Lo más fácil de deformar es el cerebro infantil, que poco a poco va creando sus apartados, en los que reparte los conocimientos que adquiere en contacto con la realidad y que van evolucionando con la edad. En el niño existe un “apartado” cerebral, en el que guarda sus experiencias infantiles: miedos, el Coco, los fantasmas, personajes de películas de terror así como los cuentos del abuelito, máxima autoridad masculina, o leyendas de la abuelita, el alma de la casa (esto era en mis tiempos; hoy lo más probable es que abuelito o abuelita estén aparcados en una residencia. Cosas de la vida moderna). En este rincón depositan las religiones y las ideologías sus huevos, los embriones de futuros fanatismos y radicalismos.
Curiosamente, en algunas personas ese cajón de sastre infantil se borra con el paso de los años. Son los escépticos, los agnósticos, los realistas o los que, sencillamente, hacen uso de su razón, de lo cognitivo, que también aumenta con la edad. Me asombro de que existan personas súper inteligentes, con una fabulosa cultura, que crean en los mitos y leyendas religiosos a pies juntillas. Eso que ellos llaman “fe”, es una colección de fábulas dogmáticas, en la que las religiones introducen una serie de recompensas (por ejemplo, contemplar a Dios toda la eternidad, después de la muerte) o castigos (el fuego eterno del infierno). De nada sirve que Juan Pablo II declarara que no existe el infierno y que Benedicto VIII (Ratzinger) proclamara que el cielo no es un lugar, sino un espacio espiritual. Generaciones enteras seguirán creyendo en el diablo y generaciones sin fin mantendrán su fe en el paraíso, con Dios, Jesucristo y la Virgen, como los católicos, y con las bellas huríes y toda clase de placeres, como los musulmanes.
Lo mismo que con las religiones ocurre con las ideologías. No existe una diferencia entre el fanatismo religioso y el ideológico. Este último también es inculcado en los cerebros infantiles por los ideólogos o por los dictadores, y es muy difícil de erradicar porque las ideologías se transmiten de generación en generación. Los abuelos y los padres son los principales responsables de estas aberraciones, porque en sus casas siguen sembrado la semilla de la mentira y del odio.
En estas condiciones hubiese sido imposible, con la derechona y la Iglesia católica en contra, que, por fin, en España se supiera la verdad de nuestra más reciente historia. Si no cambia el actual régimen, la “memoria histórica” seguirá siendo nuestra asignatura pendiente. El olvido será finalmente la solución. Pero los fascistas no olvidan.
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