El pasado domingo el diario El País resaltaba un titular, en su primera página, que decía: “El 96% de los españoles cree que la corrupción política es muy alta”. Efectivamente, no hace falta ser ningún lince, ni realizar ninguna macroencuesta para darse cuenta de esta cruda realidad. Lo que me pregunto es quiénes serán los del otro 4%, para no ver lo evidente. Sin duda estarán entre ellos los Bárcenas, urdangarines, pujoles… y todo un largo etcétera de personajes vinculados con los partidos políticos o con los distintos poderes, en general.
Un día sí, y otro también, nos encontramos en los medios de comunicación múltiples noticias sobre la corrupción en España y vemos cómo algunos cargos públicos, de todos los colores, han utilizado la política para enriquecerse a costa de los demás. Porque esa es la otra cara de la moneda. Por cada personaje, institución pública o privada, que se ha enriquecido, hay otros muchos que pagan las consecuencias. Se nos ofrecen a diario razones económicas para justificar el desmantelamiento de la sanidad pública, el cierre de empresas, o la eliminación de determinados servicios sociales. Y yo me pregunto: ¿y las personas, se tiene en cuenta a las personas? Está claro que no.
Mucha gente está pasando por situaciones extremas para enterarse, por las bravas, de que las personas no cuentan lo más mínimo para muchos de los que ostentan distintos poderes. Ellos solo ven números, resuelven los problemas sentados en un cómodo sillón, mientras siguen disfrutando de sus privilegios. Pero ¿por cuánto tiempo? Porque esta época que vivimos, que pide a gritos cambios reales, y no simple maquillaje, es perversa. Y el que piense que no le va tocar, se equivoca.
Además, no son muy inteligentes a la hora de recortar gastos, porque lo están haciendo al revés. Recortan por abajo, en lugar de hacerlo por arriba. Pero claro, eso implicaría meter mano en sus propios privilegios. Solo con escasa amplitud de miras se justifican las cosas que están haciendo. Es de Perogrullo. Si se quiere mantener cualquier estructura social, política, económica o como sea, no se bombardea la base, porque lo que está abajo, sostiene lo de arriba. Pero son tan simples que creen que van a poder mantenerse en sus torres de marfil, sin una base que las sostenga. Lo que deberían hacer, si fueran mínimamente inteligentes, es reforzar justamente todo lo que se están cargando y eliminar lo que ya no sirve a la comunidad... Empezando por ellos mismos. Pero claro, eso de hacerse el harakiri debe doler mucho. Resulta más fácil sacar los higadillos a los demás.
Pero, como todo aspecto sombrío, estas situaciones también encierran su parte luminosa; algo que cada uno tendrá que encontrar dentro de sí mismo, al margen de circunstancias externas. A nivel social, todas estas experiencias dramáticas que la gente está viviendo, tienen su contraparte: la solidaridad dormida, que ha vuelto a despertarse y la empatía con el que sufre. Frente a una decisión como la de Dolores Cospedal, de dejar a mucha gente sin urgencias médicas –decisión suspendida cautelarmente por los jueces- destaca la actitud de los alcaldes de su propio partido, que se han puesto al lado de sus vecinos, y en contra de sus dirigentes políticos. Claro que si todos hicieran lo mismo, los partidos, tal como se conocen, desaparecerían…Y yo espero que eso ocurra, antes o después, como tantas otras estructuras caducas, que no tienen razón de ser en estos tiempos.
Sí, ya sé que son tiempos de crisis, es verdad, pero también de despertar capacidades dormidas, con las que tenemos la oportunidad de retomar el rumbo de nuestras vidas y de recrear un mundo en el que las personas sean lo más importante, y la vida pública esté a su servicio… Es solo cuestión de tiempo.
Fuente: La Verdad – Camino a la utopía
Autora: Rosa Villada
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