viernes, 14 de noviembre de 2014

Turismo: Eslovenia y Croacia (II)




Después de nuestra huida del Hotel Palace de Portoroz nos instalamos en el complejo de bungalows “Villa Rubin”, en las afueras de Rovinj, en la costa occidental de Croacia, casi donde empieza la península de Istria. Eran unas casitas sencillas, pero confortables, en plena naturaleza, con un pequeño jardincillo y aparcamiento propio delante de la puerta. Y lo que es más importante, muy cerquita de la playa. Aunque, todo hay que decirlo, nosotros no somos muy de tomar el sol porque Manuel y yo tenemos la piel muy blanquita y nos ponemos en seguida como dos cangrejos.
 
Así que nos dedicamos sobre todo a hacer turismo cultural. Primero fuimos a la cercana Rovinj, una pequeña y encantadora localidad con un centro histórico de estilo veneciano, plagado de monumentos, que nos da una idea de la importancia que tuvo que tener en el pasado (de 1283 hasta 1797 fue una de las principales ciudades istrianas de la República de Venecia). Sus estrechas callejuelas conducen al alto de la villa. Allí, la barroca iglesia de Santa Eufemia (S. XVIII) domina majestuosa la ciudad desde su torre de 60 metros. Construida en estilo veneciano, la estatua de bronce de la patrona de Rovinj, que corona su cúpula, gira continuamente mecida por el viento.
 
Con las pantorrillas doloridas de tanto subir y bajar por las angostas callejuelas, llegamos a la plaza principal de Rovinj, la Trg marsala Tita (Plaza del mariscal Tito), presidida por su singular Ayuntamiento (S. XVII) y su “campanile” de estilo neoveneciano. De allí nos plantamos en pocos pasos en el hermoso Paseo Marítimo, con sus numerosos cafés y restaurantes, desde donde se divisan el casco antiguo y la isla Santa Catalina.
 
Cansados y hambrientos elegimos para nuestro almuerzo un pequeño bar de Pescadores para degustar unas sardinas y unos Cevapcici a la brasa que, con una ensaladita de tomate y cebolla y un vinito blanco de propietario, nos supieron a gloria. Cuando llegamos a nuestro alojamiento, nos encontramos con una sorpresa: una caravana de hormigas que se habían colado por debajo de la puerta. Yo me acordé de una receta de mi la madre de mi tía, que había vivido mucho tiempo en el campo. Pedí a los recepcionistas que me consiguiesen unos sobres de levadura, un platito y una copa grande de anís. Distribuí la levadura por todo el camino que seguían las hormigas (que llegaba hasta el cuarto de baño). Coloqué el platito con una montañita de levadura bien mojada en anís. Al día siguiente, me encontré con un montón de hormigas borrachas, que barrí con la escoba fuera del apartamento. Antes de salir, volví a repetir la operación y las hormiguitas ya no volvieron a aparecer.

Ese día nos tocaba una excursión a Limski Draga, un fiordo en medio de un paisaje espectacular cerca de Pula, donde en 1958 se había rodado la peli “Los Vikingos”, con Kirk Douglas y Tony Curtis como protagonistas. Cuando nosotros fuimos, todavía quedaban vestigios del poblado vikingo que los cineastas había construido expresamente para el filme, pero ya por aquel entonces estaba en bastante mal estado. Años después me enteré que una tormenta había destruido por completo lo que quedaba de él.
 
Aprovechamos el viaje para acercarnos a Pula, la ciudad más importante de Istria, con sus magníficos monumentos romanos (las murallas, el anfiteatro, el arco de triunfo de Sergio con sus bellas columnas corintias, la Puerta de Hércules y el Foro romano con el templo de Augusto). Vale la pena ir a la Catedral de la Asunción (S. VI) y la iglesia bizantina de Santa María Formosa. Nos hubiese gustado también visitar el Museo de Istria, cerca de las Puertas Gemelas, pero justo ese día estaba cerrado. Así que, como ya era la hora del almuerzo, decidimos regresar a Rovinj.

