miércoles, 17 de septiembre de 2014

Atalaya: El toro de la Vega





El Toro de la Vega, que se celebra  en Tordesillas el Día de la Virgen de la Peña, en septiembre, es otra modalidad de torturar y matar a un astado. Se trata de una tradición que se remonta a la Edad Media. La fiesta consiste en soltar a unos toros, mientras que decenas de vecinos, escondidos, los aguardan para lancearlos. 

Este año, más de un centenar de protectores de animales, se han enfrentado a los vecinos de Tordesillas, para impedir la barbarie, como las corridas o los toros con antorchas en los cuernos y otras muestras del odio a los toros desde nuestros remotísimos ancestros hasta nuestros días. Como entre los  iberos, también en la relación entre el hispano y el toro existe una mezcla de amor y odio, como puede constatarse escuchando algunas canciones de nuestras folclóricas.

La delegación del Gobierno en Valladolid envió a Tordesillas a varias decenas de guardias civiles , que cargaron enérgicamente contra los detractores del torneo, protegiendo a los lanceros.  Vecinos del pueblo lanzaron pedradas contra los detractores de la “fiesta. Este año no ha sido  muy favorable a los valientes matatoros de Tordesillas. Cuatro heridos por asta de un toro, que por lo visto no quería dejarse lancear por  catetos “héroes”  tuvieron que ser hospitalizados.

Los desafueros con los toros arrojan una turbia luz sobre el eslogan “Marca España”. Hasta la Comisión Europea ha planteado a España que se ponga fin a los festejos taurinos, que también implican la vida de un hombre.

Ahora que hablamos de la posible (y no infrecuente) muerte del torero, ¿dónde está la Iglesia católica con su defensa a ultranza de la vida?  Según su propia doctrina, todos, también los animales, somos hijos de Dios, que nos permite comer carne porque necesitamos vitalmente proteínas. Hoy no nos comemos unos a otros porque somos muy civilizados: los únicos que lo pueden hacer, sin que se resienta su conciencia, son financieros, comerciantes , y,  ¿cómo no?, las grandes empresas supranacionales que, pagando bajos salarios, se tragan a países pobres. Encima, éstos tienen que estarles agradecidos por su “ayuda al desarrollo”.
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