Ayer domingo, toda España pudo por fin asistir -aunque sólo fuese a través de alguno de los diversos canales de televisión que la estaban retransmitiendo en directo- a esa concentración ciudadana que tantos echábamos de menos: la protesta que, convocada por la Societat Civil Catalana (SCC), tuvo lugar en Barcelona bajo el lema: "¡Basta, recuperemos la sensatez"/"Prou, recuperem el seny!"
Esta multitudinaria movilización fue precedida el sábado por múltiples manifestaciones en toda España en favor del diálogo y en defensa de la nación, en las que los pacíficos participantes salieron a la calle vestidos de blanco para pedir al Gobierno y a la Generalitat que iniciasen un diálogo para buscar una salida al conflicto catalán. Ante el riesgo de una DIU (declaración unilateral de independencia) por parte de la Generalitat de Cataluña, miles de personas siguieron el llamamiento de la plataforma “Hablemos” y llenaron a rebosar la Plaza de Cibeles en Madrid y la Plaza San Jaume en Barcelona, entre otras muchas.
Aunque la participación en los actos del sábado no fue nada desdeñable, yo tenía mis dudas sobre si la sociedad catalana no independentista despertaría de su letargo y acudiría masivamente a la convocatoria de la SCC. Y mira por donde sucedió el milagro. Miles y miles de ciudadanos (los organizadores hablan de 1.000.000, la Guardia Urbana de 350.000, la policía de 400.000 y yo diría que fueron unos 800.000) encabezados por representantes de los principales partidos políticos y otras instituciones, se dirigieron tranquilos y disciplinados, portando banderas nacionales, senyeras y alguna que otra bandera de la Unión Europea, por la colapsada Via Laietana a la Estación de Francia, donde se había levantado un escenario para que algunos de los participantes que habían estado a la cabeza de la manifestación tomasen la palabra. No sé muy bien qué dijeron. Sus discursos quedaron totalmente eclipsados ante la vehemencia de Mario Vargas Llosa y la fuerza oratoria de Josep Borrell.
No teman, no les voy a citar las alocuciones porque han sido retransmitidas hasta la saciedad por los medios. Permítanme, sin embargo, que añada aquí los vídeos para que los lectores de este blog en el extranjero puedan también disfrutar siguiendo los enlaces. Porque, si bien las palabras de Vargas Llosa me impresionaron, el discurso de Josep Borrell tocó mi fibra sensible, hasta el punto de que se me saltaran en más de una ocasión las lágrimas.
Y es que, aunque haya pasado casi toda mi vida en el extranjero, una parte de mi corazoncito la sigue ocupando esa Cataluña, esa Barcelona donde nací. Por eso mismo lo estoy pasando tan mal en los últimos tiempos con los devaneos soberanistas de Puigdemont y sus acólitos de ERC y la CUP.
Recuerdo todavía con horror que cuando yo era pequeñita y en mi primera adolescencia cualquier gris o Guardia Civil podía dirigirse impunemente de forma vejatoria a nosotros catalanes si nos oían hablar en nuestra lengua vernácula. El “¡habla en cristiano!” y “¡a ver si terminas ya de ladrar!” estaban a la orden del día y nos teníamos que comer la rabia para que no nos soltasen ningún pescozón. ¡Eso sí que eran fuerzas de ocupación y no las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado destinados actualmente en Cataluña!
Ahora se le ha dado la vuelta a la tortilla. A todo aquel que no hable el catalán y no pase por el aro del pensamiento monolítico que se ha instalado en el Govern de Catalunya, se le hace la vida imposible y se le acosa de forma impropia de personas civilizadas y educadas en la democracia. Por eso me parece muy bien que muchos ciudadanos, catalanes o de otros orígenes, muestren ahora abiertamente su apoyo a estos Cuerpos que se juegan a menudo el pellejo por cuatro perras y que, en situaciones extremas como la del pseudo referéndum del 1-O, ante la pasividad de los “mossos”, no hicieron otra cosa que cumplir órdenes de arriba (donde, por cierto, nadie ha sido hasta ahora capaz de asumir responsabilidades).
Claro que toda esta evolución, que ha abocado en un secesionismo abierto, se veía venir desde hace mucho tiempo. Empezó con Pujol y su inmersión lingüística para recuperar el catalán, seguida de la labor de zapa a través de TV3 y, en vista de que Madrid miraba hacia otro lado porque el gobierno de turno necesitaba el apoyo de CiU, se pudo ya pasar sin ningún tipo de recato al sutil adoctrinamiento en las aulas, hasta el punto de llegar a falsificar la Historia de Cataluña e ir sembrando poco a poco la semilla del rechazo hacia todo lo español. Un rechazo fomentado por ERC, a cuyo carro nacionalista se montó Artur Mas con el fin de lanzar cortinas de humo y tratar de despistar a los ciudadanos a medida que se iban conociendo los pormenores de la trama de corrupción y fraude fiscal en la cúspide de CiU. Primero fue ese “España nos roba”, que caló poco a poco hondo en la población, seguido de un “sin España viviríamos mejor” (todo ello a partir del momento en que el T.C. impugnó en 2010, gracias a la recogida de firmas del PP, 14 artículos del “Estatut”, aprobado en 2006 durante el gobierno de Zapatero por Las Cortes Generales y el Parlament).
