lunes, 16 de octubre de 2017

LEÍDO EN LA PRENSA




 
 
Las imágenes de violencia fascista en Valencia, con dejación policial incluida, son toda una señal de alarma en este momento histórico de polarización política. Si encima el PP se niega a denunciarla en sede parlamentaria y Ciudadanos tampoco expresa su condena, nos adentramos en un terreno muy peligroso de tolerancia e impunidad. ¿Todo vale para expresar el patriotismo español? ¿Por qué la españolidad se deja asociar con la violencia fascista que atemoriza la calle? La Unión Europea ha recordado que la violencia política es una línea roja incompatible con la democracia y el espíritu europeo que es el de la Ilustración.

¿Han sopesado los dos partidos de centro-derecha y toda su corte mediática las consecuencias de minimizar o banalizar las serpientes del fascismo callejero? Me temo que no. Para ellos, tan solo son un efecto secundario y controlable del momento pasional y enervado que vivimos. Hanna Arendt ya nos advirtió de lo peligroso que resulta banalizar el mal. El "a por ellos" futbolero hacia la policía es un ejemplo de banalización del mal que ha envalentonado a la clásica extrema derecha.
 
Minoría latente
La extrema derecha y los grupúsculos fascistas siempre han existido como una minoría latente, aunque muy desunida en multitud de siglas y colectivos sin un liderazgo carismático que los cohesione. Ha ido sobreviviendo como una amalgama de franquistas nostálgicos, falangistas, social patriotas, nazis y racistas ultras con focos muy activos en Madrid y Valencia. Sus menores de 40 años están bien conectados a las redes sociales lanzando discursos de odio y exhiben su virilidad violenta en gradas futboleras y en palizas a víctimas desamparadas.

El último informe sobre delitos de odio que recoge las denuncias al Ministerio del Interior indica que en el 2016 hubo 1.272 delitos de odio en España. Los más comunes son por racismo y xenofobia (416), por disfobia o discriminación hacia discapacitados (262), por intolerancia ideológica (259), por discriminación de la orientación e identidad sexual (230), por intolerancia religiosa y antisemitismo (54), por sexismo degradante (41) y por aporofobia u odio a los pobres sin hogar (10). Todas ellas son conductas extremas constitutivas de delito y representan una ínfima parte del total de dos millones de infracciones penales cometidas en 2016. Son pocos delitos pero, cualitativamente, son el peor veneno de la convivencia y la demostración de fuerza de ideologías totalitarias de infausto recuerdo.
 
Callejero y patrio
Los delitos de odio son fascismo callejero. Pero ante el momento crítico y apocalíptico con que ven a su España, el fascismo patrio que vimos en Valencia parece quedar banalizado por la derecha parlamentaria. Así queda normalizado y blanqueado. Hace unos días, una masiva manifestación en Zaragoza por la unidad de España jaleaba al orador que, sin presentarse, era el jefe provincial de Falange. Toda una infiltración aplaudida. Todo un fracaso calamitoso para la España laica, liberal y democrática que no sacraliza a la patria y, por ello, va perdiendo el relato.

Los datos del CIS nos dicen que el 80% de los electores que se reconocen de extrema derecha votan al PP. Hasta ahora así ha sido. El fascismo patrio y banal que se fermenta y se socializa en radios, tertulias y columnistas de cierta prensa madrileña acabará teniendo su propio nicho electoral con las siglas que sean. Está ganando en hegemonía y solo falta que alguien lo financie. Jiménez Losantos y sus contertulios no dejan de calificar a Rajoy como un traidor incapaz de aplicar la mano dura contra todo lo que está pasando en Catalunya. Si prospera la distensión y se abre una vía de reforma constitucional sin haber encarcelado antes a Puigdemont y su Gobierno, la percibida como traición de Rajoy puede romper al PP.
 
Efecto 'boomerang'
Sería el 'boomerang' de la posdemocracia autoritaria que el mismo PP ha alimentado con su política de exclusión y uniformidad. Todo empezó con la crispación identitaria y la recogida de firmas contra el Estatut de Catalunya en el 2006. El nuevo fascismo patrio irá a más y marcará la agenda identitaria a seguir como la única agenda política. Gran jugada. Así queda anulada la agenda clásica de la izquierda centrada en la redistribución, la lucha contra la desigualdad y la ampliación de derechos de ciudadanía.

Algunos sondeos ya sitúan a Podemos en cuarto lugar y a un PSOE a la baja. Todo apunta a una mayoría electoral de PP y Ciudadanos, además de dar representación a un partido del fascismo patrio, sea Vox o bajo otro nombre. La bestia está desatada y querrá ulsterizar Catalunya. Peor escenario, imposible.
 
Fuente: EL PERIÓDICO
Autor: Xavier Martínez Celorrio
 
 
 

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