Por la reseña en Facebook de Libros Alcaná me he enterado de que hoy se cumplía el 14 aniversario del fallecimiento del polifacético periodista y escritor Manuel Vázquez Montalbán.
Mi marido Manuel oyó hablar de él a finales de los años 60/principios de los 70 a través de amigos de la prensa madrileña. Vázquez Montalbán era colaborador, me parece que bajo seudónimo, de la prestigiosa revista “TRIUNFO” donde le habían hecho un hueco para que publicase una serie de artículos titulada "Crónica sentimental de España" que, por cierto, tuvo un gran éxito. Por aquel entonces Vázquez Montalbán no era persona grata del régimen franquista (había pasado un par de años en la cárcel por actividades subversivas cuando todavía era estudiante). Así que hubo que recurrir a un alias para poder trabajar y ganarse el sustento.
Fue el también tristemente desaparecido periodista y luego cineasta Pedro Costa Musté, (por aquel entonces un hippy de mucho cuidado, con largas patillas y frondoso mostacho) quien se lo presentó a mi difunto marido con motivo de un viaje organizado por no sé qué organismo cultural alemán, al que se apuntaban un montón de intelectuales de las letras españolas para poder escapar del oprimente clima de la España de Franco y respirar -a gastos pagados- un poco de aire fresco en países como Alemania. La visita al Westdeutscher Rundfunk, en Colonia, y al Bayerischer Rundfunk (la mítica “Radio Baviera”) de Múnich eran obligadas. Pedro Costa escribía ya con regularidad crónicas y comentarios para Radio Baviera (por supuesto con un nombre falso porque mentar a Radio Baviera en medios oficiales era como nombrarles a la bicha). Creo recordar que Vázquez Montalbán también escribió bastante antes de que falleciera Franco algún que otro artículo para el programa en español del Bayerischer Rundfunk, que pagaba muy bien esas colaboraciones. Además, al cambio era un pastón, por lo que había tortas por trabajar allí, aunque fuese de tapadillo.
A Vázquez Montalbán la fama le llegó de la noche a la mañana como autor de novelas policíacas cuyos protagonistas eran el detective Pepe Carvalho, su fiel ayudante (y cocinero) “Biscúter” y su pareja, amante o como se la quiera llamar, Charo. Aunque su vida cambió y empezó a irle bien económicamente, él siguió siendo el mismo hombre de izquierdas, sencillo, socarrón, amigo de sus amigos y amante de la buena mesa.
Manuel y yo le conocimos personalmente en Madrid cuando, ya después de la muerte de Franco, nos levantaron la prohibición de poner los pies en España. Fue a raíz de uno de esos múltiples viajes de placer (con escala en la capital de España para que Manuel pudiese cobrar en metálico los honorarios que se habían ido acumulando en la revista POSIBLE por sus asiduas crónicas desde Alemania), que otro escritor catalán amigo de los dos Manueles, el entretanto también fallecido Luís Carandell, nos lo presentó. No os quiero ni contar lo bien que lo pasamos los cuatro comiendo cocido en “La Bola”.
Estábamos a principios de la Transición y, a pesar de que ya se podía despotricar bastante abiertamente sobre el antiguo régimen, era mejor bajar la voz si las críticas eran demasiado acerbas. Nunca se podía estar seguro de que no apareciesen de repente por el foro algunos rompe-reuniones fachas, que no se andaban con chiquitas a la hora de soltar guantazos (y nunca mejor dicho, porque casi siempre calzaban guantes de piel). Eran fácilmente reconocibles porque, además, solían usar abrigos de Loden verde en invierno. Mi Manuel me contó en ese contexto una anécdota muy graciosa: Visitando El Rastro para ver si encontraba alguno de esos relojes antiguos de bolsillo que tanto le gustaban y que le dio por coleccionar, había un par de chiquitas jóvenes repartiendo octavillas por allí. En cuanto le vieron aparecer con su auténtico abrigo tirolés de Loden verde, echaron a correr casi perdiendo las bragas por el camino. ¡Menudo susto que debieron pegarse las pobrecitas!
A Manuel Vázquez Montalbán le vimos por última vez en Barcelona a principios de los 90, antes de las Olimpiadas. Había aparcado -al menos, de momento- a Carvahlo, era entretanto uno de los escritores con más best-sellers de España, estaba bastante más delgado y se había afeitado el bigote. Nos invitó a comer en su restaurante fetiche, “Can Lluís”, en la calle de la Cera, en el barrio del Raval. Era la primera vez que íbamos allí, pero no sería la última porque se comía (y creo que todavía se sigue comiendo) de maravilla. De hecho, Manuel Vázquez Montalbán tiene una placa conmemorativa de azulejos en ese restaurante barcelonés porque le dedica un párrafo entero en su novela “Padres e hijos”. Fue una velada más que agradable. Se habló como era de esperar de política. Estaba muy desilusionado por los derroteros que había tomado el PCE/IU (él, marxista desde su adolescencia, era militante del PSUC, un partido que Manuel llevaba contra viento y marea siempre en su corazón).
Fue nuestra última comida juntos. Después, cosas de la vida, le perdimos de vista. Él estaba muy atareado con sus múltiples proyectos y a mi Manuel no le gustaba ponerse en plan plasta si alguien no daba señales de vida. No volvimos a vernos en persona. Supimos de él nada más que a través de sus exitosos libros y hasta que apareció la noticia de su súbita muerte por infarto en el aeropuerto de Bangkok.
Margarita Rey
Margarita Rey
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