lunes, 21 de octubre de 2019

PINCELADA: Tarde de cine





Ayer, conseguí sacudirme de encima esa galbana que me embarga los domingos por la tarde y me encaminé al Centro VIALIA para ver una de las películas más exitosas del momento: “Mientras dure la guerra” de Alejandro Aménabar, basada en los acontecimientos que tuvieron lugar en el verano de 1936. Cuenta las dudas del intelectual Miguel de Unamuno y su valentía al exponerlas públicamente en aquellos momentos convulsos.
 
Yo, que nací bastantes años después de finalizar la Guerra Civil, debo todas mis sabidurías sobre esa contienda fratricida a dos obras que llevan el mismo nombre: “La Guerra Civil Española”. La primera, escrita por el historiador inglés, Hugh Thomas, traducida y publicada por la mítica Editorial Ruedo Ibérico, y la segunda, el gran trabajo del conocido Hispanista inglés, Paul Preston. Por supuesto, también a algunos relatos de mis tíos que, aunque vivían en Francia cuando comenzó la contienda, fueron llamados a filas en 1936 y volvieron a España para defender la República. Sin embargo, hastiados de los desmanes anarquistas, desertaron del bando republicano y regresaron a Francia por los Pirineos medio año antes de que finalizase la guerra.
 
Hacía décadas que no iba a un cine de verdad. Pero, tras los elogiosos comentarios de algunos amigos de Facebook, tenía mucha curiosidad por ver con mis propios ojos ese filme y , la verdad sea dicha, no me decepcionó.
 
Dejando a un lado las licencias históricas de Aménabar (incluso la conocida frase “venceréis, pero no convenceréis” parece ser que no se ajusta exactamente a la realidad. Ni tampoco el grito de Millán-Astray: que fue realmente “¡Mueran los intelectuales traidores!” y no, como se le atribuye “¡Viva la muerte!), lo cierto es que la ambientación (exteriores e interiores) y la fotografía son soberbias. Todos los actores, a la cabeza Karra Elejalde, irreconocible en el papel de Unamuno (hasta ahora yo sólo recordaba haberle visto en papeles cómicos, como en “8 apellidos vascos” y en los anuncios de “La gula del Norte”), y Eduard Fernández, interpretando a Millán-Astray, están francamente sublimes. Aunque a mí el que menos me gustó fue Santi Prego, que da vida a Franco. Me pareció demasiado humano. Eso sí, la voz del futuro Generalísimo está muy conseguida.
 
Pero lo que verdaderamente me puso los vellos de punta fue el discurso de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, que he tomado prestado de Wikipedia y que comienza así:
 
“Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española que no sabéis”
 
En ese momento, no pude evitar que las lágrimas fluyeran como un río por mis mejillas y continué así hasta el final de la película. Aunque no fui la única: a más de una espectadora le sucedió lo mismo que a mí. Por cierto, me llamó la atención que la mayor parte del público fuera mayor de 60 años y dos tercios de él, mujeres.

Aménabar nos muestra a un Unamuno desconocido, un intelectual lleno de dudas y contradicciones, muy humano. Un republicano católico que, desencantado de la política de la República, da su apoyo a Franco y que, reconociendo su equivocación, decide tener la valentía de pronunciar su famoso -y último- discurso en público para denunciar la brutal e indiscriminada represión por parte de la Falange y las tropas de Franco a señalados republicanos.
 
Conclusión: Una gran película que nadie, sea cual fuere su ideología, debiera perderse, y más, en los tiempos que corren.
Margarita Rey
 
 
 

RECUERDOS DE MI MANUEL


 
 

UNOS APUNTES: INSTITUTO BACHILLER SABUCO


Para mí, el Instituto, que en aquellos ya remotísimos tiempos, se llamaba de Enseñanza Media, es el único referente que ha quedado en pie del Albacete de mi adolescencia. Cuando retorné a esta ciudad, totalmente inadaptado por el brusco cambio de la alpina capital de Baviera (Alemania), Munich, a esta entretanto importante ciudad industrial, Albacete, me gustaba acercarme al Instituto, mirar los ventanales del segundo piso a la derecha, donde teníamos las clases de matemáticas y de latín, recorrer con los ojos toda la estructura del magnífico edificio y asomarme a la espléndida entrada, por donde entraban y salían los (las) jóvenes estudiantes, plenos de presente y pletóricos de futuro. Entonces me creía uno de ellos, en mi primera juventud. Veía mi pasado como un sueño fugaz.
 