Hicimos un alto en el camino para  comer pescado a la brasa y pan con Ajvar (un sabroso puré frío de berenjenas, pimientos, ajo y aceite de oliva) en un pequeño restaurante familiar desde donde se podía divisar el archipiélago de Brioni, cuya isla principal, Brioni, en medio de un espectacular Parque Natural, albergaba la lujosa residencia de verano del mítico Mariscal Tito, por lo que estaba vetada a los comunes mortales. Josip Broz “Tito”, Jefe del Estado yugoslavo, un comunista muy especial, antiguo partisano contra la invasión nazi, que incluso hoy tiene calles y plazas a su nombre, no se privaba de nada. Durante sus vacaciones en Brioni solía invitar a su residencia a actores famosos como Elisabeth Taylor y Richard Burton, Sofía Loren o Gina Lollobrigida.
 
Alguna vez tenia que ocurrir.  En este viaje nos tocó vivir uno de esos timos ideados por astutos nativos para sacarles los cuartos a turistas pardillos como nosotros. Se trataba de una excursión en barco a una isla cercana que incluía un almuerzo de pescado a la brasa, postre y bebida. El barco en cuestión resultó ser una vieja barcaza, el pescado era una enorme caballa al espeto, servida totalmente viuda, sin ningún tipo de guarnición, sobre un plato de plástico. El vino, un tinto peleón y el postre, un helado prefabricado bastante siniestro. Nuestros compañeros de viaje, en su mayoría alemanes, contentísimos (a ellos les encanta la caballa, que no puede faltar en ninguna fiesta popular), sobre todo porque  los avispados “marineros” no paraban de llenarles el vaso (de plástico, claro). Pronto empezaron a regalarnos los oídos con esas canciones que suelen cantar a grito pelado cuando están “achispados”.
 
De pronto, oímos un tremendo estruendo. Habíamos chocado contra una lancha motora tripulada por unos italianos que empezaron a gritar y gesticular. Al capitán de la barcaza no le quedó más remedio que dar parte a las autoridades que, como era la hora de comer, tardaron una eternidad en llegar. Para matar el tiempo y evitar protestas, los tripulantes no paraban de ofrecer Slivovitz, un aguardiente de ciruelas de más de 45 grados, a los alemanes, que ya tenían los ojos vidriosos. Lo malo es que nuestra embarcación no tenía ni techo ni toldo alguno para resguardarnos. Poco a poco, el sol abrasador fue chupándose el protector con el que había embadurnado mi delicada piel (heredada de mi madre, que era pelirroja) y yo iba adquiriendo paulatinamente el color bermejo de una gamba.
 
Desde la aparición, por fin, de la policía de marina hasta la finalización de todos los trámites (parte de accidente, denuncia, etc.) transcurrió otra hora. Se había hecho tarde y había que darse prisa, por lo que iniciamos viaje de vuelta a Rovinj. Los alemanes, todos más borrachos que una cuba, no se dieron cuenta de que nos habían tomado el pelo de la manera más triste. Dejando aparte la pobretona comida, en esa pseudoexcursión habíamos estado bordeando una isla a tan sólo unos pocos kilómetros de nuestro punto de partida. Yo estaba demasiado preocupada por el color que habían tomado mis hombros como para ponerme a cantarles las cuarenta a los organizadores del viajecito de placer.
 
Cuando llegamos a los bungalows, lo primero que hice fue pedir en recepción cubitos de hielo y vinagre para poder aliviar el dolor que me producían las quemaduras solares en cara,  hombros y brazos. Por la noche tuve incluso fiebre. Menos mal que, al día siguiente, el recepcionista me consiguió en la farmacia una pomada humectante para paliar las molestias. Afortunadamente, no me salieron ampollas y al cabo de pocos días lucía el bronceado más perfecto que he conseguido tener en mi vida. Pero a qué precio…
 
Margarita Rey
 
 
 
 (Continuará...)

 

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