lunes, 30 de septiembre de 2013

Atalaya: Angelitos negros




Cuando oímos de desgracias o catástrofes, el número de muertos y heridos nos impacta, pero ya en la próxima noticia se diluye nuestro pesar, a no ser que los afectados nos sean próximos.

 
Las dramáticas informaciones sobre la (mala) suerte de millares de niños africanos mueven tal vez nuestra conciencia, que apagamos con un resignado: “¿qué hacer?” Es cierto que son numerosas ONGs, las que se ocupan junto a Caritas de aliviar la trágica situación de más de un millón de niños. Pero desgraciadamente, la ayuda suele llegar no a sus destinatarios, sino a los corruptos jefezuelos.

 
Desgraciadamente se informa poco sobre África. Pocos ciudadanos se interesan por aquel bello continente, donde se han asentado el fanatismo, el terrorismo y el despotismo, ante nuestros ojos, más interesados por los deportes, por el fútbol. Me pregunto, ¿quién suministra las armas a esos cafres para que se eliminen unas tribus a otras? La poco a poco superflua ONU tendría hace tiempo que haber intervenido severamente con los países exportadores de armamento, aunque son precisamente los países más poderosos   los que cometen este delito. ¿Exporta armas España a Siria, entre otros países? Un asqueroso crimen es que niños menores de edad sean entrenados en el manejo del armamento para participar como “soldados” en la general matanza. ¿No es esto un serio problema? ¿Qué hacen los países democráticos para poner fin a esta barbarie. Una vez más, fuertes intereses se entrecruzan

 
¿Pero qué pasa en nuestro mundo civilizado? Apenas transcurre un día sin que nos enteremos de que un maltratador muele a palos a su pareja o incluso la mata. Todavía más grave y repugnante es el número de niños y niñas que son violados o asesinados (¿hay que escribir “presuntamente” en nuestra supercivilizada Europa?). En España son hasta el momento más de 60 menores los que encontraron la muerte a manos de sus padres Amparándose en la máxima de que donde no hay cuerpo, no hay delito (habeas corpus), los asesinos y violadores (¿presuntos, aunque haya testigos?) esconden tan bien los cadáveres que la  policía pasa años sin encontrarlos.

 
Si yo fuese abogado y me cayese uno de estos casos, no me gustaría ser abogado de oficio. Con la mayor repugnancia trataría el caso, respetuoso con el derecho del acusado a una defensa, pero sin facilitarle la vida. En cualquier caso, le defensa consiste en  tratar de hallar circunstancias  atenuantes y probar (forenses) el estado mental eximente del o de los autores cuando cometieron su crimen. Hay abogados que si pueden según la ley, en tales casos renuncian a la defensa. El dinero sí huele, en contra de lo que decían los comerciantes romanos, cuya casta se ha conservado hasta nuestros días. Pero esto es harina de otro costal.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario