?Dios mío, dónde estabas tú?” Pues en ninguna parte. Pero Herr Ratzinger, sí que sabe dónde estuvo él: hizo la mili de joven en el cuerpo de elite de Hitler, las terribles SS, encargadas, entre otras cosas, del exterminio de los judíos (el holocausto) y de las “razas inferiores", como los gitanos. Como el resto de los alemanes de su generación, parece ser que Herr Ratzinger (alias Benedicto XVI) tampoco se enteró de los horrores que estaban sucediendo en Alemania bajo la dictadura hitleriana.
Volviendo a la gran tragedia de Haiti: Cuando ocurren tales catástrofes surgen dudas y preguntas respecto a la existencia de "Dios". Los teólogos recurren a sus frases rabulísticas como: "Dios escribe derecho con renglones torcidos","los caminos de Dios son inescrutables" o esa otra explicación que es puro cinismo: "Dios los quería tanto que se los ha llevado a su Gloria".
No podemos culpar a la Naturaleza de las catástrofes que suceden en el planeta Tierra. La Naturaleza obedece a las leyes de la causa y el efecto. Si dos plataformas continentales chocan entre sí o se rozan, se produce un seísmo, cuya intensidad se mide por la escala Richter y depende de la fuerza del choque o del roce. Indirectamente, estas catástrofes, a su vez, inciden en la constante evolución natural en el planeta.
De alguna manera, todos vivimos sobre un volcán. Pensemos, por sólo citar un par de espeluznantes ejemplos, en el terremoto de Lisboa de 1755, el de San Francisco de 1906 o el tsunami que golpeó la costa de Ao Nang en Tailandia en 2004, exactamente 12 meses después del terremoto de 2003. En los últimos tiempos, centenares de millares de personas han perdido la vida en catástrofes naturales. También los humanos estamos sometidos, como todo lo que existe en la Tierra, a la ley de la causa y el efecto, Kismet lo llaman los turcos: el destino.
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