La creciente afluencia de profesionales de Radio y Televisión, así como de profesores de español hispanoamericanos a Europa está planteando un interesante problema, que no se presenta, por ejemplo, en Estados Unidos, donde, por la relativa vecindad geográfica y la numerosa población de “hispanics”, lo hispanoamericano es la referencia más directa con el español para el norteamericano medio. En USA, los locutores y “anchormen” de las emisoras en español son exclusivamente hispanoamericanos. También en Alemania se está dando ya un fenómeno parecido. La mayoría de los colaboradores de la “Deutsche Welle” (“La Voz de Alemania”) y de otras emisoras alemanas que emiten algún espacio en castellano, son asimismo de Hispanoamérica. Hay ya incluso conocidos hispanistas que afirman en serio que el español peninsular es anticuado.
El problema es nuevo en Europa, y dentro de Europa en Alemania, donde hasta hace sólo unas décadas el español que se enseñaba en los centros de idiomas era exclusivamente el peninsular. Hoy puede decirse que en algunas instituciones de enseñanza de lenguas, como las “Volkshochschulen” (Universidades Populares), son mayoría los docentes de español latinoamericanos, no porque escaseen españoles con la suficiente preparación didáctica, sino por motivos económicos: el profesor latinoamericano es menos exigente y más barato que el español, que como ciudadano de la Unión Europea, tiene los mismos derechos laborales y salariales que los nacionales del país europeo en que residen, en este caso concreto Alemania.
En mi exposición voy a referirme en lo sucesivo a Alemania, que es el país donde vivo y por lo tanto observo directamente el fenómeno. Para no despertar los consabidos recelos, apuntaré de entrada que español es todo lo que se habla en el ámbito de la cultura hispánica y que ningún país hispanohablante puede monopolizar cuál sea el mejor español. También es cierto, como apuntaban eminentes académicos como don Fernando Lázaro Carreter, que el español ya no es patrimonio exclusivo de nosotros, los peninsulares. Dicho esto, habrá que plantearse la cuestión de qué es español y de qué español habrá que enseñarse a los extranjeros para no imbuirles una jerigonza ininteligible tanto en España como en cualquier país latinoamericano. A mí, personalmente, me parece absurdo que a un alemán se le enseñe el americanismo “tacho” y que no sepa que el tacho en castellano de España es el cubo de la basura. También es un galimatías que los alumnos alemanes aprendan indistintamente el voseo, el tú y el uso del usted en algunos países latinoamericanos, lo cual sucede cuando se turnan en la enseñanza profesores colombianos, peruanos, chilenos argentinos y españoles.
Español es todo lo que se habla en el ámbito que hemos dado en llamar hispánico. Tan español es “guisante” como “arveja” (“arvejita” en Perú), “falda” y “pollera”, “grifo” o “caño” (Perú), con la peculiaridad añadida de que muchos de los llamados americanismos son en realidad palabras arcaicas castellanas, que ya no se usan en España o sólo se oyen en un ámbito dialectal muy reducido. En cuanto a “arveja”, del latín “ervilia”, el DRAE la recoge en primera acepción como “algarroba”. Las consecuencias concretas de esta confusión de vocabulario que puede creársele al estudiante extranjero de nuestra lengua al confrontarlo, sin previo aviso, con las más diversas variantes del español, pueden resumirse en una anécdota, vivida por un amigo mío alemán, que había estudiado español con una profesora colombiana. De visita en Madrid, entró en un café y pidió una taza de tinto. El camarero, con sorna, le preguntó: “¿Es que en su país beben ustedes el tinto en tazas?” Por supuesto, mi amigo quería una taza de café.
Creo que todas las instituciones españolas, cuyo cometido es la difusión y fomento del español en el Exterior, entre ellas muy principalmente las Consejerías de Cultura y los centros del Instituto Cervantes deberían tomar cartas en el asunto para atajar lo que, si se deja descontrolado el proceso, bien podrá convertirse en una Torre de Babel española en Europa. Sería conveniente que estas instituciones estudiaran el asunto a fondo con las respectivas asociaciones de profesores de español e incluso con las autoridades de los países europeos responsables de la enseñanza de lenguas en centros oficiales.
