lunes, 27 de enero de 2014

Atalaya: El desgaste de las palabras



El lenguaje es como un  organismo vivo y por lo tanto sometido  a la erosión del tiempo y el desgaste por el  uso.  Dentro del lenguaje, las palabras  también mutan su sentido y cambian el contexto, y con ello su significado. Para tener un ejemplo preciso de lo arriba expuesto basta con que leamos a uno de nuestros clásicos en su versión original, en castellano antiguo. Una experiencia muy interesante es oír hablar a judíos españoles expulsados de España (Sefarad) en 1492 por los Reyes Católicos, que han conservado el habla de aquel tiempo. Lo que hablan nos suena  a castellano, pero se nos escapa el sentido de lo que dicen. Los  sefardíes se establecieron en Europa  Oriental (especialmente en Grecia y Turquía). En Israel están considerados como “los aristócratas de los judíos”, tal es su grado de cultura.
 
Quizá sea en el campo de la política y de la economía, donde más se note el desgaste de los vocablos. Según avanza el tiempo van desapareciendo o van mutando el significado prístino de los términos. Es lo ocurrido, verbi gratia, con la palabra “liberal”, surgida en España entre XVIII y XIX y usada en todos los países.  Liberal venía de la corriente política opuesta al absolutismo y significaba “libre”, que luchaba por la libertad. Con el correr de los siglos, “liberal” denota libertad para los mercados, afín al capitalismo sin trabas por parte del Estado. En su recorrido nos hallamos ahora con el término “neoliberal”, que exige libertad absoluta empresarial  a costa de los trabajadores.
 
El siglo XX nos ha dejado palabras, que han traído muchas víctimas, en las dos guerras mundiales (1914, 1939). Todavía no han perdido del todo su sentido, pero estoy seguro de que la generación de nuestros días y, mucho más, las generaciones venideras, necesitarán  estudio para comprenderlas en su trágico calado.  La palabra “fascista” apenas es  utilizada.  Franco se enfurecía cuando en el  Extranjero se le tildaba de “fascista”. Sin embargo Mussolini, su “reiventor”, (el fascio romano), estaba muy orgulloso de ser un fascista. Hoy se emplea “facha”, que es más despectivo que político. Lo mismo ocurre con la palabra alemana “nazi”, de tan horrorosos y macabros recuerdos (campos de concentración, asesinato de millones de judíos y de oriundos de otras naciones de Europa Oriental; también aniquilación de unos mil republicanos españoles, que luchaban en la resistencia francesa, hechos cautivos por los nazis y entregados por el “Caudillo” al campo de exterminio de Mauthausen después de haber sido preguntado por Hitler, su amigo, qué hacer con ellos). “Nazi” significa “nacional socialista”. También Adolf Hitler pertenece ya a la historia y, mucho más en España, aunque sin la masiva ayuda, con los más modernos armamentos, por parte de Hitler y Mussolini, el sublevado gallego no hubiese tenido éxito con su golpe de Estado. Franco, que las veía venir, no quería que se le identificara con el fascismo, por si ganaban los Aliados. Franco fue apartando a los falangistas del poder, entre ellos a su cuñado Serrano Súñer, totalmente nazi, que tuvo que dejar el ministerio de Asuntos Exteriores.
 
El siglo XX también nos deparó otras atrocidades, bajo el emblema de la libertad y la justicia social. La “Guerra Fría” contra el comunismo duró hasta casi finalizado el siglo pasado. Los crímenes del dictador comunista Stalin le igualaron a sus compinches alemán, italiano y español. Hoy, el comunismo, muy débil en Europa, está bastante diluido en otras formaciones. Es fuerte, mal nombrado como “socialismo”, en Cuba y en China. Los chinos, que podrán ser la gran potencia de mañana, han inventado una mezcla entre comunismo y capitalismo, que hasta ahora les funciona. También se nota que el rodillo del tiempo ha pasado por encima del comunismo, que en el pasado siglo fue la pesadilla de las democracias occidentales y el balón de oxígeno para la dictadura franquista (las bases de EE UU en España). A su caída, el dique de contención que significaba para el capitalismo ha desaparecido y, con la globalización, los llamados “mercados” se han apoderado de nuestras economías, reinstaurando un capitalismo feroz que ya creíamos olvidado y que no sabemos adónde acabará por llevarnos.






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