domingo, 18 de enero de 2015

Atalaya: Nadie es perfecto




A raíz de los atentados terroristas yihadistas en París (también en Bélgica), el Papa Francisco se ha dirigido a millones de fieles para condenar los  atentados del  Estado Islámico, que luchan por un Islam más puro que el que se practica en Irán (lo que le faltaba al pobre y oprimido país, en otros siglos, persa), en Arabia Saudita, en Siria (cuyo norte ahora está en poder de los terroristas, no muy unido a Al Qaeda. El Cabeza de la Iglesia católica, fiel a su formación evangélica, ha apelado a la clemencia a la atacada Europa con la conocida frase de si te dan una bofetada, pon la otra mejilla. La frase es muy bonita, pero imposible de practicar dados los egoísmos capitalistas, sus excesos que fomentan la ira de las clases menos privilegiadas, la insolidaridad de los gobiernos con sus votantes, su complicidad con el capitalismo y su extremismo falsamente llamado “socialismo” que es todo lo contrario al comunismo, degenerado en asfixiantes dictaduras.

En general, la postura del papa Francisco ha sido bien acogida por creyentes y no creyentes aunque Francisco, en una opinión generalizada, cometiera algunos errores de perspectiva además de eso de “poner la otra mejilla”, lo cual en circunstancias tan graves como las actuales significaría predicar la pasividad ante la injusticia.
 
Sin embargo, el pasado jueves, en una charla con los periodistas que le acompañaban en su viaje a Filipinas (que, por cierto, ha causado gran revuelo en la prensa internacional, especialmente en Francia), el papa respondió a la pregunta de un reportero francés sobre la libertad de expresión de una manera bastante desafortunada: “La libertad de expresión tiene límites”, dijo en clara referencia a la portada con la caricatura de Mahoma del semanario “Charlie Hebdo”, que sirvió de pretexto a los yihadistas para cometer la masacre de Paris. Y continuó: (…)  “si un gran amigo dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo”.

Habría que añadir, que ese “todo tiene límites” se tendría que aplicar en los medios y en los discursos políticos que tratan de mentir al pueblo o vejar al vecino, por pensar de otra manera. Y, especialmente, en la Iglesia que, si quiere ser creíble, hoy más que nunca tiene la obligación de decir la verdad.
 
Son muchos los católicos que confían en el pontífice  argentino, ese joven septuagenario (76 años), que ya ha limpiado de secular polvo muchos rincones del Vaticano, que se ha disculpado en nombre de la Iglesia de los abusos a menores por parte de sacerdotes, y ha rechazado anatemas contra quienes tienen un rasgo sexual distinto a la mayoría social. Seguro que el papa Francisco quiere ir más lejos en la formación de la Iglesia Católica del siglo XXI y acabar con disparatados mitos ya anacrónicos en el Tercer Milenio.

Por eso mismo, las palabras pronunciadas en el vuelo que le llevaba de Sri Lanka a Filipinas han causado, como mínimo, extrañeza viniendo de alguien a quien todos considerábamos tan ajeno a prácticas arcaicas como la aplicación de la Ley del Talión.
 
 

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