lunes, 27 de abril de 2015

Mundo periodístico: Walter Haubrich in memoriam


Este fin de semana hablamos casualmente de él, de Walter Haubrich, gran periodista y mejor persona. Manuel le conocía desde finales de los 60, cuando le nombraron corresponsal en España del renombrado diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ). Nos preguntábamos qué habría sido de él. Desde que se jubiló del periódico en el 2002 la relación con Manuel había sido bastante fluida, por teléfono o por E-Mail.  En los últimos dos o tres años, Walter estaba ya muy delicado, aunque lleno de proyectos. Como a menudo sucede, la interrupción del contacto ocurrió sin motivo aparente. Pensándolo bien la causa no fue otra que un bache en la salud de ambos.
 
Recuerdo como si fuese ayer la primera vez que nos encontramos en Madrid en el restaurante “La Bola”.  Fue en 1977, en mi primer viaje a Madrid con mi marido después de la muerte del dictador. Manuel ya había viajado allí en numerosas ocasiones por su trabajo en Radio Baviera y aprovechaba la ocasión para encontrarse en el Café Gijón con casi todos los corresponsales de los medios alemanes en la capital de España que, durante la dictadura le visitaban una vez que otra en su despacho de Múnich, ya que él tenía prohibida la entrada como “persona non grata”. También Haubrich pasó más de una vez por allí, pero no tuve ocasión de conocerle por aquel entonces.
 
Walter me pareció una persona muy interesante. Simpático, muy culto y de conversación amena, me hizo pasar un rato muy agradable. De hecho, yo establecí tantos paralelismos entre él y Manuel que me parecían dos caras de la misma moneda: él, hispanista, enamorado de España, antiguo lector de alemán en Santiago y Valladolid, reconvertido casualmente en periodista y Manuel, lo mismo pero al revés: germanista, amante del idioma alemán y de Alemania, docente de español en el Instituto de Intérpretes de Munich y que también llegó al periodismo por cosas del azar.
 
Manuel me había referido que el antiguo Embajador de España en Alemania, Fernando Perpiña Robert, a principios de los 70 vice cónsul y director del Instituto de Cultura Hispánica de Múnich, le había contado en una cena privada que los periodistas más odiados por el régimen de Franco, cuando éste ya pegaba las últimas boqueadas, eran los corresponsales en España de Le Monde, José Antonio Novais,  y del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Walter Haubrich. En Alemania eran José Moll y Manuel Moral sus bichas negras. Ambos eran los redactores responsables de los programas en español de la Radiodifusión Alemana que emitía el Bayerischer Rundfunk (Radio Baviera). Su pecado: poner diariamente de manifiesto, sin censura y sin tapujos, la realidad política en la España de Franco. Pero, exceptuando a Novais que fue víctima de numerosas represalias e incluso de violentos ataques físicos por parte de los Guerrilleros de Cristo Rey, fuera de las numerosas e infructuosas protestas por vía diplomática, que solían recibir una amable y ambigua respuesta por parte alemana, el régimen franquista no podía hacer nada contra ellos (Haubrich, Moll y Moral) sin provocar un conflicto diplomático. Así, muy a su pesar, no le quedaba otra que envainársela y tragarse el sapo.
 
¿Y si hubiese fallecido? le pregunté a Manuel, ¡como últimamente estaba tan malito!... Así que me puse a indagar en internet y con gran pena pude comprobar que nuestros temores eran ciertos. Walter Haubrich había fallecido hace pocas semanas en Madrid y nosotros sin enterarnos. Y eso que EL País le había dedicado varios obituarios. ¡Cosas que pasan cuando se vive en Albacete y no se lee con regularidad El País!

