Ayer, conseguí sacudirme de encima esa galbana que me embarga los domingos por la tarde y me encaminé al Centro VIALIA para ver una de las películas más exitosas del momento: “Mientras dure la guerra” de Alejandro Aménabar, basada en los acontecimientos que tuvieron lugar en el verano de 1936. Cuenta las dudas del intelectual Miguel de Unamuno y su valentía al exponerlas públicamente en aquellos momentos convulsos.
Yo, que nací bastantes años después de finalizar la Guerra Civil, debo todas mis sabidurías sobre esa contienda fratricida a dos obras que llevan el mismo nombre: “La Guerra Civil Española”. La primera, escrita por el historiador inglés, Hugh Thomas, traducida y publicada por la mítica Editorial Ruedo Ibérico, y la segunda, el gran trabajo del conocido Hispanista inglés, Paul Preston. Por supuesto, también a algunos relatos de mis tíos que, aunque vivían en Francia cuando comenzó la contienda, fueron llamados a filas en 1936 y volvieron a España para defender la República. Sin embargo, hastiados de los desmanes anarquistas, desertaron del bando republicano y regresaron a Francia por los Pirineos medio año antes de que finalizase la guerra.
Hacía décadas que no iba a un cine de verdad. Pero, tras los elogiosos comentarios de algunos amigos de Facebook, tenía mucha curiosidad por ver con mis propios ojos ese filme y , la verdad sea dicha, no me decepcionó.
Dejando a un lado las licencias históricas de Aménabar (incluso la conocida frase “venceréis, pero no convenceréis” parece ser que no se ajusta exactamente a la realidad. Ni tampoco el grito de Millán-Astray: que fue realmente “¡Mueran los intelectuales traidores!” y no, como se le atribuye “¡Viva la muerte!), lo cierto es que la ambientación (exteriores e interiores) y la fotografía son soberbias. Todos los actores, a la cabeza Karra Elejalde, irreconocible en el papel de Unamuno (hasta ahora yo sólo recordaba haberle visto en papeles cómicos, como en “8 apellidos vascos” y en los anuncios de “La gula del Norte”), y Eduard Fernández, interpretando a Millán-Astray, están francamente sublimes. Aunque a mí el que menos me gustó fue Santi Prego, que da vida a Franco. Me pareció demasiado humano. Eso sí, la voz del futuro Generalísimo está muy conseguida.
Pero lo que verdaderamente me puso los vellos de punta fue el discurso de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, que he tomado prestado de Wikipedia y que comienza así:
“Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española que no sabéis”
En ese momento, no pude evitar que las lágrimas fluyeran como un río por mis mejillas y continué así hasta el final de la película. Aunque no fui la única: a más de una espectadora le sucedió lo mismo que a mí. Por cierto, me llamó la atención que la mayor parte del público fuera mayor de 60 años y dos tercios de él, mujeres.
Aménabar nos muestra a un Unamuno desconocido, un intelectual lleno de dudas y contradicciones, muy humano. Un republicano católico que, desencantado de la política de la República, da su apoyo a Franco y que, reconociendo su equivocación, decide tener la valentía de pronunciar su famoso -y último- discurso en público para denunciar la brutal e indiscriminada represión por parte de la Falange y las tropas de Franco a señalados republicanos.
Conclusión: Una gran película que nadie, sea cual fuere su ideología, debiera perderse, y más, en los tiempos que corren.
Margarita Rey