Aunque estaba cantada, la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos I ha causado un seísmo de 7 puntos en la escala de Richter en los medios de comunicación españoles y extranjeros. La pregunta es, por supuesto: “¿ahora qué?”. Todo está preparado para que suceda al Rey el príncipe heredero, Felipe (Felipe VI). El Príncipe también goza de simpatía, que puede convertirse en carisma, en la sociedad española. Periodistas y analistas españoles y extranjeros resaltan la excelente preparación de Felipe para ponerse al timón de la complicada nave española. A su lado estará su esposa doña Letizia, que entretanto es ya toda una profesional. Y no por último, en la Zarzuela, tendrá a un excelente consejero, su padre Juan Carlos, que gustosamente, y en bien asimismo del pueblo español, estará dispuesto a compartir con su hijo la experiencia de 39 años de reinado.
Como era de suponer, la noticia de la abdicación del monarca ha servido de acicate a los mini partidos de izquierda y de extrema derecha para plantear una reforma de la Constitución en los términos de Monarquía o República. El portavoz de Izquierda Abierta y habitual tertuliano, Gaspar Llamazares, se apresuró a soltar en su declaración la palabra mágica de “referéndum” (que sólo podría producirse cambiando La Constitución), como si España actualmente, con la crisis estrujando a las clases bajas, los drásticos recortes en los servicios sociales (Sanidad, Educación) las desvergonzadas subidas de la luz y un largo etcétera sobre las espaldas de los menos privilegiados, estuviese para juegos malabares. El dirigente visible de “Podemos”, Pablo Iglesias, aún bajo la emoción del triunfo de su formación (partido, desde luego, todavía no es) en las Europeas (5 escaños en el Europarlamento), tras señalar los defectos de la democracia española (que los hay y no pocos), viene a proponer soluciones maximalistas de ciencia ficción. Que se sepa, España es un país miembro de la Unión Europea, lo que conlleva derechos y obligaciones, y no una nación latinoamericana en vías de desarrollo.
En mi opinión, el bipartidismo no es la mejor opción democrática. En países como España, que aún deben cimentar y dar solidez a una democracia todavía no despegada del todo de su reciente pasado dictatorial, podría ser eficaz la existencia de un tercer partido o de un bloque de pequeños partidos democráticos que apoyen al gobierno en lo esencial: la salud de España. Si Rosa Díez pudiera dejar a un lado su afán de protagonismo e IU su impaciencia republicana, ambos partidos podrían servir de bisagra entre los dos grandes partidos, PP y PSOE, que nada más conocerse la noticia de la renuncia del Rey al trono, han alabado la labor de Juan Carlos, manteniendo el equilibrio entre las dos Españas, y han aceptado de antemano la sucesión con Felipe, como estaba previsto desde el principio. Nadie puede tachar de anti republicano al PSOE, aunque en el partido fluyan las más variadas corrientes, incluso católicos practicantes. Pero el PSOE sabe que hoy por hoy, ni la democracia está del todo consolidada en España ni España está, después de los siniestros 40 años de franquismo, en condiciones de ser una República. Con los nuevos pequeños partidos de izquierda, admitidos en el Parlamento de Estrasburgo, la ultraderecha dentro y fuera del PP ya empieza a gritar “¡Frente Popular”! Sólo falta ya un nuevo salvapatrias. El príncipe Felipe no lo va a tener fácil ni en la ultraderecha ni con los radicales de izquierdas.
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