En un primer momento, aunque no le gustan nada las necrológicas, Manuel pensó en escribir una reseña para rendirle póstumo homenaje. Sin embargo, después de leer el soberbio artículo del gran escritor Juan Cruz titulado "La Memoria de la Transición" desistió de hacerlo porque, en su opinión, sus sentidas y certeras palabras eran difíciles de superar. Juan Cruz escribió:
 
“La última vez que vi a Walter Haubrich (Westerwald, Alemania, 1935 - Madrid, 6 de abril 2015), en su restaurante de todos los mediodías, en la parte alta de la ciudad, ya llevaba bajo el brazo menos periódicos, ya saludaba sentado, ya era un hombre de otro mundo; el periodismo había sido su alimento, la curiosidad era el instrumento con el que aprendió a entender este país hasta su entraña. Hasta el último momento mantuvo la curiosidad que alimentó su periodismo y su manera de vivir, aunque en los días había atenuado esa relación con la realidad que le venía de los periódicos y de las ondas. Fue un gran corresponsal, un corresponsal de fondo, que hizo que la lucha de este país por la libertad fuera más conocida en el mundo.

La curiosidad le acompañó siempre. Un gran amigo suyo, al darme este lunes la noticia de que había muerto Walter Haubrich, me explicó eso: que casi en el último suspiro de una vida dedicada a la información le confesó que la curiosidad empezaba a abandonarlo. La enfermedad agotó su vida plena de periodista poseído por una curiosidad tan invencible como la serenidad de su espíritu. Su paciencia y su capacidad para entender qué pasaba, en los tiempos en que fue un joven corresponsal, hasta estos últimos instantes fueron un faro en el que nos vimos otros periodistas a lo largo del tiempo.
 
Está en la estela de los grandes corresponsales que ha habido en Europa y en este país. Con Harry Debelius, el que fue corresponsal del Times de Londres en las postrimerías del franquismo, y de José Antonio Novais, que, en situaciones complicadísimas, ejerció la misma función para el diario Le Monde, sin duda ha sido Haubrich el enviado de un diario extranjero que de manera más delicada y comprensiva se ha dedicado a este país en el muy largo tiempo de transición democrática española.

Como el buen periodista que fue, aplicó su curiosidad y su tacto hasta los niveles exactos de un profesional; no utilizó nunca ni las amistades ni los conocimientos para adelantar, magnificar o minimizar acontecimientos u opiniones, así que nunca cayó en la tentación de confundir sus deseos con las realidades a que ese país se sometió en estos años. Fue un periodista a carta cabal, un lector respetuoso de los periódicos, un informador incansable que solo al final de su vida entregó la curiosidad como testimonio del cansancio al que a veces el cuerpo somete al espíritu.

Esta larga etapa de corresponsal, que él prolongó más allá de su propia dedicación profesional como representante del Frankfurter Allgemeine Zeitung, lo convirtió en realidad, también, en un ciudadano español, culto, delicado, ocupado más del diálogo que de la diatriba, equipado para ser siempre un periodista, afanado, además, por ser espectador y partícipe de la cultura de este país.

Su español se hizo en Santiago de Compostela y en Valladolid, donde ejerció como profesor, después de haber ampliado estudios de Filología en Madrid. Había estudiado en Fráncfort, en Salamanca y en la Complutense; su acento siempre fue el alemán, pero su alma, como se dijo en el homenaje que le tributaron políticos e intelectuales españoles en el Instituto Goethe de Madrid en 2010, era doble, alemana y española, sus dos pasiones culturales, sus dos modos de ver la vida. Él trabajó, como Novais, por la comprensión exterior del drama antidemocrático español, y el bagaje de ese trabajo profesional le acompañó luego en la larga tarea de contar la transición a la democracia.

La trascendencia su trabajo abrumó por su rigor, y por tanto fue un instrumento de gran valor para explicar en el mundo, desde el Frankfurter, la realidad del proceso español a la democracia desde las ruinas del franquismo; pero él nunca se sintió de otra manera que un periodista contando la realidad tal como él mismo enseñó a contarla a los discípulos que tuvo cerca en París o en numerosos países latinoamericanos y en las mesas de los restaurantes donde hablaba, con paciencia y tenacidad hasta el final de sus días, incluso cuando su curiosidad ya parecía para él un alimento de otro tiempo y de otro mundo”.
 
Fuente: El País
Autor: Juan Cruz
 
Amigo, descansa en paz.

M.R.

 

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