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Creíamos haberlo visto todo sobre la corrupción como forma de gobierno tras el derrumbe del régimen popular en Valencia, pero el hundimiento del aguirrismo en Madrid lo bate todo. No damos abasto para procesar tanto dinero negro, tanto puticlub y tanto hijo de puta. Los casos Púnica y Lezo están estallando como bombas de racimo. La implosión interna del Partido Popular que no consiguió provocar la Gürtel puede acabar detonándola la guerra de bandas en el seno del PP madrileño.
La corrupción plantea un dilema a todo líder, o reducir los costes políticos haciendo limpieza o reducir los costes organizativos manteniendo la ley del silencio. No se puede ejemplarizar y proteger al partido a la vez. Mariano Rajoy siempre lo ha tenido claro: primero el partido y después la corrupción. Su prioridad ha sido evitar que nadie se sintiese abandonado e iniciase el pánico en cadena al grito de sálvese quien pueda. En este asunto, a Rajoy le importa lo que piensen sus votantes, no quienes nunca le votaron ni le votarán. Su preocupación ha sido convencer a los suyos de que no han hecho nada que no hagan los demás. Una de sus fortalezas ha residido en saber convertir la trama de financiación irregular del PP en una causa general contra la política.
Oportunistas que usaron al partido
Esa estrategia de resistencia que tan bien funcionó para los escándalos del pasado, ya no resulta fiable para los casos del presente. Luis Bárcenas es un profesional, un hombre de partido que esperaba lealtad a cambio de su silencio. Una vez que se le hubo garantizado el amparo, su silencio ha quedado blindado. Ignacio González, Paco Granados o Esperanza Aguirre no son exactamente gente de partido; son oportunistas que usaron al partido para llegar al estrellato. Ni se les pasa por la imaginación sacrificarse por una organización a la que no creen deberle nada y hará lo mismo si puede. Están a un paso de declarar que todo era para el partido y Rajoy estaba al tanto. Delatarán a quien haga falta a cambio de un trato. Rajoy sabe que no existe acuerdo posible. Se trata de matar o morir. Por eso se va a por ellos con cualquier medio necesario. El objetivo ya no es dar cobertura sino destruir su credibilidad por si empiezan a cantar.
Esa estrategia de resistencia que tan bien funcionó para los escándalos del pasado, ya no resulta fiable para los casos del presente. Luis Bárcenas es un profesional, un hombre de partido que esperaba lealtad a cambio de su silencio. Una vez que se le hubo garantizado el amparo, su silencio ha quedado blindado. Ignacio González, Paco Granados o Esperanza Aguirre no son exactamente gente de partido; son oportunistas que usaron al partido para llegar al estrellato. Ni se les pasa por la imaginación sacrificarse por una organización a la que no creen deberle nada y hará lo mismo si puede. Están a un paso de declarar que todo era para el partido y Rajoy estaba al tanto. Delatarán a quien haga falta a cambio de un trato. Rajoy sabe que no existe acuerdo posible. Se trata de matar o morir. Por eso se va a por ellos con cualquier medio necesario. El objetivo ya no es dar cobertura sino destruir su credibilidad por si empiezan a cantar.
En esta guerra el PP y Rajoy disfrutan de dos ventajas. Lo tabernario de sus chanchullos y su talante chulapo convierten a González, Granados o Aguirre en chivos expiatorios muy agradecidos. El uso partidista de todo cuanto sucede en Catalunya ha facilitado distraer la atención y controlar los daños. Pero esa suerte no durará. Tarde o temprano, la chulería pierde la gracia y Catalunya encontrará una vía de salida. Entonces emergerá con todo su esplendor la corrupción que Rajoy sabe constituye su principal problema y mayor amenaza. Ciudadanos escala en las encuestas a costa del PP no porque haya gestionado mejor Catalunya o porque el presidente haya sido timorato. Medra porque ofrece lo mismo que los populares pero sin la basura de la corrupción saliéndole por todas partes.
Fuente: El Periódico
Autor: Antón Losada
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