domingo, 10 de enero de 2010

Reminiscencias de nuestro remoto pasado

En nuestro subconsciente colectivo perduran como débiles ecos reminiscencias de nuestro antiquísimo pasado, cuando, por ejemplo, era normal el canibalismo ritual o por hambre. Hace muchos siglos que las víctimas humanas, ofrecidas a dios o a los dioses para calmar su ira y conseguir de nuevo su benevolencia, fueron sustituidas por animales tan dóciles y poco agresivos como las ovejas, los corderos o los cabritos. Más tiempo, sin embargo, duró el ritual de que el jefe de una tribu se comiese al jefe de otra vencida para apoderarse de su fuerza y valor. Pero, como digo, todo esto pertenece al más remoto pasado. El canibalismo y la antropofagia no existen ya en ninguno de los países civilizados del mundo, (hay puntos en nuestro planeta donde existen tribus al margen de la civilización que practican la antropofagia, como los Korowai y Fore en Nueva Guinea) También pueden darse casos únicos y extremos (como hace tiempo), cuando pasajeros de un avión siniestrado en un lugar rocoso y desértico sobrevivieron comiendo los cadáveres de los viajeros fallecidos.

Una reminiscencia de los rituales caníbales de religiones arcaicas es, por ejemplo, la eucaristía, rito en el que simbólicamente se come el cuerpo de Cristo (oblea) y se bebe su sangre (vino). Pero la eucaristía no es de origen cristiano. Como ya he escrito, el rito principal católico está tomado de antiguas religiones paganas como el culto de Mitra (persa, griego), el culto a Dionisio (griego) o el de Osiris (egipcio), que también celebraban esta importante ceremonia simbólicamente con pan y vino.

Cuando una mujer ve a un bebé muy mono suele exclamar “¡Qué ricura! ¡Me lo voy a comer…!” y como si sonara una campanilla en su consciente especifica: "¡… a besos!" También los enamorados se comen con los ojos y con los labios y en el fragor de la batalla sexual incluso a “dentelladas”. Las mujeres en plena pasión parecen querer convertirse en mantas religiosas…algo gustosamente aceptado por el hombre. ¡Dulce muerte!

Los vegetarianos acusan a quienes comemos carne de estar en un estadio primitivo de la humanidad. Yo, francamente, si me gustase la verdura y pudiese tener la disciplina de los vegetarianos, no comería carne. La muerte de cualquier animal me parece como mínimo una ejecución. Pero hay que ser humildes. Somos criaturas de la Naturaleza y hemos de obedecer sus leyes. No hemos llegado a ser espíritus puros, por encima de la materia y sus leyes. No todo el mundo puede proveerse de proteínas comiendo pepinos asados. Si fuese tan fácil renunciar del todo a la carne quizá desaparecerían los matarifes y se dedicarían a la agricultura. Mi esperanza es que la ciencia invente alimentos completos y sabrosos. Me apuntaría. Pero más de uno echaría de menos un buen codillo. También una reminiscencia, aún vigente, de nuestros tiempos de depredadores carnívoros.

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