Ocurrió lo que tenía que ocurrir y muchos esperábamos: el intento de buscar una salida tramposa al berenjenal en el que él solito se había metido. A las 19.40 de ayer Puigdemont pronunció estas palabras: “Asumo el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república”. La trampa de Puigdemont no consistía en otra cosa que dejar inmediatamente después en suspenso esa misma declaración: “Propongo que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos el diálogo”. O sea, como en el baile de la Yenka de mi adolescencia cuyo estribillo terminaba con las palabras: “delante-detrás, un- dos-tres”.
Las caras de los independentistas eran todo un poema. Desde la de circunstancias de Oriol Junqueras, a las de franco cabreo de los miembros de la CUP, que ni miraron ni saludaron al “molt Honorable” al abandonar el Parlament tras su “sí, pero no”, con el que obviamente no estaban nada de acuerdo. Y ya ni hablemos de la desilusión de los grupitos independentistas que estaban esperando con sus esteladas ante el Parlament para celebrar a gritos la proclamación.
Poco después, el portavoz de la CUP, Quim Arrufat, visiblemente enojado, manifestó que la declaración de independencia que habían firmado todos los independentistas tras el pleno no tiene ninguna validez y declaró que la CUP suspendería la actividad parlamentaria y abandonaría el Parlament hasta que se den pasos hacia la tan ansiada independencia. Entretanto, el enfado de la CUP ha ido in crescendo: De hecho, esta mañana la CUP, una vez más por boca de Quim Arrufat, ha puesto un ultimátum de un mes a Puigdemont para que declare la independencia.
El “declaro la independencia y luego la retiro” de Puigdemont (mi cuñada, María Dolores Moral, con la que una vez más coincido, dice que le recuerda a María Dolores de Cospedal en su fallido y ridículo intento de explicar de alguna manera la indemnización “en diferido” de Bárcenas) tiene diferentes lecturas: Primero, de cara al extranjero (muy proclive a caer en la trampa de trileros que se presentan disfrazados de víctimas políticas), e intentar demostrar la buena voluntad de los secesionistas con el cebo de la palabra mágica “mediación”, que tanto gusta a los políticos eméritos. Segundo, con el fin de ganar tiempo y evitar la intervención de la autonomía catalana por parte del Gobierno central y, por consiguiente escaquearse él (Puigdemont), al menos de momento, de tener que ir a la cárcel por delitos de usurpación de funciones, como mínimo. Tercero, tratar de no perder el apoyo de la CUP, ya que, de perder éste, Junts pel sí y ERC no tendrían suficiente mayoría en el Parlament y se tendrían que convocar nuevas elecciones que barrerían con toda seguridad al PDCat., partido al que pertenece Puigdemont, del mapa político catalán. Algo que, tanto Mas como Puigdemont, han intentado por todos los medios esquivar arrojándose en los brazos de la CUP, en una alianza contra natura que ha llevado a Cataluña al borde del abismo.
De momento, Rajoy ha anunciado que solicitaría al presidente de la Generalitat que aclare si ha declarado la independencia antes de aplicar el artículo 155 de la Constitución. Ahora toca esperar la reacción de Puigdemont que, probablemente se vuelva a salir por la tangente.
Por eso mismo, el llamamiento al diálogo de esta mañana de la canciller alemana, Angela Merkel para "evitar cualquier tipo de escalada de tensión" entre el Gobierno español y la Generalitat me parece una burla y en estos momentos tan innecesario como un bocio (traducción literal de la expresión popular alemana: “so überflüssig wie ein Kropf” que significa: “algo inútil, de lo que podemos prescindir).
Margarita Rey
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