La publicación de las investigaciones que dan por casi seguro que algunos de los huesos enterrados en el subsuelo de la cripta del Convento de las Trinitarias de Madrid podrían pertenecer al autor del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra, fue objeto de la siguiente glosa de Teodoro León Gross en su habitual columna de Diario Sur, “El Mirador”:
“No es país para Quijotes
Trasegar muertos es una de las viejas señas de identidad de España. Sobre todo si son muertos arrojadizos, cadáveres de una de las dos españas contra la otra mitad. La búsqueda de Lorca inspiraba un miedo ventral a la derecha ultramontana temiendo que acabaría en un santuario laico; y la izquierda mantiene su pelea simbólica con el Valle de los Caídos. Esos muertos de España son una variante del mito del Cid: se les usa para ganar batallas después de muertos. El viejo Antillón es todo un símbolo, aquel liberal patriota mandado asesinar por Fernando VII que murió en precario, se le enterró en una fosa común, más tarde en el trienio liberal fue desenterrado por el consistorio constitucional e inhumado en la cripta familiar, y apenas regresar el absolutismo fue otra vez desenterrado para quemar los restos y esparcir sus cenizas al viento para que nunca más se le pudiera dar noble sepultura. Eso es España, donde el descanso eterno suele ser temporal.
Trasegar muertos es una de las viejas señas de identidad de España. Sobre todo si son muertos arrojadizos, cadáveres de una de las dos españas contra la otra mitad. La búsqueda de Lorca inspiraba un miedo ventral a la derecha ultramontana temiendo que acabaría en un santuario laico; y la izquierda mantiene su pelea simbólica con el Valle de los Caídos. Esos muertos de España son una variante del mito del Cid: se les usa para ganar batallas después de muertos. El viejo Antillón es todo un símbolo, aquel liberal patriota mandado asesinar por Fernando VII que murió en precario, se le enterró en una fosa común, más tarde en el trienio liberal fue desenterrado por el consistorio constitucional e inhumado en la cripta familiar, y apenas regresar el absolutismo fue otra vez desenterrado para quemar los restos y esparcir sus cenizas al viento para que nunca más se le pudiera dar noble sepultura. Eso es España, donde el descanso eterno suele ser temporal.
Cervantes tiene la ventaja de ser un cadáver de consenso. De ahí la rareza de abrir el telediario con diez minutos de autoestima, y hasta exhibiendo el CSI high tech de los forenses. Ahora, claro, habrá feria con los restos; incluso no tardará en construírsele el Panteón MoviStar o el Inditex Memorial Hall. Lógico. El ministro de Cultura (sic) apenas conocer la noticia ya celebraba la posibilidad de hacer caja. Difícilmente la 'casta' se resistirá a explorar cómo sacarle partido. Zapatero ya ensalzó a Cervantes como un símbolo de la 'alianza de civilizaciones'; y hasta el nacionalismo ha tanteado catalanizarlo como Miquel de Sirvent. Cervantes, a pesar de todo, ha resistido. Quizá porque aquí no lo lee nadie (el Quijote es como la Biblia para los católicos: libro de lectura obligada que no lee casi nadie) y porque España adora a quien triunfa fuera. Cervantes es más que una estrella de Hollywood; el único español en el canon de Bloom, un tótem de la Literatura Universal.
Hemos encontrado a Cervantes, pero quizá hemos perdido el Quijote. Unamuno, en el 'El sepulcro de don Quijote', ironizaba que si éste resucitara y volviese, estaría bajo sospecha permanente. No es país para quijotes. La Generación del 98, que paradójicamente no escribió nunca sobre el 98, pudo llamarse Generación Quijote porque trató de reencontrar el alma de España en él, seguramente en vano. Unamuno insistía en haber hallado «mi yo español» en Alonso Quijano; Galdós en que cada español podría sentirse Quijote por idealista y por maltratado; incluso Ortega, en su primer libro, veía en él una invitación a preguntarse «Dios mío ¿pero qué es España?». Pero claudicaron. Quizá España ya había enloquecido demasiado para quijotes. A estas alturas parece más fácil encontrar los huesos del escritor que lectores de su obra. Honraremos sus huesos, ya que no sus páginas”.
Fuente: Diario SUR
Autor: Teodoro León Gross
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