viernes, 30 de mayo de 2014

Atalaya: Fraternidad



Fraternidad,  junto a Libertad e Igualdad, era uno de los tres pilares sobre los que asentaba la Revolución Francesa que volcó todo el orden monárquico, nobiliario y eclesiástico, el mayor parásito de Europa, que volvería con Napoleón, que quiso dominar a toda Europa e imponer a cada nación un rey de su estirpe, como José Bonaparte, enviado a Madrid. Un buen rey, sin comparación con los anormales monarcas que nos coló, las más de las veces  una astuta política de matrimonios con princesas extranjeras.

Las revoluciones son buenas y comprensibles cuando el pueblo, como en la Edad Media sufría la tiranía de reyes y nobles, encadenado el pueblo a un régimen tiránico y explotador y condenado a trabajar como esclavos e ir a la guerra si lo  ordenaban los señores feudales, entre los que figuraban, ¡cómo no!, las altas jerarquías de la Iglesia.

El pueblo galo, harto ya de tantos sufrimientos, dijo  “¡Basta ya!” y desencadenó el cambio político más importante que se produjo en Europa  a fines del siglo XVIII y tuvo repercusiones en todo el continente.
 
El principio de la Revolución Francesa fue muy cruel. Innúmeros nobles y eclesiásticos fueron guillotinados: en primer lugar el rey Luis XVI, cuya ocupación favorita era arreglar relojes y coleccionarlos. Le siguió en la guillotina, su desdichada esposa, Marie Antoinette de Austria, que no acabó de  comprender por qué la iban a decapitar. Su frase: “si no tienen pan, que coman brioches”, supuestamente pronunciada cuando el pueblo hambriento fue a Versalles a perdirle pan, entró en el Guiness de Frases Célebres de la Historia como ejemplo de falta de sensibilidad.

Como siempre, los nobles más avispados o mejor informados tuvieron tiempo de ponerse a salvo, huyendo al extranjero. Otros, no viendo otra salida, se disfrazaron de gente de la gleba y se incorporaron a los revolucionarios, en la esperanza de poder también exiliarse.
No todo son claveles en las revoluciones. Se derramó mucha sangre inocente y se cometieron auténticas atrocidades en las distintas  fases. Un hombre que ha pasado a la Historia como un tirano y sangriento líder, un dictador, fue Robespierre.
 
De todos los lemas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad), el que más hondo caló al principio fue el de la Fraternidad, hacer un mundo en el que triunfe el amor al prójimo, pero no fue así. “El hombre es un lobo para el hombre”.  En el sindicalismo, en el socialismo y también en voluntarios religiosos  (voluntarias religiosas) se sigue fiel a la fraternidad, que con el tiempo se ha convertido  en la palabra más política: “solidaridad”. Es una utopía el sueño de Schiller (“A la alegría”), que todos nos hagamos hermanos. Pero las utopías están para eso, para luchar por que se realicen, por muy ardua que sea su consecución.
 

                                                   
 

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