A pesar de que en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo las encuestas han sido más ajustadas que en las Europeas, donde los distintos institutos de opinión no dieron pie con bola, también aquí ha habido meteduras de pata, especialmente en lo que a la participación electoral se refiere, que se esperaba muy alta y que, sin embargo, ha quedado aproximadamente un 1% por debajo de los mismos comicios de 2011. Pero lo que muchos ansiaban y pocos esperaban, era una derrota tan masiva del PP en la mayor parte de las autonomías y municipios. La ciudadanía, que en estos cuatro años del PP ha tenido que vivir en sus propias carnes el funesto resultado de su implacable castigo en las urnas al PSOE de ZP (como si éste hubiese sido el único culpable de la crisis económica), castigaba a los populares por su política a espaldas de la ciudadanía y volvía a poner en su sitio al sobredimensionado Partido Popular y su rodillo mayoritario al arrebatarle la mayoría absoluta.
Sin embargo, esa debacle del PP no se ha traducido en un gran avance del PSOE. Si bien es cierto el partido socialista parece que ha podido frenar su vuelo en picado tras el morrón que se pegó en las elecciones de 2011 y que le dejó como unos zorros, la pura realidad es que no ha conseguido adelantar con claridad a su rival por antonomasia y, con 400.000 sufragios menos que el PP, sólo ha sido capaz de colocarse en el segundo lugar del ranking nacional.
En la campaña electoral hemos oído por parte de algunos que el bipartidismo es la única solución, mientras que otros nos querían hacer creer que ya estaba muerto y que ellos iban a ocupar su lugar. En mi opinión, es tan falso lo uno como lo otro. Visto lo visto, los oráculos preelectorales en relación con las llamadas “fuerzas emergentes”, no se han cumplido ni en el caso de Podemos ni de Ciudadanos. Podemos no ha obtenido los resultados espectaculares que esperaban allí donde se ha presentado con sus propias siglas y, sin embargo, sí que lo ha hecho bajo el paraguas de plataformas ciudadanas. Ciudadanos, por su parte, también ha estado bastante alejado de las previsiones demoscópicas.
A pesar de que, a medida que se acercaban las municipales, todo apuntaba en esa dirección, la casi victoria obtenida por las candidatas Manuela Carmena (Plataforma Ahora Madrid) y Ada Colau (Plataforma Barcelona en comú) ha pillado a muchos con el pie cambiado. Pero ni los porcentajes de Carmena (31,8%) ni de Colau (25,2%) alcanzan para gobernar en solitario. Así que no les quedará otra que buscar el apoyo de terceros partidos, ya sea en la forma de una coalición, de pactos de investidura o de pactos puntuales. Un aro por el que van a tener que pasar también PP y PSOE para regir aquellos municipios o autonomías, donde la distancia que separa a ambos partidos es, a menudo, de tan sólo un voto.
En este momento, pasada casi una semana de los comicios, parece que la cosa no se presenta fácil y que nos encontramos ante un “poti-poti” (palabra catalana para expresar batiburrillo, desorden y confusión) postelectoral mayúsculo. De momento, algunos políticos nos han dejado algunas “perlas” e imágenes para la posteridad que deberían, como mínimo, sonrojarles a posteriori. Como las del pobre Emiliano García Page haciendo el ridículo al finalizar la noche electoral, abrazando exultante a todo quisqui y soltando speeches a troche y moche, como si ya tuviese el mando de Castilla La Mancha en el bolsillo. O el bocazas de Pablo Iglesias, que nos ha dejado ojipláticos atribuyendo con todo el morro a la fuerza morada las victorias de Madrid y Barcelona cuando, en realidad, Podemos es sólo una más entre las diversas fuerzas políticas convergentes en las plataformas “Ahora Madrid” y “Barcelona en comú”. Y si no Pablo Echenique, otro que tal baila, sacando pecho desde Aragón al hablar de un “empate técnico” entre PSOE y Podemos, fruto tan sólo de su mente obnubilada por el deseo de gobernar esa Autonomía.
El sainete político que estamos viviendo en la actualidad (me refiero especialmente a las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre y Ana Palacio), da vergüenza ajena. Francamente, no puedo llegar a comprender el hecho de que el PP y la prensa afín se rasguen las vestiduras ante la posibilidad de que Carmena gobierne en Madrid con ayuda de los votos del PSOE, llegando incluso a hablar indecentemente de “frente popular” o acudiendo al “coco” ese de que el avance de la izquierda podría frenar la inversión extranjera. Ni entender a los del otro bando cuando tachan a Ciudadanos de “marca blanca” del PP porque la formación de Rivera podría apoyar en algunos casos específicos a ese partido. Claro que para despropósitos los de esa concejal de Cultura (¿?) del PP en Rafelbunyol, un pueblecito de la Comunidad Valenciana, que hizo de Casandra en twitter, vaticinando la quema de iglesias y la violación de monjas si Compromis conseguía el poder.
