Si alguien se esperaba una respuesta clara y rotunda de Puigdemont es que tiene una ingenuidad a prueba de bombas. A esa mezcla de ingenuidad, inocencia y credulidad le llaman en alemán “Blauäugikkeit” (me encantan esas definiciones alemanas tan precisas para los que a menudo en español necesitamos una frase entera…).
Pero a lo que íbamos. En su burofax del hoy al Sr. Rajoy, el “Honorable” Puigdemont muestra la misma ambigüedad que en su Yenka-Declaración de hace 6 días, en la que fue el hazmerreír de toda la prensa europea y objeto de bromas de personas tan serias como el Ministro de Justicia alemán, Heiko Maas. Maas, a su llegada el 12 de octubre a la reunión de Ministros de Justicia de la UE en Luxemburgo, le comentó en tono jocoso a la prensa: “acabo de declarar la independencia del Sarre”. Y seguro que no fue el único en mofarse de ese “un pasito p’alante, un pasito p’atrás” de Puigdemont que hoy se ha vuelto a repetir.
Aunque el asunto tenga enjundia, me está resultando ya cansino leer y oír en los medios las opiniones de sesudos comentaristas que, como yo, no tienen ni zorra idea de por dónde van a salir los tiros ni de un bando ni de otro, aunque probablemente lo hagan por la culata. Y es que la cosa se está poniendo francamente fea. En una parte tenemos al núcleo duro de los independentistas capitaneados por la CUP y Ómnium Cultural presionando a Puigdemont y, en la otra, a los halcones dentro y fuera del PP que intentan coaccionar a Rajoy para que actúe de forma contundente contra Cataluña. Vamos, que les mande como mínimo a los Tercios de Flandes …
Sinceramente, creo que el acorralado Puigdemont ha vuelto a elegir una táctica parecida a la que tan bien le salió el pasado 1-O, cuando los “mossos d’esquadra” se pusieron de perfil y llamaron en su ayuda a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con el resultado que todos conocemos. Ahora se trata de provocar a Rajoy para que haya una reacción desmesurada por parte del Gobierno, que colocaría a Puigdemont, en Cataluña y fuera de ella, en un papel de mártir y que dejaría al Gobierno español en calzoncillos ante la opinión pública internacional.
Lo malo del caso es que los efectos de esta táctica son inciertos e impredecibles. Inciertos, por poco claros. E impredecibles, porque Puigdemont, al igual que Artur Mas en su día al aliarse con la CUP, no puede calcular a priori el alcance de sus maniobras de despiste de cara a unos y otros. Todos sabemos cómo acabó Mas: defenestrado por obra y gracia de la CUP, que pidió su cabeza como precio a su apoyo para la formación de un Gobierno, sin el cual la coalición “Junts pel sí” no hubiese tenido la mayoría necesaria.
Precisamente ahora que se acaba de cumplir el 77 aniversario del fusilamiento de Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, cuestionado en su día por muchos independentistas y anarquistas, capturado por la Gestapo en Francia en 1940 y entregado al régimen de Franco para ser ejecutado frente a uno de los muros del Cementerio de Montjuich, quisiera puntualizar que el primero que declaró la independencia no fue Companys, sino su antecesor Francesc Macià. Sin embargo, la declaración de esa efímera República Catalana (duró tan sólo 10 horas) el 6 de octubre de 1934 (que, por cierto, fue tan nebulosa como la de Puigdemont*), es la que invocan los independentistas. Probablemente por el hecho de haber sido encarcelado pocas horas después. En este contexto, me permito citar unas frases del Diario de Sevilla de ayer:
“Companys fue militante catalanista desde su juventud, republicano y miembro de ERC, pero no de los más radicales. De hecho, los últimos años de su vida fue cuestionado por independentistas y anarquistas, de un lado, y por las fuerzas conservadoras y republicanas, de otro. Quien primero proclamó el Estado catalán en la Segunda República no fue él, sino su antecesor, Francesc Maciá, en las horas de confusión que se sucedieron entre la huida de Alfonso XIII y la instauración del nuevo régimen. Maciá proclamó el Estado catalán dentro de la república de los pueblos ibéricos, pero sin una intención clara de segregar el territorio. Fue precisamente Lluís Companys quien impidió que en el balcón de la plaza de Sant Jaume se izara en abril de 1931 la estelada, símbolo de Estat catalá, que era una facción de los soberanistas con milicia propia. La bandera que ondeó fue la senyera. A consencuencia de ello, Niceto Alcalá Zamora envió a un grupo de diputados a parlamentar con Maciá, entre ellos Fernando de los Ríos, a consecuencia de lo cual se instauró la Generalitat de Cataluña. Ese fue el pacto. Maciá murió en el cargo, y Companys lo sucedió en la víspera de las elecciones legislativas españolas que ganaron las derechas en 1933.
La proclamación de la independencia de Companys de la que tanto se habla en estos días fue una confluencia, por tanto, del catalanismo y de la revolución que las fuerzas de izquierdas aunaron en contra del Gobierno de Lerroux”.
Fin de la cita
Nadie sabe cómo acabará Puigdemont. Sin embargo, lo que a mí me aterroriza son los espíritus que, probablemente sin querer, ha despertado: El nacionalismo exacerbado en uno y otro bando, en el que los fascistas de ambos lados salen a la calle enarbolando banderas como arma arrojadiza. Yo no soy mucho de banderas, pero estoy totalmente en contra de que tanto la “senyera” como la bandera nacional hayan sido secuestradas por supuestos “patriotas” que las utilizan indebidamente para sus espurios fines. Porque no se trata únicamente de pedazos de trapo. Para muchos ciudadanos representan la expresión de un sentimiento de pertenencia que no merece ser deshonrado por exaltados y extremistas, sean del color político que sean.
Desgraciadamente, mucho me temo que estemos asistiendo al inicio de una escalada de actos violentos y vandálicos por parte de esos grupos de ultras catalanes y españoles que, invocando un patriotismo que creíamos ya superado, sólo siembran el odio a su paso y segregan en lugar de unir. De no poner coto a tiempo cortando por lo sano, no descarto que, más pronto que tarde, se tenga que hacer frente a numerosas revueltas locales que puedan llegar a extenderse por todo el país. Quisiera equivocarme, pero recordando a Goethe en su cuento “El aprendiz de brujo”, el dilema ante el que se encuentran Puigdemont y Rajoy actualmente es cómo reconducir la situación y librarse sin demasiados estropicios de esos espíritus que -el uno de forma activa y el otro de manera pasiva- invocaron tan alegremente sin pensar en las consecuencias.
Margarita Rey
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"En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el estado catalán de la República Federal española y (…) les invita [a los republicanos españoles] a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República española".
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