Mohamed Taraki |
El horror de la masacre del viernes por la noche en París nos lleva a intentar buscar una explicación a las raíces del odio irracional de los terroristas de IS hacia nuestra civilización y forma de vida.
Para ello tenemos que rebobinar la Historia hasta el comienzo del conflicto bélico de Afganistán en 1979, todavía en plena guerra fría. En 1978 había tenido lugar en Afganistán un golpe de Estado que llevó al poder a Mohamed Taraki, líder del prosoviético Partido Democrático Popular de Afganistán. Su meta era reformar el país y modernizarlo para sacarlo de la Edad Media en la que vivían sus habitantes. Con ese fin era necesario tomar medidas económicas y sociales.
Todo hubiese podido ir más o menos bien hasta el momento en el que Taraki intentó implantar el laicismo, enfrentándose así a los “muyahidines”, los fundamentalistas islámicos afganos, que se formaron en guerrillas. Debido a la división dentro del partido, Taraki fue derrocado tras un golpe de estado liderado por su primer ministro, Jafizulá Amín, quien instauró un régimen de terror y fue destituido ciento cuatro días después por el Consejo Revolucionario bajo la acusación de haber colaborado con la CIA.
Ante la gravedad de la situación, Leonid Brézhnev, Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, ordenó el 25 de diciembre de 1979 la invasión de Afganistán por parte de tropas soviéticas. Tanto los muyahidines como los talibanes, todavía más radicales, recibieron ayuda armamentística y entrenamiento bajo cuerda de la administración Carter. Los EEUU, obsesionados por dar una lección a Rusia, no supieron ver el alcance que esta guerra de guerrillas podía conllevar.
Con su proverbial miopía política, los servicios secretos americanos estaban alimentando a la hidra que pariría al criminal Osama Bin Laden, uno de los líderes de la resistencia musulmana por aquel entonces. En 1988, ya con Mijaíl Gorbachov (artífice de la perestroika) al mando de la Unión Soviética, se firmó entre EEUU, Pakistán y Afganistán un acuerdo sobre la retirada de las tropas. El 15 de febrero de 1989 se dio por finalizada la ocupación soviética.
Poco después, Osama Bin Laden, convertido en islamista radical, dio por finiquitado su contrato con la CIA y regresó a su país, Arabia Saudí, para hacerse cargo de una importante herencia (se habla de unos 300 millones de dólares) que invirtió en la fundación de la organización terrorista AlQaida, lo que le valió ser expulsado de Arabia Saudita.
Afganistán, gobernado entretanto por fundamentalistas musulmanes que gracias a la ayuda (directa o indirecta) americana habían dado marcha atrás a cualquier atisbo progresista dentro del país, recibió a Bin Laden con los brazos abiertos y le regaló tierras para que pudiese establecerse allí. Por obra y gracia de Alá, Osama Bin Laden mutó de fiel ayudante de la CIA al mayor enemigo terrorista de los Estados Unidos, cuyos actos criminales contra el hegemón culminarían en el atentado de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. En ese contexto, el diario ABC –nada sospechoso de alimentar bulos izquierdistas– publicó el 3 de abril de 2012 un interesante artículo titulado “Bin Laden, aquel agente de la CIA”, que encontrarán clicando sobre el link.
El ex alcohólico y débil mental presidente de los EEUU, George Bush jun., un pelele en manos de dos avispados “halcones” vinculados al lobby armamentístico estadounidense, los siniestros Donald Rumsfeld, a la sazón Ministro de Defensa de EEUU, y el ultra neoconservador vicepresidente, Dick Cheney, no pudo resistirse a la tentación de mostrar al mundo su autoridad como gobernante. Después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, como respuesta a la actuación de Al Qaeda, Bush inicia su cruzada contra el Afganistán gobernado por los talibanes. Los americanos, que entretanto ya han retirado la mayoría de sus tropas, no han podido conseguir hasta el día de hoy su objetivo de destruir a los musulmanes radicales.
So pretexto de la supuesta existencia de arsenales de “armas químicas de destrucción masiva”, Bush y su corte orquestaron la invasión de Irak en base a informes falsos para poder legitimarla. El 16 de marzo de 2003 tuvo lugar en la base de Lajes, en la isla de Terceira del archipiélago de las Azores, la reunión conocida “cumbre de las Azores” que supuso el inicio de la guerra contra Irak. La fotografía en la que aparecen tan ufanos George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar dio la vuelta al mundo y ha venido persiguiendo a sus tres protagonistas hasta el día de hoy.
La invasión de Irak, que llevó al derrocamiento y la ejecución de Sadam Husein, se saldó con la vida de medio millón de personas y desató un caos sin precedentes que haría casi bueno a Bin Laden, el padre de la Yihad islámica moderna, la guerra santa contra los infieles del mundo occidental. Acosado por los Estados Unidos, sus antiguos patronos, el 1 de mayo de 2011 el presidente Barack Obama pudo anunciar urbi et orbi su muerte como fruto de una operación realizada por comandos militares estadounidenses en Abbottabad (Pakistán).
Sin embargo, lo que estaba todavía por venir después de los destrozos y trastornos protagonizados por las tropas norteamericanas, amén de la ola de violencia entre suníes y chiíes después del abandono americano de Irak en 2010, dejaría en mantillas a las fechorías del fundador de Al Quaida y sería el nacimiento de las milicias yihadistas suníes del Estado Islámico que siembran desolación, terror, muerte y destrucción del Patrimonio Cultural a su paso. En este mismo contexto, El Mundo publicó el 16 de marzo de este año un interesante artículo titulado: “Estado Islámico, hijo bastardo de la invasión de Irak” que pueden leer siguiendo el enlace.
Vistas las calamidades que las tropas americanas han causado en casi todos los países donde han intervenido como “salvadores de la democracia”, no es de extrañar que el ISIS crezca día a día. La organización pretende crear un califato único que se extendería desde Turquía por toda Siria hasta Egipto y que incluiría los territorios palestinos, Jordania y Líbano e, incluso, Al-Andalus.
Al reguero de crueles prácticas con las que IS castiga a sus enemigos (decapitaciones y ejecuciones públicas), cuya macabra coreografía ha sido cuidadosamente estudiada y puesta en escena para llamar la atención y estremecer al mundo, se une ahora la táctica de utilizar el fanatismo de algunos jóvenes kamikazes, dispuestos a autoinmolarse haciendo saltar sus cinturones de explosivos para llevarse así por delante al mayor número de víctimas inocentes en el momento de cometer sus sangrientos atentados.
De poco sirven las declaraciones de George Bush jun. reconociendo en 2008, poco antes de dejar el cargo de presidente, que su mayor error fue creer que había armas de destrucción masiva en Irak, u oír hace poco al expremier británico Tony Blair pidiendo perdón por la guerra de Irak. Lo cierto es que el lío en el que esos señores metieron al mundo occidental tomando una decisión de tamaño peso, ha tenido fatales consecuencias para el mundo occidental. Blair mismo reconoce que hay "elementos de verdad" cuando se dice que el ascenso de Daesh, el sanguinario califato fanático, es una consecuencia de la intervención en Irak.
Por cierto, el tercer miembro del “trio de las Azores”, José María Aznar, sigue defendiendo contra viento y marea la participación de nuestro país en la guerra y manteniendo que ésta convenía estratégicamente a España. Como dirían los alemanes, "ein unverbesserlicher Politiker" (un político incorregible).
Margarita Rey
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