Hoy he celebrado con mi esposa Margarita el día de los Reyes Magos con un riquísimo roscón alicantino. A ella le ha tocado la sorpresa de una especie de camarero con un imancito en la espalda y para mí ha sido un anillo como el que lleva el papa.
Me gusta mucho la festividad de los Reyes Magos, con su frescor pagano, sin olor a rancias sotanas. Los Reyes Magos (para unos eran cuatro, para otros, tres) son una tradición que se remonta a antiquísimas culturas y que, en forma de leyenda, unos tres siglos después del comienzo de nuestra era, fue puesta en circulación por los autores de los Evangelios: también figuraban en el nacimiento de Jesús, algo que no pudo ser verdad, porque incluso El Vaticano reconoce ahora que Jesús no nació en un pesebre de Belén, sino en casa de sus padres José y María en Nazaret. Y nos imaginamos que el bebé Jesús tendría una cunita de alto standing, dado lo buen carpintero que era su padre. O los reyes vieron su error y se desviaron hacia Nazaret, llevando al recién nacido incienso, oro y mirra.
Dejo las cosas como están y repito que a mí me gusta el Día de los Reyes Magos por su sabor nada clerical, por ser el día cumbre de nuestra infancia (aunque en nuestra posguerra había Reyes para los franquistas ricos y reyes raídos, pero muy amados, pobres, pero portadores de ilusiones, para los chavalines y las chavalinas rojos, y más, si sus padres habían sido fusilados o estaban en la cárcel. Mi rey mago Melchor era mi vecinita Emilita, hija de un taxista comunista. Yo heredaba de Emilita sus juguetes de los Reyes anteriores. Mi juguete más preciado, heredado de Emilita, era un cine-nic. Pero también mi tío Paco y el hermano menor de su esposa, Cheche, que era mecánico, entregaron a los Reyes Magos para mí un triciclo, reconstruido por Cheche, que fue mi juguete más querido durante bastante tiempo, hasta que sus ruedas y su manillar no pudieron más.
Todavía recuerdo las carreras con mi triciclo por el Paseo de Ronda.
Yo creo que está muy bien que en las fiestas de los Reyes Magos se recuerde a esos millones de muchachitas y muchachitos que mueren de hambre y por enfermedades infecciosas, que no conocen la alegría en sus jóvenes corazones y que, como se ha hecho en algunas ciudades, se apele a la solidaridad (no a la caridad) y se despierte el interés por ayudar a esos pueblos arrasados por la miseria y esquilmados por jefezuelos corruptos, que dejan morir de inanición a sus ciudadanos, mientras ellos atesoran riquezas, que en gran parte van a parar a bancos extranjeros, como en Suiza. El organismo para la infancia de la ONU, UNICEF, debería estar presente en las celebraciones multitudinarias de las cabalgatas de los Reyes Magos, de Oriente. Sí, de allí vinieron estas figuras legendarias hace ahora más de cinco mil aniversarios para traer la ilusión y la fantasía a un mundo cada vez más deshumanizado.
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