Apoyándose en sus antecedentes judíos, especialmente en la Biblia, el catolicismo gusta de hablar de “revelación” y de “revelaciones” para probar la existencia de “Dios”. Se trata de una farsa. “Dios” jamás ha hablado a los hombres y ningún hombre ha podido oír “la palabra de Dios”. Los dioses (“Yahvé” –Jeová-, “Dios”, “Allah” en las religiones monoteístas) fueron inventados por los seres humanos, a su imagen y semejanza, con sus mismos defectos y virtudes, hace más de 30.000 anos, cuando el homo sapiens, sapiens comienza a hacer uso de la luz de su inteligencia, que le diferencia definitivamente de los animales. El hombre se da cuenta de que es frágil, que ha de sobrevivir en un entorno hostil, su cerebro ha captado la realidad de la muerte, se halla rodeado de peligros. Inventa ritos y rituales, para contentar a dios o los dioses, ofrendas, incluso sacrificios humanos. (El momento en que la especie humana se separa definitivamente de los simios, es decir de los animales, hace más de un millón de anos , podría identificarse bíblicamente con la pérdida del Paraíso, simbolizada en morder la manzana del árbol del saber: puede interpretarse como el despertar paulatino de la actividad cerebral, que transcurridas millares de décadas convertiría al hombre en una especie de “dios” en relación con los demás animales, pero pobre criatura en medio de las fuerzas de la Naturaleza). Como ya he escrito en otro lugar, el hombre aterrorizado por erupciones volcánicas, por seísmos, tsunamis o por terribles tempestades con sobrecogedor aparato eléctrico, busca un ser superior que le proteja: primero se fija en el sol, el que trae la luz y el que hace brotar la vida, supremo bien de la Humanidad. Ninguna voz se oye desde los cielos, despertando ecos en los cuatro puntos cardinales: “Yo soy tu Dios. Yo soy el que soy”. Todo esto es pura literatura fantástica de la Biblia. En el transcurso de los siglos, surgen más dioses, aunque siempre sometidos a un Dios supremo, como Zeus, el Dios de los dioses. A partir de los primeros siglos de nuestra era surgen, por último las religiones monoteístas, la más antigua de las cuales es el judaísmo, nodriza, por decirlo así, del cristianismo, de origen también semita, acaparado en los primeros siglos por judíos helenizantes y latinizantes.
La Biblia, con sus múltiples “revelaciones”, no es un libro histórico, como tampoco lo son los Evangelios, que hacia el siglo IV fueron adjuntados a la Biblia como un pegote (el “Nuevo Testamento”). La Biblia es una recopilación de antiquísimos mitos (Gilgamesch) y leyendas que paulatinamente, según historiadores judíos como Finkelstein y Neil A. Silbermann, se van convirtiendo en la “epopeya judía.”
Es absurdo creer que el “caudillo” judío Moisés dialogó en el monte Sinaí con el mismísimo Yahvé, que le entregó las tablas de los diez mandamientos para que se las llevase y leyera a los judíos, “el pueblo elegido”. Según la Biblia, Moisés cogió un gran mosqueo cuando halló a su pueblo adorando al becerro de oro y entregado a desenfrenadas orgías. Rompió las tablas, pero las volvió después a escribir una vez que sus judíos hubieron de escuchar una tremenda bronca. Que el mismísimo Yahvé (o Jehová) hablase desde una zarza ardiendo es algo muy poético, pero que normalmente sólo podrá creer una criatura de cinco primaveras. Historiadores judíos están investigando muy a fondo la Biblia, y en especial en lo que pueda tener de “historia fiable del pueblo judío”. Se cuestiona el éxodo de los judíos de Egipto, se afirma que la travesía del desierto es mera ficción, y pura fantasía la separación de las aguas del río Jordán e incluso se pone en duda la existencia del propio Moisés. Al respecto es muy interesante leer el artículo “Los cascotes de la Biblia”, publicado por “La Verdad” el 16. 12. 2004.
Quienes afirmen en nuestros días que “Dios” habla con ellos son psicópatas, místicos epilépticos (como “San” Pablo o “Santa” Teresa de Jesús) y, en el peor de los casos farsantes, mentirosos, taimados demagogos (Bush) y estafadores.
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