Anteayer se cumplieron 40 años (dos veces veinte, como diría mi antiguo jefe) de la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde, “Caudillo de España por la Gracia de Dios”. A este lema, acuñado por el nacionalcatolicismo español, que se grabó a partir de 1947 también en las monedas de 1, 5, 10 y 25 pesetas con la efigie de Franco, los que no comulgaban con el régimen solían decir en privado y, aún así, por lo bajini: “…Caudillo de España por una gracia de Dios. A lo que algunos añadían: “y para desgracia del pueblo español”.
Mas no quiero hablarles aquí ni de la guerra civil ni de los desmanes del régimen franquista instaurado tras la contienda, que todos más o menos conocemos. Algunos, por haberlos vivido, aunque sólo fuese de refilón y otros, como yo, por los relatos de nuestros mayores, a través del ojo mágico del cine o mediante algún libro más o menos ecuánime sobre ese tema. Por cierto, por mucho que uno crea que lo sabe todo, nunca está de más refrescar conocimientos sobre la triste época de la posguerra. Y, aunque parezca mentira, ello se puede hacer de forma amena echando mano de obras como la del historiador y escritor Juan Eslava Galán, “Los años del miedo”, en la que cuenta de forma fidedigna, pero entretenida y repleta de anécdotas, la vida de los españoles durante la posguerra.
Hoy quiero referirme a un par de detalles muy sui géneris que han llamado poderosamente mi atención en ese 40 aniversario del fallecimiento de Franco y me han indignado profundamente porque me demuestran que, por mucho que nos empeñemos, todavía quedan en nuestro país vergonzosos rescoldos activos de nuestro reciente pasado.
Me refiero a las misas en conmemoración a la muerte de Franco y de José Antonio y a las esquelas publicadas con anterioridad en diversos periódicos para publicitarlas. Y no sólo por la Fundación Nacional Francisco Franco, que celebró la misa conmemorativa en la iglesia parroquial de San Fermín de los Navarros, en pleno barrio de Salamanca, la zona más “pija de Madrid, sino también por algunos nostálgicos del pasado que lo han hecho de forma privada, pagadas de sus propios bolsillos.
Y para acabar de rozar el rizo, la cena organizada por la Fundación Nacional Francisco Franco para el próximo 3 de diciembre en el Hotel Melíá Castilla, con motivo del el 123 aniversario del nacimiento de Francisco Franco. En su página web, la fundación presenta la cena (a 40 euracos el cubierto) como un homenaje a quien "liberó a España del comunismo, que la salvó de entrar en la Segunda Guerra Mundial, que realizó la reconstrucción después de haber quedado asolada; que la impulsó económicamente a partir de los años 60". Y como colofón añade: “la mediocridad de los gobernantes actuales y de los enemigos de siempre, incapaces de mejorar tales cotas de bienestar y prosperidad han vuelto a remover el fango del odio y del enfrentamiento y, cada día, para justificar su ineptitud, lanzan sus improperios, mentiras y falacias para desacreditarlo". ¡Toma ya!
Por mucho que intenten explicármelo, no me cabe en la cabeza que en un país supuestamente democrático se pueda seguir ensalzando impunemente la figura del dictador que lo tuvo bajo su bota durante 36 años.
He pasado más de la mitad de mi vida en Alemania. Allí, según la ley vigente, vestir uniformes nazis, saludar con el brazo en alto (el llamado “saludo romano”, también utilizado por Mussolini y por la Falange española), o mostrar la esvástica se castigan, según la gravedad del caso, con multas o condenas de hasta tres años prisión. Por supuesto, también se persiguen los actos públicos donde se niegan o minimizan las atrocidades del régimen hitleriano y las organizaciones que propagan la ideología nazi.
En la vecina Francia, donde después de la II Guerra Mundial unas 400.000 personas fueron examinadas o juzgadas como “colaboradores” por prestar apoyo activo o pasivo al régimen de Vichy, dictándose sentencias de prisión y degradaciones en el caso de funcionarios, a nadie se le ocurriría enaltecer en público al Mariscal Pétain y acólitos como “salvadores de la Patria francesa”. Sin embargo, en España, hacer apología del franquismo sale gratis.
Claro que el punto de partida es bien distinto. Como todos sabemos, aquí Franco no perdió una guerra ni fue derrocado por el pueblo. Murió en la cama, aunque no la del Pardo sino la del Hospital La Paz, rodeado de tubos y médicos. Y no añado “tranquilamente” porque su agonía fue muy lenta, por la prolongación tecnológica de la vida del moribundo.
Lo cierto es que si la Transición española se hizo de forma modélica fue gracias a que los partidos de la izquierda supieron moderar sus propuestas maximalistas para no entorpecer el proceso, a sabiendas del ruido de sables entre bambalinas. En esa “ruptura democrática”, a la derecha en torno a Fraga le tocó aceptar a regañadientes las nuevas reglas de juego y, consciente de que se jugaba su futuro, someterse a un lavado de cara para hacerse más presentable al pueblo español de cara a unas futuras elecciones. Pero también porque a los EE.UU, que tanto le apoyaron durante la “guerra fría”, no les interesaba ya un aliado de extrema derecha (a pesar de que todavía en 1975 se lo estaban pensando, como demuestran documentos descalificados de Washington publicados hace tres días por la Cadena SER)
Eso explica también que la oligarquía franquista siga siendo la misma cuarenta años después de la muerte del “Caudillo”: Koplowitz, Cortina, Alcocer, Banús, March, Meliá, por nombrar sólo a unos cuantos. O a los numerosos políticos afiliados al PP, algunos de ellos todavía en funciones, cuyos antepasados procedentes de la nobleza y la alta burguesía desempeñaron cargos importantes en el antiguo régimen: Calvo Sotelo, Fernández Cuesta, Rato, Mayor Oreja, Ruíz Gallardón, Sánchez Miranda, Mariscal de Gante, Matute, Arias Salgado, Granados, Morenés, Sánchez-Camacho y el propio Aznar, entre otros.
No recuerdo exactamente quién dijo que “Suárez era hijo de Franco y la democracia era hija de Suárez, de manera que la democracia es nieta de Franco”. Ergo: de esos barros vienen estos lodos…
Margarita Rey
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