Recientemente oímos decir al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y a su vocero, Montoro, que hay que pagar a Hacienda por patriotismo.
Siempre he sido contrario a esta palabra, por la que tanta sangre se ha derramado, en la mayoría de los casos para beneficio de los aristócratas, que utilizaban también como soldados de infantería a sus siervos. Como siempre, los patronos consideran siervos a los obreros, que en nuestros tiempos siguen constituyendo la mayoría de la población y a los que se designa con eufemismos o nombres mejor sonantes. En los tiempos del ínclito caudillo, aún no olvidado por los peperos mayores de 60 años, el siervo (después de la Revolución Industrial: obreros) pasó a ser oficialmente el “productor”, sin que por eso los ricos a la vera del poder le subieran el salario. En la democracia, el antiguo siervo ha pasado a ser el trabajador, aunque haya millones de parados en el mundo en unas condiciones peores todavía que las gentes que, en la Edad Media, con el feudalismo, formaban parte de la gleba.
La patria es una expresión eufemística inventada por “los de arriba”, en un sentido hipócrita (el capital y la corrupción no tienen patria). Sus orígenes en tiempos de los griegos y los romanos se remontaban al amor y al respeto que merecían la tierra natal de los padres, que había que defender contra invasores, incluso a coste de la propia vida. Con el tiempo, la patria se extendió, superando las tribus, el lugar de nacimiento, los usos y costumbres (o tradiciones) y a la familia y demás seres queridos, como los amigos. Pero con el paso de los siglos, la palabra patria se cubrió de ideología (“la patria de los trabajadores” dicen los comunistas) y hoy es más corriente su uso en el sentido de lo militar (“Todo por la patria”). Los alemanes poseen dos términos que separan nítidamente lo patriótico: “das Vaterland” (país paterno) de lo sentimental, lo humano: “die Heimat” (patria chica).
La patria es una expresión eufemística inventada por “los de arriba”, en un sentido hipócrita (el capital y la corrupción no tienen patria). Sus orígenes en tiempos de los griegos y los romanos se remontaban al amor y al respeto que merecían la tierra natal de los padres, que había que defender contra invasores, incluso a coste de la propia vida. Con el tiempo, la patria se extendió, superando las tribus, el lugar de nacimiento, los usos y costumbres (o tradiciones) y a la familia y demás seres queridos, como los amigos. Pero con el paso de los siglos, la palabra patria se cubrió de ideología (“la patria de los trabajadores” dicen los comunistas) y hoy es más corriente su uso en el sentido de lo militar (“Todo por la patria”). Los alemanes poseen dos términos que separan nítidamente lo patriótico: “das Vaterland” (país paterno) de lo sentimental, lo humano: “die Heimat” (patria chica).
La patria en su sentido político-militar y sociológico se creció con la aparición del nefasto nacionalismo con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII. Se ha ido mitigando después de la Segunda Guerra Mundial (1945), siendo sustituido a altos niveles por el intento de construir la Unión Europea, que acabe de una vez con esa lacra para la convivencia de los pueblos que es el nacionalismo, y más, si encima se apareja con el separatismo.
No me gusta nada el uso que hacen Rajoy y Montoro de un término tan bélico y excluyente. Podrían haber dicho que pagar impuestos es un deber ciudadano ineludible, lo cual es verdad. No convirtamos a los contribuyentes en patrioteros, deformando el sentimental apego a la tierra en la que vimos la luz.
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