Un día, nuestros insignes escritores modernos decidieron que la forma verbal „deber de“ debía ser suprimida para evitar cacofonías y sustituida por “deber”, con lo cual el castellano perdía una posibilidad más de expresión. “Deber de…” significa posibilidad: “deben de ser las 10”, mientras que “deber” denota obligación: “debe venir”. “Deben ser las 10”, como escriben ahora nuestros jóvenes modernos, es pedir al reloj que sean las 10. Cosa totalmente absurda. A los escritores modernos se han sumado rápidamente la jauría de los profesionales de la comunicación y los políticos, que desean siempre estar a la última. Así leemos o escuchamos frases como: “debe ser un atentado” o “el presidente debe haberse equivocado”. Lo correcto es: “debe de ser un atentado” y “el presidente debe de haberse equivocado”.
El verbo “deber” también ha fagocitado a otra expresión verbal: “tener que”. Ahora en vez de decir, por ejemplo: “Los partidos tienen que ponerse de acuerdo", se dice y escribe: “Los partidos deben ponerse de acuerdo”. La diferencia es que “tener que” expresa una obligación tajante, imperiosa, contra la que no caben excusas, mientras que “deber” es una obligación más suave, que deja al criterio o deseo de la otra parte hacer o no hacer una cosa.
El castellano es muy rico en matices. Poco a poco, los que utilizan nuestra lengua como instrumento de trabajo van destruyendo estas sutiles formas de expresarse. De nuevo surge la pregunta: ¿Qué hace la Real Academia? Parece ser que es un selecto gremio para que sus miembros vayan por el mundo presumiendo de académicos. Y no hagan nada para defender la pureza de nuestro más que milenario castellano.
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