Estos magistrados se han convertido en protagonistas, ya sea por sus casos o ya sea por su personalidad:
Elpidio Silva
Le gusta hablar y lo hace sin tapujos. Elpidio José Silva saltó a la fama por meter en la cárcel al expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa, aunque sus actuaciones también le han traído problemas: el miércoles pasado, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) inició los trámites para suspenderlo temporalmente de sus funciones. ¿La razón? El auto de apertura de juicio oral por parte del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) por prevaricación — toma de decisiones injustas a sabiendas— en el caso Blesa.
«El criterio del TSJM conmigo es absurdo», aseguró el magistrado en Twitter, uno de los canales a través de los que expresa sus opiniones con frecuencia. Y es que, si por algo se caracteriza el juez, es por su carácter contestatario y por presentarse como víctima de una campaña de «acoso y derribo», como ha afirmado en diversas ocasiones. El día después de conocer la decisión judicial, daba una rueda de prensa en donde, de paso, aprovechaba para recordar que en febrero se publicará su libro «La Justicia desahuciada».
De compleja personalidad, como le contaban fuentes del sector a ABC, Silva ha dedicado 22 años a la judicatura, cinco de ellos ejerciendo como magistrado en Madrid. Nacido en Granada, fue número uno de su promoción y premio extraordinario de licenciatura. Paradójicamente, sus problemas con la Justicia comenzaron en 2009, cuando fue condenado en rebeldía por el juzgado de primera instancia número 70 de Madrid por el impago del alquiler de una vivienda, de la que tuvo que ser desahuciado.
Desde entonces, ha acumulado una notificación por impago del impuesto municipal sobre el incremento del valor de los terrenos de naturaleza urbana y la Fiscalía le abrió una causa por presunta desobediencia —el juez estuvo de baja la mayor parte de los días que trabajó en Cuenca por sufrir una «depresión reactiva», según el escrito—. En este último caso, se negó a un reconocimiento médico oficial, lo que le valió la apertura de un juicio oral, del que salió absuelto.
Frecuentes son sus apariciones en los medios de comunicación —no solo en los informativos, sino también acudiendo a programas televisivos para ser entrevistado— y, ahora, se plantea incluso entrar en política. Tal es la simpatía que despierta entre algunos sectores, que el expresedente cántabro Miguel Ángel Revilla abrió una causa en la página Change.org para expresar su apoyo al juez. «Apoyo al juez Elpidio Silva: Por la Verdad y la Justicia» ya tiene 150.000 firmas.
Mercedes Ayala
Muy diferente al de Silva es el carácter de la juez Mercedes Alaya, instructora en el caso de los ERE fraudulentos, pese a lo cual no ha podido librarse de cierto protagonismo debido a la gran importancia que tiene la causa que lleva entre manos. Hermética y distante, no le gusta hablar con la prensa… pero tampoco mantiene buena relación con la Fiscalía Anticorrupción, con la que ya ha tenido varios «encontronazos».
Alaya, que suele trabajar hasta avanzada la madrugada, tiene una particular forma de proceder. Rechazó a los dos jueces de apoyo que puso a su disposición el TSJA para ayudarla en la titánica causa y ha preimputado a los ex presidentes de la Junta de Andalucía Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
La juez de 49 años, con una mente privilegiada y una fuerte dedicación, tiene también un marcado carácter. No saluda por los pasillos del juzgado, llegó a recriminar a los funcionarios que hablaran con la prensa y ha llegado a reñir a sus imputados: «Me está mintiendo», le espetó a uno, mientras que a otro le dijo «déjese de teatro», tal y como ha contado ABC Sevilla.
Sin embargo, «cuando se quita la toga es una mujer coqueta y que ejerce fascinación incluso entre los letrados de sus imputados», contaba este periódico. Su aspecto distinguido y su tez de porcelana también ha atraído la atención de la prensa. Tanto, que esos detalles han acabado adornando en algunas ocasiones las crónicas judiciales. De hecho, entre los periodistas se comenta que Alaya elige vestidos de colores llamativos cuando se acerca una operación policial relacionada con el caso.
José Castro
El juez José Castro quiere jubilarse con un caso histórico. Rozando ya la edad marcada por el cese de actividad laboral, ha sido el primer juez que ha imputado a un miembro de la Casa Real. Esto ha justificado su fama, pese a ser un hombre discreto. Aunque durante la mayoría de su carrera judicial ha sido conocido solo por gente del entorno, en 2010 saltaba a los medios por el «caso Palma Arena». Al expresidente balear Jaume Matas le impuso una fianza de tres millones de euros, una de las más altas en la historia judicial española.
Nació en Córdoba hace más de 65 años, ingresó en la carrera judicial a mediados de los setenta y desde 1990 es el magistrado del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma de Mallorca. No concede entrevistas ni hace declaraciones. Llega al trabajo en bicicleta o moto, ésta última su gran afición desde que era joven.
Pero este hombre extrovertido, de chiste fácil y risa rápida, tiene un ego marcado que le hace encajar mal cualquier revés a sus resoluciones, según contaba hace tiempo ABC. En sus autos no falta la ironía y vivió su momento estelar con la primera declaración de Iñaki Urdangarín en los juzgados de Palma, donde fue vitoreado por los ciudadanos en la calle.
Ahora, y aunque le ha costado el enfrentamiento con quien hasta hace poco fuera inseparable, el fiscal Horrach, ha dado un paso más y ha imputado a la Infanta Cristina. Algo que, a los ojos de la ciudadanía, le ha situado como un héroe. Pero «judicialmente, y hay quien cree que el magistrado lo sabe, el caso ya no tiene ningún recorrido», contaba el periodista Pablo Muñoz en ABC.
Pablo Ruz
Sólo hace unos días provocó que Sandro Rosell dejara la presidencia del Barcelona FC al admitir a trámite una querella por apropiación indebida en el fichaje del jugador brasileño Neymar. La aparición del nombre de este juez de la Audiencia Nacional es constante: por el «caso Gürtel», los «papeles de Bárcenas» por el «caso Faisán», la causa contra la SGAE, Pescanova...
Pablo Ruz, que va camino de los 39 años, entró en la carrera judicial en 2003. En poco más de diez años ha pasado de bregar con casos de agresiones, drogas y denuncias de tráfico en el municipio de Collado Villalba, en la sierra de Madrid, en Navalcarnero (Madrid) o en Bilbao, a ocupar el sillón que le dejó caliente el ahora exjuez Baltasar Garzón en el juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
Este magistrado, con fama de trabajador e implacable en sus autos, toca la guitarra en sus ratos libres, tiene cuatro hijos y no pertenece a ninguna asociación judicial, aunque su entorno le define como progresista y católico. Como publicó ABC el pasado julio, una de sus virtudes es que es buen compañero: «Nunca le ha pisado un callo a nadie», comentaba un funcionario de la Audiencia Nacional. El único compromiso de Ruz es con la plataforma «Otro derecho es posible», un grupo de profesores, jueces, fiscales y abogados que reclaman la «humanización» del Derecho Penal.
Clarificadoras son las palabras del rofesor Antonio Obregón, hoy vicerrector de la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE sobre quien fue su alumno en 1992: «No es pasión de maestro, pero cuando lo veo en televisión me reconforta. Me siento más tranquilo como ciudadano porque sé que lo que haga lo hará con rigor».
Fuente: ABC