El salón de actos del Instituto Bachiller Sabuco era para nosotros, los alumnos del montón, algo así como un lugar reservado a los dioses del Olimpo, lo mismo que la escalinata, presidida por un reloj de pared, que nos estaba vedada: nosotros teníamos que acceder al piso superior por las escaleras del “servicio”, que también conducían a los servicios. Los chicos por sus escaleras a la izquierda, según se entra en el edificio, y las chicas a la derecha – ¡Qué morbo emanaba de aquel lugar, al que sólo unos pocos osados se atrevían a asomarse! ¡Qué sorpresa cuando leímos una vez las pintadas y dibujos de las niñas en sus servicios!

Yo no me encuentro en Albacete. Por todas partes veo mi Albacete, el Albacete de la Era de la Jaula, detrás de la clínica del Rosario (que era un hospital para los militares de la Base de Los Llanos), allí donde ahora discurre la concurrida calle del arquitecto Vandelvira, allí por donde yo iba en mi bici a las Casas Baratas (hoy Fátima), a ver a una alumna, hermana de unos amigos y compañeros del Instituto, de la cual estaba enamorado platónicamente. Aquel era el Albacete, rodeado de campos de trigo y cebada, de huertas con balsas y algunas con piscinas. La hoy pequeña gran ciudad, en la que no me encuentro, tampoco encaja en los recuerdos que he cultivado durante décadas en la lejana Baviera. Y es que cometo un error: yo superpongo mi Albacete de entonces al Albacete de hoy, cuando en realidad lo que está superpuesto es el Albacete de aquí y ahora a aquel Albacete que ya no existe y por eso pertenece al mundo de los fantasmas, de los recuerdos. Pero el Instituto es una excepción. Aquí está nuestro instituto como diciendo: “no todo se ha perdido, aquí me tienes a mí que comprendo tu nostalgia”. “Lo único que me entristece un poco –añade- es el parque, nuestro, vuestro Parque, donde os escondíais para fumaros clases, entre ellas la temida de matemáticas”.
 
En efecto, así era. Pero el Parque, que era un auténtico bosque silvestre, un denso pinar, es ahora un jardín con muy poco arbolado y alguna cursilada que otra. Por allí nos sorprendía sigilosamente don Francisco Pérez, el mejor catedrático de matemáticas del Instituto, que nos reconducía como ovejas descarriadas a clase. Don Francisco Pérez era admirado y temido, pero quienes tuvimos la suerte de hacer amistad con él cuando estudiábamos la carrera, hallamos en él un pozo de sabiduría. Era un hombre renacentista, como también era un renacentista mi propio padre. Para mí, el Instituto no existe sin el recuerdo de don Francisco, que siempre fue mi gran referente cuando pensaba desde la lejanía en aquel edificio, a cuyas espaldas se desparramaban humildes, pero muy blancas casitas obreras, campesinas y gitanas. Cada vez que me encuentro en el Instituto regreso a la adolescencia con sus sueños y temores.
 
Mi consejo a los jóvenes estudiantes de hoy en esa institución: Vivid intensamente el presente, el aquí y ahora, para que vuestro futuro se vea enriquecido por el recuerdo, por la memoria, para que deis nueva vida a vuestro pasado, que es el único don que nos deja cronos, el tiempo, que devora a sus hijos.
 
Albacete, mayo 2005

Manuel Moral (✝ 24.04.2017)
 
 
 
 

PENSAMIENTO







“Amar por encima del tiempo y de la distancia 
es convertir el presente en un manantial de esperanza”.

M.M.