lunes, 11 de enero de 2010

Nuestra lengua: "Amosanda"

Me pregunto cuántos aborígenes de Madrid recuerdan todavía nuestro lenguaje coloquial y nuestros juegos infantiles.

“Amosanda” (vamos anda) decíamos cuando alguien contaba una trola o expresaba pretensiones exageradas. Para los chiquillos no deseados en nuestro grupo teníamos la fórmula de repudio más contundente: “Amos pira (pirar=largarse) lavativa, amos vete salmonete a chupar la taza del retrete”.

En la calle aprendíamos toda clase de palabrotas, que, naturalmente, yo no repetía en casa para no llevarme un bofetón. Joder era una de esas palabras tabú. Pero teníamos a nuestra disposición palabras de camuflaje como: jolines, jolín y jopé. La palabra que más usábamos en la calle era “gilipollas”. La dejamos reducida a “gili” y así la convertimos en palabra permitida, aunque con el mismo significado. Los gitanos aparcados en nuestra calle de Raimundo Fernández Villaverde, cerca de la glorieta de Cuatro Caminos (nosotros pronunciábamos: Cuatrocamínos), con sus carritos y sus burros para hacer transportes poco importantes, discutían mucho. La palabra que más oíamos se refería al órgano sexual femenino (“co…”). Esta palabra estaba vedada completamente para los chiquillos del barrio. Sin embargo, podíamos decir “chocho” , ¡pero no en casa! Lo gracioso del caso es que los altramuces se llamaban chochos. Se los comprábamos a la pobre y anciana Isabel con su cestito: “Déme usted una perra gorda de chochos”. Para completar este campo de nuestra formación sexual diré que el pene de los nenes se llamaba “pilila”.

Mi barrio de Cuatro Caminos había sido en su mayoría rojo: mucha UGT, mucho PCE y PSOE, mucha CNT y no poca FAI. Al acabar la guerra civil, la represión se cebó en el barrio, donde hubo muchos fusilados y muchos encarcelados. En la posguerra, la pobreza era extrema en el barrio. Veíamos pasar a muchachos, cuchara al cinto, rapados al cero y casi andrajosos. Iban a comer caliente a Auxilio Social. También entre nosotros, los pobladores del barrio, existía la pobreza. Pero los chiquillos son crueles. Si veían a un muchacho con un siete en las posaderas del corto pantalón, le cantaban: “Culo roto se pasea por la calle la Montera”.

Nuestros juegos eran muy simples, pero a veces no exentos de cierta violencia. Nos gustaba jugar a la piola: cada cual ocupaba su sitio por sorteo. El primero se agarraba a un farol y adoptaba la postura de un borrico. El segundo saltaba al lomo del primero y después se agarraba a él tomando también la postura de un jumento. El tercero lo hacia sobre el segundo y el primero y después se agarraba al segundo en la misma postura. Y así sucesivamente. Los últimos tenían que saltar por encima de las grupas de sus amigos sin caerse. Para conferir más emoción al juego estaba el espolique, un golpe con el tacón en el costado de la víctima. Algo así como clavar las espuelas. Teníamos en el barrio un cine llamado Astur Cinema, en el que los domingos proyectaban película del Oeste sin doblar. A nosotros nos gustaban mucho, aunque no entendíamos nada, pero veíamos la acción. Jugábamos a “los americanos” con nuestros revólveres de baquelita. El problema era que nadie quería ser el malo ni tampoco el siux o el apache. También existía el problema de que nadie quería morir, aunque le disparases (hacíamos el ruido del disparo con la boca): “¡Jopé, éste nunca muere!”

Las nenas jugaban a la comba y cantaban canciones como: “Popeye marino soy…”, “Date la vuelta Pepe, date la vuelta, que quiero ver el forro de tu chaqueta” o “Al subir a la barca, me dijo el barquero, las chicas bonitas no pagan dinero…”

Nuestro barrio se extendía desde la glorieta de Cuatro Caminos hasta los llamados nuevos Ministerios. Nuestra base de operaciones estaba al comienzo de Raimundo Fernández Villaverde hasta el Hospital Obrero. Pero cuando íbamos en busca de aventuras llegábamos hasta las empinadas escalerillas que conectaban la larga callejuela de Almagro con el Paseo de Ronda o a los terraplenes, donde hoy está enclavada una Telefónica. Los terraplenes nos servían de montes que escalar y hacíamos excavaciones con martillos y formones. Enfrente de los terraplenes –en la orilla derecha de la calle- se hallaban los hotelitos, un barrio muy curioso de gente con toda seguridad acomodada. Nos gustaba correr por aquel dédalo de callejuelas bien cuidadas.

Los barrios eran auténticos territorios con sus propias fronteras. Si una banda de un barrio rival penetraba en otro barrio, se desencadenaban batallas campales a pedrada limpia, también con tiradores o tirachinas, las llamadas "dreas" (pedreas). Frecuentemenete tenía que intervinir la policía armada. Nuestro barrio era generalmente pacífico. Nuestros aliados eran los muchachos de la avenida de Reina Victoria, con quienes intercambiabamos cromos de "Blanca Nieves" en los escalones del cine Metropolitano.

No quiero acabar estos recuerdos sin mencionar al edificio de la Telefónica, que todos los de Madrid hallábamos “chachi” y presumíamos de su altura –era por entonces el edificio más alto de nuestro país- delante de los “panolis”, esos catetos ingenuos que se dejaban esquilmar con el timo de la estampita. He mencionado la palabra “chachi”: con gran sorpresa me entero por mi esposa Margarita, catalana de Barcelona, que por aquellas fechas “chachi” (bonito/a, estupendo, guapo/a) también había llegado a la Ciudad Condal.

Antes de concluir apuntaré que la policía de Franco era especialmente temida y odiada por su brutalidad. Los más violentos eran los guardias civiles y los de la Policía Armada que en la década de los 50 ya eran llamados los grises. Para nosotros un guardia urbano o un municipal era “el guardia de la porra”. Los de la secreta eran los polis. Y un guardia en general: un guripa.

3 comentarios:

  1. Me recordaste lo que me contaban mis abuelos y mis padres!Estoy emocionada... Gracias!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Manuel por esos recuerdos de infancia. Esas expresiones son las que use en mi infancia ahora tengo 75 años .
    Esta mañana me salió el “amosanda” como reacción a una propuesta que me hacía un amigo.
    Ahí es como si el tiempo se hubiese detenido.
    Mi barrio ha sido Tetuán pero resulta que después me he movido y me sigo moviendo por Cuatro Caminos

    ResponderEliminar