Y naturalmente es necesario que los propios centros del Instituto Cervantes prediquen con el ejemplo, estableciendo para sí mismos unas normas claras en cuanto al profesorado idóneo para impartir clases de español y las normas que habrán de seguirse para hacer más homogénea la enseñanza de nuestra lengua en el caso de que en su profesorado también figuren docentes latinoamericanos.
No se trata de discriminar, sino de aplicar lo que el ya mencionado Filólogo y antiguo Director de la Real Academia de la Lengua, Lázaro Carreter, refería de sí mismo. Sin dejar de ser maño, Lázaro Carreter se esforzó por aprender un castellano estándar cuando se decidió a dedicarse a la enseñanza del español. No va a exigirse que el docente latinoamericano falsifique su pronunciación y abandone su seseo, pero sí es preciso que conozca y explique a sus alumnos extranjeros el correcto sonido en castellano de la “z” y de la “c” con este valor fonético. La sintaxis, la prosodia y la morfología son elementos fundamentales de cualquier idioma. Es cierto que estos elementos no son siempre iguales, ni en España (donde hay numerosas variedades regionales: Andalucía, Extremadura, La Mancha...) ni mucho menos en Hispanoamérica, donde cada nación tiene sus propias variantes sintácticas, prosódicas y morfológicas, y donde dentro de cada país hay millares de diferencias locales. En este orden de ideas, me parece absurda la opinión expresada en una entrevista por una profesora argentina de español en Alemania que incluso reivindicaba la enseñanza en sus clases del habla de Buenos Aires.
En mi opinión, la solución más razonable sería que se llegara a un acuerdo sobre un español “normativo” como el que viene utilizando Radio Exterior de España y TVE Internacional, y que sólo en el caso de que alumnos, que por motivos particulares o profesionales vayan a residir en un determinado país latinoamericano, se encargue a un profesor de dicho país que les enseñe el español allí hablado. Lo que no es admisible es mezclar churras con merinas. El estudiante extranjero tiene perfecto derecho a saber de antemano qué español está aprendiendo, lo mismo que puede elegir si desea aprender el inglés de Inglaterra o el de los Estados Unidos.
Hay otro aspecto que ya es casi político: España y el español son desplazados lenta pero eficazmente por lo latinoamericano en Europa. La expansión lingüística, cultural y folklórica latinoamericana por Francia y Alemania (por sólo nombrar dos ejemplos conocidos) es innegable e imparable. Cada vez más franceses y alemanes se sienten atraídos por Latinoamérica (fuera de España no puede decirse ya Hispanoamérica sin despertar recelos de imperialismo y provocar protestas “nacionalistas” latinas) y obvian a España, que les parece un país demasiado europeo, es decir, cotidiano. Como escribió Rosa Mora el 20.2.98 en un artículo en EI País titulado “Los latinos marcan el ritmo”, en España mismo se reconoce el gran empuje de la cultura “latina”.
Como hispanohablantes podemos enorgullecernos del gran auge de lo “latino”, de su literatura y cultura. Pero no caigamos en el error de creernos partícipes o incluso motores de este fenómeno. A la postre, si no mantenemos la iniciativa, España podrá verse convertida en una anticuada península en lo lingüístico y lo cultural. Los que vivimos en el centro de Europa venimos observando cómo avanza el fenómeno. Este es un gran desafío en la época de la televisión por satélite, de los medios audiovisuales digitales y del Internet que España no sólo debe aceptar sino convertirlo en un triunfo en Europa y en el resto del mundo.
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Manuel Moral (✝ 24.04.2017)
Múnich 1998
Múnich 1998
Totalmente de acuerdo como profesora de español en Francia durante toda mi carrera, pero nativa de España. En muchas ocasiones compartí mi profesorado con compañeros latinoamericanos y mi sentimiento es que la lengua española es un tesoro y que cada una de sus mútiples facetas debe ser distinguida y protegida.
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