Desde que se publicó en la Prensa que el mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero, apellido catalán de pura cepa, había dado órdenes de que la policía catalana evitase el uso de la fuerza para cumplir con el mandato judicial de impedir el referéndum independentista, intuí que algo iba a ir mal este domingo en Barcelona con el orden público.
Estaba cantado que habría choques con las masas de gente que acudirían a votar. La estratagema de Trapero para quitar de en medio a los Mossos d’Esquadra en el caso más que presumible de enfrentamientos con sus conciudadanos, era de lo más simple: en un momento dado, si las cosas se ponían feas, pedir ayuda a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado para que les sacasen las castañas del fuego. Así serían ellos los malos y los “Mossos” quedarían como unos señores ante los participantes en el fraude electoral de ayer. Y el ardid funcionó. Los hombres de Trapero se pusieron de perfil mostrando una pasividad pasmosa a la ahora de evitar las votaciones, mientras que la Policía y la Guardia Civil les hacían el trabajo sucio y cargaban con toda la responsabilidad de contener a las masas de gente que querían votar. Ahora, los Mossos tendrán que responder de sus hechos ante la Fiscalía.
Según la Generalitat, casi 900 personas resultaron heridas en los altercados con la policía (aunque esa cifra dada muy alegramente habría que contrastarla) y todos los periódicos del país se hacen eco de la noticia. Desde “Vergogna i Dignitat” (ARA) hasta “Firmeza frente al golpe (LA RAZÓN), pasando por "El Gobierno impide por la fuerza el referéndum ilegal (EL PAÍS), los titulares de los rotativos nacionales reflejan hoy, según su tendencia política, rechazo ante la violencia policial o aprobación por la “firmeza” del Gobierno ante el desafío separatista.
Estoy segurísima de que, mucho antes de anunciar el referéndum, la Generalitat ya había barajado la posibilidad de conflictos entre la ciudadanía (o más bien los simpatizantes de la CUP) y las fuerzas del orden. E incluso, si me apuran, también contaban con que habría heridos. Y no les importó jugar esa baza. Puigdemont, Junqueras & Co. sabían perfectamente que, de esta manera, conseguirían tapar sus vergüenzas y alcanzarían un cierto reconocimiento por parte de la prensa internacional, que suele condenar la violencia. Lo cierto es que la estrategia les ha dado buenos resultados. Ya ayer noche los principales periódicos extranjeros (seguir el vínculo) criticaban duramente las cargas policiales contra los “votantes”, calificándolas como mínimo de “desproporcionadas”, y no le daban tanta importancia al hecho de que el mal llamado referéndum fuese, entre otras cosas, ilegal.
La farsa urdida por los secesionistas ha dado los frutos esperados. El gobierno de Rajoy ha caído en la trampa que los separatistas le habían tendido, dejándole en ridículo. Rajoy, incapaz de negociar ni con Mas ni con Puigdemont, había afirmado en su prepotencia que no habría choque de trenes y lo ha habido, que no habría urnas, y las hubo; que no habría papeletas, y las hubo y que no se votaría, y, de una forma u otra, se votó. La próxima jugada será la declaración unilateral de independencia. ¿Y entonces qué, Sr. Rajoy? ¿Mandará a la Legión o preferirá enviar tanques a Cataluña?
Sin embargo, puede que Rajoy no haya sido tan pardillo como algunos creemos. Siendo gallego como es, también cabría la posibilidad de que esa demostración de fuerza frente a Cataluña, barco Piolín incluido, le haya servido para dar un poco más de brillo a su imagen, bastante debilitada en los últimos tiempos, de cara a sus votantes más reaccionarios, su mayor soporte en caso de unas posibles nuevas elecciones. O sea que, una vez más, los ciudadanos podrían haber sido meros comparsas en un teatrillo político que no sé cuándo ni cómo acabará, pero que ya me tiene francamente harta.
Margarita Rey
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