Llegados aquí y al hilo de lo que está pasando, permítanme que me refiera a las experiencias que he vivido en Alemania, país en el que pasado 36 años de mi vida y donde he aprendido muchas cosas, entre ellas el sentido de Estado que demuestran allí los partidos políticos a la hora de hacer pactos para asegurar la gobernabilidad.
En Alemania, donde los pactos y coaliciones están a la orden del día desde la fundación de la RFA, la coalición cristianodemócrata CDU/CSU ha gobernado el país en cuatro ocasiones con los demoliberales del partido FDP, que, a su vez, también gobernó en dos legislaturas con el partido socialdemócrata (SPD). Y ¡oh horror!, en 1998, el SPD llegó a un acuerdo con Los Verdes para formar coalición e incluso gobernó con ellos hasta 2005. Seguramente habrán también oído que CDU/CSU y SPD abrazaron en tres ocasiones otro tipo de alianza gubernamental, que aquí sería considerada por la gran mayoría como pacto “contra natura”: la llamada “Gran Coalición”. La de 1966, que hizo historia, sería la puesta de largo como Ministro de Asuntos Exteriores del hasta entonces demonizado Willy Brandt. Willy, como le llamábamos cariñosamente sus incondicionales, había tenido la osadía de ser uno de los pocos alemanes que lucharon en la resistencia contra Hitler. Por muy raro que nos pueda parecer, los conservadores alemanes, veintiún años después de la derrota nazi, seguían echándole en cara a Willy Brandt que la primera vez que pisó suelo alemán después de finalizada la II Guerra Mundial, llevase puesto un uniforme noruego.
En los parlamentos federales, los pactos entre partidos se dan con la misma frecuencia. Es más, el 13.09.14 se rompió en el Land Brandenburgo el gran tabú de formar coalición con el partido Die Linke (sucesor del partido antiguo comunista de la extinta República Democrática Alemana). Esa formación de extrema izquierda (con la que Podemos mantiene una fluida relación desde su integración en el grupo Izquierda Unitaria Europea en la Eurocámara), muy votada en todo el Este de Alemania por los nostálgicos del pasado y por la juventud, que se sienten dejados en la cuneta por el sistema vigente, tropieza con muchas más dificultades a la hora de encontrar aliados en el Bundestag (Parlamento Federal). Debido al lastre de su pasado, todavía demasiado cercano y a pesar de ocupar el tercer puesto en el número de escaños, los otros partidos allí representados rechazan cualquier tipo de alianza con Die Linke a nivel nacional. Aunque no dudo que, a la larga, ese tipo de pactos se puedan llegar a dar si Die Linke decide alguna vez moderar su programa, como le hemos visto hacer a toda velocidad a Podemos en estos últimos tres meses.
A mí me da la impresión que todas las fuerzas políticas de nuestro país, tanto las viejas (la llamada “casta”, un término que ahora parece que se escucha menos) como las emergentes, especialmente Podemos, les queda todavía mucho camino por recorrer hasta que aprendan que lo primordial es intentar gobernar para todos los ciudadanos y no sólo para los votantes de su partido. Y que en estos momentos de crisis, mejorar el funcionamiento de las instituciones y el nivel de vida del empobrecido pueblo español tendrían que ser las prioridades de nuestros representantes políticos, en lugar de enzarzarse en peleas dialécticas y descalificaciones vergonzantes e indignas de personas con un cierto nivel intelectual.
Según el diccionario Oxford español, pactar es "decidir (dos o más partes) una cosa de común acuerdo y comprometerse a cumplirla, defenderla o mantenerla". Para mí, el pacto político consiste en que las partes interesadas sean capaces en aras del bien común, en un momento dado, de saber dar un paso atrás y renunciar a propuestas maximalistas o egoísmos partidistas que impedirían llegar a un acuerdo. Esto implicaría también dejar al margen cicaterías políticas para garantizar el buen funcionamiento de la democracia y la estabilidad y gobernabilidad del país, en este caso España. Tal y como están las cosas, esa es la lección que todos los partidos, incluidos los nuevos, van a tener que aprender a marchas forzadas si no quieren verse desplazados del poder por nuevos movimientos sociales en auge.
En eso y en muchas cosas más, los alemanes nos dan sopas con honda.
Margarita Rey