sábado, 28 de junio de 2014

Cultura: La niña de los cabellos blancos



Cuando me enteré del fallecimiento de Ana María Matute (Barcelona 1925) fue como si alguien muy cercano se hubiese ido para siempre. Y en realidad era así pues sus cuentos “Los niños tontos” habían sido fieles compañeros de mi infancia y parte de mi adolescencia. Es una serie de relatos tristes, muy acordes con la melancolía que sentía en el fondo de mi corazoncito de  niña mimada del Eixample barcelonés, que no llegaba a superar el abandono de hogar a muy temprana edad por parte de su progenitor.
 
Me encantaban esas narraciones porque, contrariamente a los demás cuentos infantiles, casi nunca terminan de forma feliz. Los protagonistas son niños soñadores, llenos de deseos e ilusiones que generalmente acaban desvaneciéndose y con los que la vida suele ensañarse. También relatan la crueldad infantil con pelos y señales, como en “El hijo de la lavandera”, a quien los niños tiran piedras porque tiene la cabeza grande.
 
Pensándolo bien, tengo que reconocer que mis  gustos literarios en la transición de la  niñez a la preadolescencia fueron bastante peculiares y posiblemente harían hoy  las delicias de cualquier psicólogo infantil. Pero, por aquel entonces, en tiempos donde la cruda realidad presente en el día a día de la gente dejaba poco espacio a los sueños, me sentía cercana a los personajes inocentes y tristes de esos singulares cuentos de Ana María Matute.  Más tarde, quizás por no enfrentarme retrospectivamente a la bicefalia de mi propia infancia, nunca los quise volver a leer.
 
Probablemente sea esa también esa la razón por la que, aun reconociendo la brillantez de su pluma, Ana María Matute nunca ha sido una de mis escritoras favoritas. Ya de mayor, reconozco sólo haber leído “Luciérnagas”, que no me acabó de convencer. Al parecer, su obra más exitosa "Olvidado Rey Gudú", un cuento de hadas con el que consiguió conquistar el sillón K de la Real Academia de la Lengua, es una joya literaria que se adelantó más de veinte años a la literatura fantástica de Tolkien, tan en boga en la actualidad .
 
Esté donde esté ahora Ana María, guardaremos en nuestra memoria a esta anciana que, a sus casi 89 años, seguía teniendo el alma de niña.
 
Margarita Rey
 
 
 
 

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