Mi amiga Inge me acaba de mandar por E-Mail desde Leipzig una curiosa, a la par que triste, noticia del mundo animal.
Hará más o menos un mes que la prensa alemana se hacia eco de un hecho singular acaecido en el zoo de Köthen, una población de 28.000 habitantes situada al sur de Magdeburgo, en el Estado federado de Sajonia-Anhalt, más conocida por ser la ciudad natal del compositor de música barroca Karl Friedrich Abel.
El zoo de Köthen no es un zoo al uso. Tiene su origen en el siglo XVII, cuando la zona pantanosa llamada "Welsche Breite” fue drenada para ser convertida en coto de caza y, más tarde, en una faisanería que formaba parte de los jardines adyacentes a un castillo, ya desaparecido. Con el tiempo, se convirtió en una vasta reserva de animales donde los visitantes pueden admirar sin rejas a distintas especies de la fauna local (muflones, jabalíes, corzos, hurones, gansos grises, faisanes…), a las que –entretanto– se han unido ejemplares de animales en vías de extinción como los mapaches, los linces, los lobos grises o los gatos monteses. También, algún que otro mamífero exótico como el canguro.
Pues bien, en el mes de diciembre, en ese mismo recinto, nació un cangurito que fue bautizado por los cuidadores con el nombre de “Muffin”. Y Muffin, con apenas diez semanas (generalmente, los canguritos suelen permanecer en la bolsa marsupial entre cinco y ocho meses, pero siguen volviendo a ella para mamar alrededor de seis meses más), se las arregló para caerse de la bolsa marsupial de su mamá, donde ésta tiene los cuatro pezones destinados a amamantar a las crías, y no supo volver a entrar. La madre, primeriza, tampoco supo cómo ayudarle, ni tan siquiera cuando los cuidadores, que se encontraron a Muffin tiritando de frío entre un montón de paja, intentaron devolver al bebé al calor de su hábitat natural (donde también puede alimentarse directamente), pero su madre lo rechazó. Así que al director de la reserva, Michael Engelmann, se le ocurrió prepararle una improvisada bolsa marsupial dentro de una funda de cojín de lana, que colgó de un radiador para que tuviese la temperatura adecuada. También se encargó personalmente de administrarle con regularidad un minibiberón de leche especial para cachorros, sin lactosa.
El cangurito parecía sentirse bien en la oscuridad de su suave morada, de donde sólo asomaba el hociquito cuando sentía la necesidad de tomar su ración de leche, momento que aprovechaban Michael Engelmann o alguno de sus ayudantes para cambiarle el pañal. A Muffin se le veía feliz y engordaba día a día. Ya pesaba 650 gramos. Hasta que su salud empezó a flaquear. Engelmann intentó fortalecerle con infusiones intravenosas, pero sus esfuerzos fueron infructuosos: el 16 de marzo Muffin no pudo superar la crisis (en sus particulares circunstancias, tenía cincuenta por ciento de posibilidades de sobrevivir) y falleció en la bolsa de lana que le daba cobijo. Su vida en la calidez del cojín de punto duró tan sólo 5 semanas.
¡Allí donde te encuentres, descansa en paz pequeño Muffin!
Margarita Rey
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