Pero la escalada de los acontecimientos llegó a su punto culminante cuando Artur Mas -después del pésimo resultado conseguido en las elecciones del 27-S 2015 por el PdCat, nuevo partido que Mas se había sacado de la manga para poder presentarse a las elecciones autonómicas bajo el paraguas de la Coalición “Junts pel sí”- vendió su alma a la CUP para poder ser investido President de la Generalitat. Tras agónicas negociaciones sin resultado, el 8 de enero de 2016, tan sólo 48 horas antes de que venciese el plazo para convocar nuevas elecciones, ante la sorpresa de todos, Mas nombró a Carles Puigdemont como sucesor.
Desgraciadamente, bajo la batuta del antiguo alcalde de Gerona, las cosas no han hecho más que ir a peor. Las ideas de la CUP (siempre entre bambalinas, pero de la que depende la gobernabilidad de Cataluña) se han impuesto en el Govern hasta el extremo de que, tras el simulacro de “referéndum” del 1-O, Puigdemont anunciase el pasado martes por la noche la Proclamación unilateral de Independencia (PUI) en cuestión de días, como mucho a principios de esta semana.
Con lo que no contaba el President es con la bomba que le iba a estallar poco después en las manos: el pasado jueves el Banco de Sabadell anunciaba que iba a cambiar su sede a Alicante y, el viernes, Caixabank acordó en su consejo de administración el traslado de su sede a Valencia, mientras que Gas Natural lo haría a Madrid. Entretanto, el Gobierno central aprobó el pasado viernes por vía de urgencia un decreto para reducir al mínimo los trámites para el cambio de domicilio social de las empresas.
De momento son 16 grandes empresas las que han anunciado el cambio de su sede social y estoy segura de que bastantes más no tardarán mucho en seguirles. Y por si eso fuera poco, se acaba de conocer ahora -porque lo habían hecho de forma muy discreta-, que, según el Huffington Post, más de 2.500 han abandonado la región desde el inicio del “procès”.
Pero estos empresarios también tienen su parte de culpa. ¿Por qué no abrieron la boca todos estos años, aunque sólo fuese para advertir a la Generalitat de que cambiarían el domicilio de sus sedes sociales si el Govern seguía por el camino sin retorno hacia la independencia de Cataluña? Ayer Borrell les criticó duramente en su discurso: "Todo lo que dijisteis en privado ¿por qué no lo decíais en público?”. Aunque también señaló: “todos tenemos un poco de culpa por haber callado demasiado tiempo”.
Rajoy que, a mi modo de ver, ya tendría que haber dimitido hace mucho tiempo por el caso Bárcenas y otros casos de corrupción dentro del PP de los que pretende no haber sabido nada, no ha movido ni un dedo en todos estos años para intentar arreglar las cosas en Cataluña. Él, uno de los principales culpables de que el movimiento independentista haya subido en los últimos tiempos como la espuma, se estará frotando las manos de gusto. Lo que él no había conseguido hasta ahora con su inmovilismo y mutismo, lo ha hecho el éxodo de los Bancos y otras grandes empresas catalanas a otros puntos de España. Cuando ya estaba casi contra las cuerdas, la decisión de abandonar Cataluña le ha caído como maná del cielo, proporcionándole el balón de oxígeno necesario para pulir su imagen, un tanto deteriorada después de los desgraciados sucesos del 1-O (que los secesionistas tan bien supieron utilizar para ganar puntos en el extranjero), y ganar tiempo para poder preparar una estrategia ante la previsible DUI. Sin llegar a ser una deslocalización, un cambio de sede también hace “pupa”, especialmente por la mala imagen que da en el extranjero.
Ahora parece que a muchos catalanes se les está cayendo la venda de los ojos y se están dando cuenta de que esa “terra de Xauxa”, la Arcadia feliz que les pintaban los soberanistas y que era la zanahoria del Govern para hacerles tragar la milonga de la independencia, se está desvaneciendo a la misma velocidad que se disuelve un azucarillo dentro de un vaso de agua. De repente, el temor ante un posible “corralito” les hace replantearse el tema de la independencia y parece que no se creen ya demasiado esas palabras optimistas de Jonqueras sobre los cambios de sede (“si se van, ya volverán”) y mucho menos lo que dice la CUP sobre la necesidad de fundar un Banco Público, el Institut Català de Finances (¿con qué dinero, señores?).
Puede que haya llegado el momento de "recuperar el seny" (recuperar la sensatez, el sentido común), al menos eso esperan esas riadas de ciudadanos que, ante la amenaza de una DUI, salieron ayer y anteayer a la calle pidiendo diálogo. Al igual que esa mayoría de gente que, como yo, ya peina canas y que se emociona viendo y viviendo en la tele las reivindicaciones de ese gentío que ha llenado calles y plazas en estos dos últimos días y que también son las nuestras.
Dicen que el dinero no tiene amigos porque es cobarde. La Caixa y el Banco de Sabadell lo han demostrado tomando las de Villadiego cuando le han visto las orejas al lobo. Pero también el catalanito de a pie para quien, antes de cualquier ideología, lo más importante es la pasta, ha empezado a darse cuenta de que la cosa va en serio. Sería bastante chusco que fuera precisamente esto lo único capaz de frenar la aventura surrealista y sin sentido en la que Puigdemont ha embarcado, no sólo a Cataluña, sino a toda España. Y es que ya se sabe, “la pela es la pela”…
Margarita Rey
Margarita Rey
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