Con la democracia, también la Iglesia católica ha tenido que aceptar ser igual ante la ley. Los casos de abusos a menores por parte de sacerdotes se hacen públicos como cualquier otro delito. Así, en su día, los medios daban cumplida cuenta de los abusos a menores de edad cometidos por tres sacerdotes y un seglar e Granada. Los detenidos eran miembros de un clan conocido como Los Romanones y pasaron a disposición judicial. El Arzobispado de Granada y el Ministerio del Interior, al parecer, ya conocían el caso, pero no quisieron enredarse en asuntos eclesiásticos.
Tuvo que ser el Papa Francisco quien interviniera. El Papa, al recibir la carta de un joven comunicándole que había sufrido abusos sexuales desde los 14 hasta los 17 años por parte de "los Romanones", pidió perdón en nombre de la Iglesia por cuantos abusos con menores hubiesen cometido o cometiesen los sacerdotes y anunció duras penas. Sobre todo, el Papa aseguró que serán también duramente castigados los religiosos católicos que abusen de niños o niñas en Estados Unidos, donde esta lacra estaba muy extendida.
En los tiempos del matrimonio entre el franquismo y la Iglesia, sólo los padres o parientes más allegados, llegaban a conocer los sufrimientos de sus hijos, que callaban por miedo o por vergüenza. Con su oscurantismo, la Iglesia silenciaba el delito y, a lo sumo, trasladaba al clérigo manoseador a otra diócesis. Hoy, el ser religioso no exime de publicidad, ni de castigo desde el propio Vaticano. El Papa Francisco tuvo conocimiento de la ignominia en Granada por una carta que le escribió uno de los violados, que había leído la noticia en la prensa española.
Es muy loable que el Papa Francisco haya tomado cartas en el asunto. Pero habría otra solución más efectiva: la supresión del artificial celibato: que los sacerdotes católicos, al igual que los pastores protestantes, puedan casarse y fundar una familia. Es curioso: de vez en cuando los obispos organizan manifestaciones con ingenuos feligreses en contra del aborto (sea cual fuere el caso), que califican de asesinato, pero hasta ahora no he visto ninguna manifestación, con los Rouco a la cabeza, exigiendo el fin del tramposo celibato, inventado por la Iglesia medieval para apoderarse ella de las posibles herencias en el caso de que los sacerdotes hubiesen tenido descendencia.
El Papa también debiera prohibir el flagelarse, los cilicios, y demás medios para aplacar a la libido y acallar la mala conciencia por el apetito sexual. Los sacerdotes también son humanos, aunque no dispongan de las posibilidades de un obispo o arzobispo. Según las estadísticas un 95% de los curas se masturba. Por qué no, si lo necesitan? El “pecado de Onán” es otra leyenda judía.
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